Introducción al problema
Quienes pretendemos rescatar el prestigio de Simón Bolívar en Perú nos hallamos en un laberinto sin salida. Nuestros sólidos argumentos, fundamentados en incalculables fuentes históricas, son respondidos con injurias. La oposición de los antibolivarianos recalcitrantes hacia la verdad es tenaz. El engaño, oculto detrás de un nacionalismo ilusorio, es el arma favorita de este numeroso grupo. Toda prueba que los desmienta resulta inocua, pues cuentan con el favor de la opinión pública, que nos desprecia con igual ímpetu. Hemos arado en un desierto infértil que atraviesa este país desde Tumbes hasta Tacna.
Los aliados peruanos de esta causa son pocos. Y ellos comprendieron antes que nosotros que esta empresa está atrapada en un laberinto complejo, porque el Libertador no es querido en el país. Para el peruano, esta veneración es algo ajeno. Las culturas precolombinas, la sociedad virreinal y, en especial, los próceres de la guerra del Pacífico ocupan un espacio en el recuerdo de la posteridad que jamás podrá llenar un Libertador venezolano o un Protector argentino. En la historia republicana del Perú, aunque nos suene extraño, la guerra fatídica contra Chile supera en trascendencia a la emancipación que creemos inigualable en heroicidad.
Para ilustrar mejor este punto, citaré a la opinión pública. De acuerdo con un sondeo realizado por Ipsos para el diario El Comercio, el peruano más admirado por la población es Miguel Grau. Francisco Bolognesi y César Vallejo ocupan el segundo y tercer lugar respectivamente. Los dos primeros puestos, que suman un porcentaje considerable de los encuestados, son ocupados por mártires de la guerra del Pacífico; el tercero es un eminente poeta del siglo XX y el cuarto es otro militar de la misma guerra. Apenas en el quinto puesto hallamos al primer prócer de la emancipación: José Olaya, quien no fue soldado, sino un emisario secreto al servicio de los patriotas. Otros peruanos importantes en este proceso, como Hipólito Unanue o Sánchez Carrión, ni siquiera fueron mencionados.
Esta radiografía hecha a la sociedad peruana el año pasado demuestra hacia dónde se inclina la admiración que rinden al pasado desde el colegio. Mi experiencia en el sistema educativo peruano atestigua estos datos. En mi pequeño colegio limeño, Bolívar fue una página casi insustancial de la historia; en Venezuela, el Libertador fue un líder valeroso cuya figura constituye el pilar fundamental de nuestra identidad. Si eliminamos su recuerdo, los libros de historia de los estudiantes perderían muchas hojas y caeríamos en una profunda crisis existencial, porque no se puede concebir a nuestra patria sin su genio o sus hazañas militares en el continente. En cambio, si suprimimos su nombre de los textos escolares peruanos, no lo echarían de menos. Pero si borrásemos los nombres de los próceres de la guerra contra Chile, cometeríamos una afrenta grave contra el orgullo peruano. Sin ellos, Perú se quedaría sin héroes nacionales a quienes venerar; y sin Bolívar, la identidad venezolana perdería un elemento esencial de su composición.
En 1957, en una visita oficial a Venezuela, el ministro de gobierno del Perú, Jorge Fernández Stoll, afirmó en un discurso que, “en contra de nuestras firmes convicciones”, se ha inventado que “los peruanos no somos buenos bolivarianos”. Nada más lejos de la realidad. En el mejor de los casos, el nombre de Bolívar en Perú es insignificante; y en el peor, su mención evoca infaustos recuerdos. La fuerza de la leyenda negra sobre Bolívar excede el poder de cualquier voluntad inquebrantable dispuesta a destruirla. Desde el siglo XIX, desprestigiarlo es el pasatiempo favorito de historiadores y literatos resentidos contra el “Vitalicio” (así lo llamaron despectivamente). Le atribuyeron crímenes atroces, como el desmembramiento de sus fronteras; y estas mentiras fueron transmitidas de generación a generación desde entonces.
Cuando los peruanos insultan al Libertador, estos no entienden que, a su vez, ofenden a nuestra identidad; pero nosotros tampoco hemos entendido que, para ellos, la historia de la Independencia no significa un relato fundacional de grandes realizaciones, sino que representa la extinción del virreinato más poderoso de España en Sudamérica. Y los responsables de esta degradación fueron aquellos vecinos que antes miraban con altivez.
En suma, esta es la situación. Desde la Independencia, la historiografía, la literatura y la política confluyeron en contra de la reputación de Bolívar hasta destruirla. El contrapeso a esta versión fue casi inexistente y resultó inofensiva al lado de nombres como los de Ricardo Palma y José de la Riva Agüero y Osma. Su lugar en el altar de la admiración fue sustituido por los héroes peruanos de la guerra del Pacífico. Y como resultado de todos estos factores, Perú es reacio a la historia del Libertador; una realidad imposible de cambiar.
Referencias:
Estudio de opinión El Comercio – Ipsos (2021).
Testimonios peruanos sobre el Libertador. (1964). Caracas: Publicaciones de la Sociedad Bolivariana de Venezuela.