La Independencia de Venezuela, sin lugar a dudas, constituye el suceso histórico más significativo de la primera mitad del siglo XIX. En aquellas azarosas guerras civiles, inundadas de sangre y bravura, el país fue apaleado con suma ferocidad en el combate encarnizado entre patriotas y realistas. Estos conflictos desangraron a una república que crecía con evidentes deformaciones políticas y sociales, en donde una generación de hombres brillantes y osados se alzaron valientemente para su salvación, destacándose ilustremente por sus heroicas participaciones en el turbio proceso de la emancipación. Pero, antes de enfrascarse en el torbellino revolucionario, muchos de nuestros héroes nacionales mantenían oficios muy distintos a los que ocuparían más tarde durante el conflicto que daría vida independiente a la nación venezolana.
Uno de ellos fue el prócer Jacinto Lara, natural de Carora, combatiente egregio, fiel al Libertador Simón Bolívar, a quien honró en la hora de su muerte, desistiendo de los servicios militares en ausencia de su líder y amigo. Participó con coraje durante los catorce años de la cruenta guerra bajo las órdenes de grandes hombres como Miranda, Paéz y el mismo Bolívar, destacando en batallas libradas en Nueva Granada, Venezuela y el Perú. En este último territorio fue titulado como “El Vencedor” por sus grandes aportes en la campaña y fue ascendido a General de Brigada por el Mariscal Sucre, luego de la decisiva victoria en los campos de Ayacucho.
Pero, antes de esa trayectoria distinguidísima, Lara se dedicó al comercio en los interiores del país, específicamente en los llanos, terreno fértil para sus aspiraciones comerciales. En Barinas, posicionada como una de las localidades más aventajadas de la Capitanía General de Venezuela, aglutina una decente fortuna que le permite aperturar un fundo agrícola bajo su administración. Así, su influencia comercial crece y trae, desde otras latitudes, materiales, como telas carísimas, para ejercer sus negocios.
Por otro lado, un carismático comerciante asturiano, de modos sencillos para la vida, aunque con un carácter marcadamente recio y decidido, se aventura en los llanos venezolanos con tacto y sagacidad para el contrabando, oficio común dentro de la época colonial en Venezuela. Este hombre no era otro sino José Tomás Boves, el futuro líder de la Legión Infernal, el Urogallo que, por circunstancias desfavorecidas y otros factores, ejercerá una llamarada de pánico y crueldad en el corazón del país en los años venideros. El león de los llanos sufrió una condena al presidio, pero esta sentencia fue anulada y cambiada al confinamiento luego de un acuerdo logrado por el notable abogado Juan Germán Roscio, otro gran prócer civil de la historia venezolana. De esta forma, Boves llega a los llanos venezolanos.
Por aquel entonces, las rutas se mantenían infestadas por diferentes pandillas dedicadas al atraco de las caravanas que, luego de la llegada de diferentes materiales comerciales a los puertos, eran conducidas por el interior de los llanos hacia su destino, lo que era aprovechado por los maleantes.
Una de estas pandillas era dirigida por el infame “Guardajumo”, ave rapiña que dedicaba su vida al robo y el asesinato, muy afamado por su agilidad delictiva que dejaba perplejos a los habitantes de los llanos en Barcelona, Guárico, Aragua y otros lados. Burlaba a las autoridades a su antojo huyendo como un fantasma, lo que validó la creencia entre los pueblerinos de que se trataba de un espíritu maligno, capaz de transformarse en árbol y reírse de la frustración de sus captores.
En una ominosa noche, esta hiena de los llanos, junto a su tribu de ladronzuelos, transitando la región, al pasar del abra de los llanos barceloneses a la pampa del Guárico, interceptaron violentamente una caravana llena de objetos provenientes de la isla Trinidad, frecuente sitio de intercambio y negocio. Lo que no podían saber es que, al frente de esta caravana se encontraban los jóvenes comerciantes Boves y Lara, que contaban con alrededor de veinticinco años, y con ellos algunos peones que custodiaban la mercancía. Aquellos futuros protagonistas de Venezuela, se arrojaron con ímpetu y saña a los bandoleros asesinos, derrumbando brutalmente a cuatro de los ladrones, haciendo huir al restante en donde se encontraba Guardajumo, quien fue herido durante la disputa.
Estos dos mozos, tan semejantes en cuanto a actitud valerosa, voluntad irrompible e infinito denuedo, tendrían destinos completamente distintos, como bien sabemos. Empero, en sus años de comerciantes novicios, es posible que hayan sido más que socios de negocios, formando una amistad tras aventuras como la señalada. Lara, al referirse del feroz asturiano, diría sobre él que “es un hombre recto, activo e inteligente”. Aventurándonos un poco, podríamos intuir la relación amistosa que establecen estos dos ágiles comerciantes, movidos por los hilos de su tiempo, compartiendo largas rutas, desglosando sus vidas en conversaciones, a través de la llanura y la noche.
¿Habrá sido en este episodio histórico en donde Boves sintió una irrefrenable atracción por la reyerta violenta, por el sentimiento alborozado de combate? No lo sabemos. En cambio, gracias a la narración del célebre escritor Arístides Rojas, podemos conocer sobre esta breve amistad que sostuvieron Jacinto Lara y José Tomás Boves en vísperas del cataclismo social y político que estallaría por toda Venezuela. Mientras uno, luego de sucesivas victorias, en la cima del Cuzco, se coronó con los laureles de la gloria, el otro, quien supo dinamitar las fragilidades sociales de la época, pereció por allá en Urica a través de la lanza salvaje de Zaraza, acabando para siempre con la sangrienta bobera.
Fuentes:
Arístides Rojas, Leyendas históricas Tomo I, Oficina Central de Información, Caracas, 1972.
Acisclo Valdiviezo Montaño, José Tomás Boves, La Esfera, Caracas, 1931.
Edgardo Mondolfi Gudat, José Tomás Boves, Biblioteca Biográfica Venezolana, Caracas.
Carlos Giménez, Jacinto Lara: Dimensiones del Héroe, Fundación Buria, Lara, 2008.