La fundación de Nirgua, un 25 de enero del año 1628, es el culmen de un proceso histórico que iniciaría 100 años antes, en 1528, con la erección de la misma Gobernación de Venezuela dentro del Imperio Español: la conquista del Occidente venezolano. La lucha septuagenaria -en el transcurso de la cual se fundarán hasta 7 asentamientos nirgüeños- donde españoles e indígenas se disputaron el dominio del auríferamente rico territorio, da lugar a un ejemplo particular de guerra sin cuartel en la conquista de la Tierra Firme. Es además, hasta donde he investigado, un caso único de empoderamiento entre castas usualmente oprimidas en la América colonial: mulatos, pardos y negros que sirvieron como soldados en la conquista de la comarca, terminarían como alcaldes, alguaciles, regidores y procuradores de ella.
La conquista de Venezuela fue -a diferencia de la de México o Perú- lenta, desgastante y en ocasiones infructífera para el grueso de la población, tanto europea como indígena, de la naciente provincia castellana
Démosle un recorrido a su enrevesada historia, repleta de contrariedades: de oro y miseria, de poblamientos y destrucciones, de heroísmo y crueldades, de existir y no existir durante más de medio siglo.
Antecedentes:
Para 1551, cuando Juan de Villegas diera inicio a la historia de Nirgua explotando las minas de Buría, la Provincia de Venezuela contaba con tres aldeas de mínima producción agrícola. Las de Buría serían las primeras minas en labrarse sistemáticamente en el país; antes de eso, su única fuente fija de minerales preciosos era una pesquería de perlas en Cabo de la Vela.
Los Bélzares -una compañía alemana que por concesión del Emperador Carlos gobernaba Venezuela- habían dedicado todos sus ánimos a la busqueda de riquezas rápida, descuidando el poblamiento y explotación de los verdaderos recursos de su territorio, cometiendo numerosas injusticias y abusos en el proceso. El teniente Juan de Carvajal funda El Tocuyo en 1545 y, tomando justicia por mano propia, ejecuta al gobernador interino Felipe de Utre y sus hombres. A pesar de haber asegurado la permanencia del gobierno español en la inestable provincia, la gracia le salió cara a Carvajal, que es mandado colgar y descuartizar por su juez de residencia Juan Pérez de Tolosa.
Lo que tocaba a los españoles después del desgobierno alemán, era mejorar dentro de lo posible el deplorable estado del país. Juan Pérez de Tolosa, que era ahora gobernador, traslada la capital desde la malsana y miserable Santa Ana de Coro hasta el agradable pueblo de El Tocuyo, variando la capitalidad entre estas ciudades y Barquisimeto hasta finales de aquél siglo. Tolosa muere en una expedición a Cabo de la Vela en 1549, y su teniente Juan de Villegas queda como gobernador interino hasta 1554, cuando la Princesa Juana nombra al licenciado Villasinda como gobernador.
Como ya se dijo, en 1551 Villegas manda a Damián del Barrio a descubrir unas minas de oro en la provincia de Nirgua (tierra de indios nirguas y jirajaras), con la esperanza de llenar un poco los bolsillos de los castellanos y quizá fundar algún pueblo donde vaciarse El Tocuyo, que estaba repleto de soldados sin ocupación.
La provincia de Nirgua ya había sido visitada por los alemanes. Dice Juan de Castellanos (1589) (par. 2, eleg. I, cant. II) que por ser sus mujeres «de tan bellas proporciones», bautizaron el sitio como Valle de las Damas. Nicolás Federmann, el teniente general de Ambrosio Alfinger que terminó regresando a Europa, escribiría la crónica «Indianische Historia», siendo publicada de forma póstuma en 1557; en el libro registraría su viaje a la Provincia de Venezuela y las tribus que en ella se encontró, incluyendo a los «xideharas» (jirajaras). Asegura Federmann que los jirajaras eran caníbales, comiendo a quien pudieran capturar de otras naciones.
Damián descubre un veta en el río Buría, y se funda el Real de Minas de San Felipe de Buría: estas minas serán, quizá, el más grande carnero de castellanos e indios en la Venezuela del s.XVI. Viendo Villegas que entre El Tocuyo y las minas habían suficientes indios como para tomarse en encomienda y servir a los españoles, decide fundar una ciudad en 1552: la Nueva Segovia de Buría, después mudada y rebautizada como Nueva Segovia de Barquisimeto. El descubrimiento de las minas en Buría es el germen de las ciudades de Nirgua y Barquisimeto, significado un punto de inflexión en la ocupación del Occidente venezolano por los españoles, que hasta entonces se había limitado mayormente a la costa y el Lago de Maracaibo.
La rebelión del Negro Miguel en las minas de Buría, sucedida en 1553, sembraría la semilla de la libertad en los belicosos nativos nirguas y jirajaras: se alzan en 1554 y por 74 años continuos, hasta ser sometidos en la segunda decada del s.XVII.
En 1554, Diego de Montes -que por sus conocimientos empíricos de medicina y su sabiduría fue conocido como «el Venerable» en su ancianidad- es enviado por el gobernador Alonso Arias de Villasinda a someter a los indios alzados que habían hecho desamparar el Real de Minas. Con 40 soldados, el capitán castiga y escarmenta a los indios con ahorcamientos y empalamientos, logrando así fundar Las Palmas, a las orillas de un río próximo a las minas de Buría: este asentamiento puede considerarse como la primera Nirgua. Fue el error de Diego de Montes, que una vez fundado el pueblo, la gran mayoría de soldados y él mismo se regresaron a El Tocuyo y Barquisimeto, dejando la nueva villa con sus dos alcaldes y unos cuantos habitantes que los indios desbaratan con gran facilidad.
Decepcionado Villasinda con el pronto final de su pueblo, en 1555 encomienda su repoblamiento a Diego de Paradas -quien al igual que Montes participó en la entrada a los omeguas de Felipe de Utre y, una década después de su empresa en los nirguas, en la conquista de Caracas, donde moriría heroicamente- con 35 soldados. Paradas marcha a los nirguas, siguiendo la misma estrategia de escarmiento de Diego de Montes. Funda la Villa de Nirgua en las cercanías del río homónimo, donde sólo dura un verano, pues en la temporada de lluvias sus vecinos son sitiados por los indios, bloqueándoles el acceso a alimentos; los españoles prefieren huir que morir de hambre, despoblándose la segunda Nirgua.
Gutierre de la Peña llega como gobernador interino de Venezuela en 1557 y pasa a Barquisimeto, donde sus vecinos le cuentan de la enorme pobreza que padecían al no tener ningún sustento. Esto le insta a restaurar las minas. Acaudilla a Diego Romero con 50 soldados que, siguiendo con los castigos a los indios, refundan el asiento una tercera vez, ahora como Villa Rica. Mientras atravesaba la serranía nirgüeña, Lope de Aguirre tendría una escaramuza con las tropas de Diego Romero, que iban en socorro de Gutierre de la Peña.
Esta Villa Rica no es destruida. Sin embargo, encontrándola en mal sitio, el gobernador Pablo Collado la manda a mudar con el mismo Romero: es bautizada como Nirgua del Collado, o Nueva Jerez del Rey, y dura hasta 1568. En un hato de Nirgua del Collado sucede el memorable episodio, narrado por Pedro Simón (1627) (not. 7, cap. VIII), donde las esposas de dos hermanos cocinan unos terneros para 80 soldados que venían con el gobernador Pedro Malaver de Silva en camino hacia su Gobernación de Nueva Extremadura.
En 1567, después de partir de El Tocuyo y pasar por Barquisimeto en camino a los caracas, Diego de Losada llegaría a territorio nirgüeño, «donde con toros, cañas, torneos y otros regocijos militares, celebró con los caballeros de su campo el día veinte de enero la fiesta de San Sebastián, escogiéndolo por patrono y abogado contra el mortífero veneno de las flechas», escribe Oviedo y Baños (1723) (lib. 5, cap. I).
Según este mismo cronista (lib. 3, cap. XI), en 1569 el gobernador Pedro Ponce de León la manda refundar con Juan de Mota, contradiciendo a Pedro Simón (not. 5, cap. XXV): según el fraile, el último poblamiento de Nirgua en el s.XVI se dio en el segundo gobierno del licenciado Bernáldez de Quirós Ojo de Plata.
Algo impidió el total abandono del Real de Minas de San Felipe de Buría y el Camino Real de Venezuela durante los 70 años de alzamiento indígena: la fundación del Real Fuerte de San Juan de Nirgua por Juan Bautista Veintemilla en 1569. Esta construcción es la que hoy conocemos como «Ruinas de San Vicente», y fue la primera de este tipo que los españoles levantaron tierra-adentro.
Los siguientes poblamientos de Nirgua no están documentados en las crónicas coloniales, por lo que investigarlos depende del estudio de los documentos oficiales de la época, conservados en diferentes archivos de Venezuela y España.
Se sabe que en 1602, el gobernador interino Alonso Arias de Vaca (casualmente hijo del licenciado Villasinda) capitularía con negros y mulatos libres para la fundación de Nueva Londres de Buría. Escribe este gobernador la necesidad de someter a los jirajaras, dejando en claro las dificultades que suponían al comercio: «[se han] alzado los indios de la provincia de Nirgua de tal manera que no sólo han impedido la labor de las minas, sino cerrar los Caminos Reales que iban por la dicha provincia a las ciudades de Santiago de León, Nueva Valencia y San Sebastián […]». El Camino Real, «a donde de ordinario salían los indios a matar caminantes y robarles sus haciendas», se encontraba casi inutilizable, dificultando enormemente el comercio entre Perú y el Nuevo Reino de Granada (parte de la actual Colombia), y las ciudades de la Provincia de Venezuela.
Sancho de Alquiza, gobernador de Venezuela para 1609, nombra al destacadísimo conquistador del Valle de Caracas Garci González de Silva como maestre de campo y teniente de gobernador general en la provincia de Nirgua. El 25 de septiembre de aquel año fundaría el Real de Minas y Real Fuerte de Santa Ana de Alquiza, un poblado efectivo que dejaría a cargo del alcalde Pedro del Castillo. El legendario González de Silva tendría un enfrentamiento con jirajaras en el Picacho, mientras llevaba un cargamento de oro de Buría. El sitio específico donde sucedió se llama «Garci González» aún a día de hoy.
Con «general exterminio de la nación jirajara» (Oviedo y Baños; lib. 5, cap. XI), el gobernador Juan de Meneses y Padilla lograría fundar la definitiva ciudad de Nirgua -no menos portátil que la de Trujillo, según demuestra la Historia– en 1628. Esta última Nirgua, llamada de Santa María de la Victoria, es la que está en pie a día de hoy, y cuyo cumpleaños celebramos los nirgüeños cada 25 de enero.
Definitiva fundación:
Don Juan de Meneses y Padilla es nombrado gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela por lapso de 5 años (1624-1629) en Real Cédula de Felipe IV. El nuevo administrador y comandante en jefe de los castellanos de la provincia, primero de ellos en poseer nobleza, se había destacado por sus servicios en Europa: Meneses y Padilla era marqués de Marianela (en Nápoles), gentilhombre del archiduque Alberto, caballero de Santiago y consejero de guerra en Flandes. En Caracas contrae nupcias con una criolla venezolana, teniendo descendencia que hereda su marquesado. Después de servir en Venezuela, el caballero talaverano estaría con altos cargos militares en Orán, Francia, Italia y Portugal; y ya para el final de su vida sería ascendido a gobernador de Murcia, Lorca y Cartagena en España.
Al tomar posesión en Caracas, Meneses y Padilla se encuentra con «ruegos y persecuciones» de los Cabildos de Barquisimeto, Valencia y El Tocuyo, que le piden conquiste la provincia de Nirgua de una vez y por todas. Este era el panorama de aquel territorio antes de Meneses y Padilla, según el Acta de Fundación de la ciudad:
«[…] y por constante a Su Merced, que por las mismas referidas se ha procurado esto, muchos años ha, por algunos de los señores gobernadores haciendo entradas en la dicha provincia para reducir y castigar los indios alzados y rebelados a la Real Corona, salteadores y matadores en los Caminos Reales después de haber dado la paz, y quebrantándola muchas veces y haciendo graves daños y estragos que en los lugares circunvecinos privándoles de beneficiar, labrar y cultivar sus tierras, matándoles sus mujeres e hijos y encomendados como es público y notorio y consta por auto […]».
El gobernador consultará al Cabildo caraqueño sobre el tema, y se vota por llevar la guerra. Para la ambiciosa operación (en la cual habían fallado sus antecesores), «tomando parecer de todos los capitanes y caudillos que a la sazón habían de más opinión de toda esta Gobernación, y de común y general acuerdo», Juan de Meneses compondrá un ejército de mulatos, «por ser gente dura y de mucho trabajo». Además, muchos encomenderos de la provincia colaboraron con munición, provisiones, indios aliados, esclavos y criados. Algunos de ellos -según los registra Lisbella Páez en su «Historia regional del Estado Yaracuy» (1998)- fueron Juan Ochoa de Aguirre, colaborando con 18 indios y un soldado; Francisco de Sarría, con 25 indios; Francisco de Saavedra, con 25 arrobas de carne y 12 cargas de casabe; Juan Pérez Hernández, con 3 esclavos; Antonio Gómez, con 18 indios, 3 soldados y 30 fanegas de maíz; entre varios más. Igualmente, cabe resaltar que esta no era la primera vez que se usaba gente de color para empresas de conquista en América: negros tenemos a Juan Garrido, Juan Valiente, Estebanico; es muy famoso entre los venezolanos el conquistador Francisco Fajardo, pero la mayoría no sabe que este teniente general fue mestizo, hijo del gallego Francisco Fajardo y de Isabel, una cacica guaiquerí. El uso de indígenas aliados como escuderos y soldados siempre fue común entre los españoles.
A diferencia de los ejércitos venezolanos de mediados del s.XVI (que eran más caravanas de jovenes mal armados, famélicos y enfermos, que respetables milicias al servicio del hombre más poderoso del mundo, el Rey de España), la compañía encargada de esta conquista iba bien abastecida de todo lo necesario:
«[…] cuando las ocupaciones del servicio de Su Majestad han permitido con la diligencia y cuidado que ha sido posible, se han sustentado los soldados que han entendido en el dicho allanamiento, con sobra de municiones, mantenimientos y otros pertrechos necesarios para la continuación de la dicha pacificación […]».
El gobernador Meneses y Padilla, el capitán Andrés Román y el obispo fray Gonzalo de Angulo, parten de Caracas en 1625. Registrarían su jornada y el establecimiento del pueblo en algunas cartas al Rey de España y en el Acta de Fundación. En lo que ahora es el centro de la ciudad, Meneses hará levantar el Real Fuerte de Santa María de Nirgua: desde aquí ofenderá y se defenderá de los indios durante el sangriento conflicto que duró 3 años. Más que un fuerte, este Real de Santa María era una casa fortificada, probablemente hecha de tapias. Construyen también una primera iglesia parroquial, que bendice el obispo Angulo.
Según consta en el Acta de Fundación, certificada con la firma de hasta 40 soldados, Juan de Meneses y Padilla fundaría la ciudad de «Santa María de la Victoria del Prado de Talavera de Nirgua», un 25 de enero de 1628: 130 años después de que Colón llegara a Paria, 100 años después de la fundación de Coro y la Provincia de Venezuela, 83 años después de la fundación de El Tocuyo, 61 años después de la de Caracas, y unos 100 años antes de que se fundara San Felipe el Fuerte (la capital del Estado Yaracuy).
El gobernador escogió para la fundación un «sitio tan al propósito, así por la abundancia de buenas aguas, buenos aires y temperamentos del dicho puesto y por la fertilidad de la tierra, y cantidad de minas de oro que muy cerca de él se hallan de que seguirá a Su Majestad muy gran provecho, labrándose y beneficiándose las dichas minas, […] muchos pastos, leña y materiales y cercano a la mar por buen camino». Se traza la Plaza Mayor -a cuyos márgenes se edificarán las casas- siguiendo el modelo que se indica en la Leyes de Indias. Quedan establecidos los límites territoriales de su distrito: «hacia el levante por el río de Chirgua, y hacia el poniente, hasta el río de Yaracuy, y hacia la mar hasta ella, desde el Puerto de Chávez hasta donde el río de Yaracuy entra en la mar, y desde esta dicha ciudad, por la parte de los Llanos, cincuenta leguas, hacia el sur cortando desde el dicho río de Chirgua, hasta el de Cojedes […]».
Se erige Cabildo: tiene cuatro regidores, alférez mayor, depositario general, alguacil mayor y un escribano público, con facultades de elegir a sus dos alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad y procurador general; aquí se destacan quien en 1634 representaría a Nirgua frente a la Real Audiencia de Santo Domingo en una querella con Nueva Valencia del Rey, Cristóbal de los Ríos, como alguacil mayor, y Juan Martín de Oñate como regidor y alcalde de Santa Hermandad. Se reparten las tierras y solares, «atendiendo a la equidad en la repartición que debe haber porque no sobre tierras a unos y falten a otros» y «atendiendo así mismo […] a los méritos y servicios de cada uno».
Los indios capturados en batalla son desterrados «a isla donde sirviesen a Su Majestad en sus fuerzas y a los conventos y hospitales como lo tienen dispuesto los dichos señores gobernadores por constarle las pocas seguridades que [en] los dichos indios se podía tener no poniéndoles la mar en medio». Los demás son tomados en encomienda por tres vidas (es decir, que también la poseerían hijo y nieto del encomendero) y repartidos de manera igualitaria entre los vecinos. Con esto, la ciudad de Nirgua queda establecida como una «República de españoles» -igual a todas las demás del extenso Imperio de España en las Indias- en toda regla.
Pero Nirgua no fue una República de españoles. Ya se dijo en la introducción que el pueblo de Nirgua representa un caso particular del empoderamiento de castas oprimidas de la América colonial; esto es porque en él se observa una particularidad que, al menos hasta donde he investigado, no se volvió a repetir en los 300 años de dominio español en nuestro continente: los miembros de su Cabildo, sus encomenderos y vecinos (a los cuales se les dio hidalguía), eran mulatos, pardos y negros. En base a las Leyes de Indias -que mandaban recompensar los servicios de los conquistadores-, el gobernador otorgó el dominio de la nueva ciudad a los que durante años lucharon para fundarla.
Una posible explicación del nombre de la ciudad es que se debe a la devoción del obispo -siendo un fraile mínimo de San Francisco de Paula- por la Patrona de su Orden, Nuestra Señora de la Victoria; además, al igual que las ciudades bautizadas como «Santiago», «de la Victoria» debe tener doble connotación, significando la victoria de los españoles sobre los nativos. «Prado de Talavera» aparenta venir de Nuestra Señora del Prado, Patrona de Talavera de la Reina (Toledo), sin duda la ciudad natal del gobernador Meneses y Padilla.
La fundación de Nirgua, la Sultana del Picacho, la ciudad que descansa al pie de la montaña, tan significativa para el establecimiento de las instituciones y la cultura de nuestra amada nación venezolana, fue una epopeya de más de medio siglo donde corrió a borbotones sangre del constante y obstinado español, del aguerrido y resistente indígena y del astutamente resiliente africano; lucharon todos de un lado o del otro, a favor o en contra del mismo fin: el avance del dominio castellano -que unos llamamos civilizador y otros genocida y esclavista- en el territorio de la hoy independiente Venezuela.
Bibliografía:
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Hemerografía:
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Fernando Rodríguez de la Torre. «Garci González de Silva». Real Academia de la Historia. Consulta web: https://dbe.rah.es/biografias/35161/garci-gonzalez-de-silva