“No debemos contentarnos con lo que somos, estamos lejos de ser felices y civilizados, pero tampoco podemos progresar haciendo caso omiso y dejando en el olvido lo que hasta ahora hemos sido”.
—Simón Bolívar
El coro de las voces ilustres de la venezolanidad ha entrado, desde hace ya unas décadas, en un momento de quietud absoluta. Nuestra crisis es de hombres capaces.
Aquellos hombres de pensamiento que dedicaron su vida al entendimiento de los lazos históricos de Venezuela y sus sucesivas conversiones, fueron los últimos obreros de los peldaños del pensar venezolano. El hecho venezolano, desde entonces, no ha sido resuelto ni seguido de cerca, continuando con esa desafortunada práctica de la incompatibilidad de su comprensión y los planes de desarrollo que se precisa en el país de las esperanzas prolongadas y de los hechos infecundos. Sin hombres de pensamiento, la lumbrera de Venezuela reposa a oscuras sobre ideales inmateriales, en lenguas enterradas, en rincones polvorientos del pasado.
En una nación asediada por individuo deshonestos, corruptos, ineptos, desleales, parias e incompetentes, que ocupan cargos de alta jerarquía y son quienes dirigen con crueldad, indiferencia y apatía los destinos del territorio nacional, es preciso convocar a un conjunto emergente de hombres voluntariosos, de valor y virtud, que ocupen la faena de desplazar a esta suma de depravación viciosa y se hagan con la conducción de la totalidad del Estado venezolano, junto al apoyo inquebrantable de los ciudadanos venezolanos, que esperan por entregarse a las tareas que la reconstrucción nacional exige a cada uno de ellos.
En este sentido, los viles agentes de la kakistocracia imperante, en algún momento, esperemos, serán sustituidos por el gobierno de los más sabios, los más aptos y los más virtuosos. Y para trazar las primeras líneas de tan enérgico plan de rescate, es de carácter obligatorio el empleo de una serie de estrategias que deberán iniciar su circulación a través de todos los venezolanos, desde adentro de la tiranía hasta la diáspora que componen los exiliados.
En la antigüedad griega, aquella comarca de tan soberbias demostraciones de construcciones filosóficas y políticas surge la figura imponente de Platón, conductor de la Academia de Atenas, quien revelaría los primeros lineamientos de las principales ideas de las sociedades políticas que conformaría los sistemas del futuro. En su clásica obra La República, esboza diversos conceptos que hallamos de suma importancia, entre ellos, el de aristocracia de conocimiento o sofocracia. Sofocracia es un vocablo que está constituido por términos griegos: “sophos” que significa “sabiduría” y “kratos” en el sentido de “Gobierno”. Tradicionalmente, dentro del cuerpo de la obra platónica, este sistema de gobierno tiene el lugar de más alta estima para el pensador griego, dado que se trata de un Gobierno de filósofos-reyes.
A diferencia de otros sistemas de gobiernos, como la democracia o la plutocracia, en esta dirigencia las responsabilidades significativas permanecen en el prudente criterio de los sabios, de los hombres de pensamiento lúcido y medido, que toman las decisiones más adecuadas para el bienestar común de la ciudadanía. En dicho marco, la representación de la sociedad habita junto a los usos moderados de las virtudes pulcras e idóneas, contenidos exclusivos de estas figuras de robustez intelectual.
No se trata, pues, de un grupo indolente de intelectuales pretenciosos, y sí, en cambio, de una sociedad de pensadores —y realizadores—, de visionarios que retratan con cálculo realista las rutas del futuro de la nación. Una sociedad apta, diligente y que aspira a ejecutar una soberanía respetable y digna, no puede consentir impertinencias y actos de mediocridad en su complexión política, económica y social, dejándose de las imperfecciones conscientes, como las entrometidas de los vicios en las prácticas del servicio público, que descarrilan los rumbos del país que buscamos establecer en todas sus dimensiones posibles.
En una Venezuela viciosa, que realza la viveza criolla como uno de sus sustanciales valores de identidad, es pertinente desembocar en furiosas maniobras de mejoramiento sociocultural e implantar un factor civilizador que contagie en su totalidad a la mayoría de los venezolanos dispuestos a una renovación de sus compendios mentales.
Sin embargo, un trabajo de tan vasto esfuerzo no surtirá efectos capitales en tan corto tiempo, y será necesario una paciente espera de años para evidenciar los frutos de una generación educada, civilizada y laboriosa. Los elementos degradantes, encarnados en las masas delincuenciales y marginales, manchadas por la rancia y versátil ideología del zambofuturismo, el clientelismo, el tierruísmo, no pueden ser erradicados, pero existe la posibilidad de su corrección o contención.
A saber, los nacimientos de los llamados malandros, que suelen servir directa o indirectamente a las vilezas de los altos mandos y que constituyen un constante peligro a la seguridad de la ciudadanía, provienen de entornos que no ofrecen ninguna calidad de vida digna, y además, en donde las influencias morales y éticas no son las más apropiadas, siendo una inmensa olla podrida de daños y defectos que se conjuga en el sujeto malandro, desestabilizador de seguridad y embajador de la delincuencia, como hemos presenciado en intolerables noticias de otras partes de la región americana.
Frente a estos arduos desafíos, el compromiso de los venezolanos para con la renovación del país y para sí mismos, deberá ser sobresaliente. Con este episodio en evolución, el ideal de la sofocracia venezolana acrecienta su porcentaje de aceptación, y no debemos ser rígidos en el análisis de esta cimentación política; hay que optar por una observación flexible sobre las utilidades de la dirección sofocrática.
En este modelo político, se advierte un principio notable: el carácter de establecer roles marcados para algunos sectores de la sociedad, para los más fundamentalistas, un principio antidemocrático. Anunciar al mundo una postura antidemocrática inmediatamente enciende alarmas y espanta a distintos sectores de la población, generando griteríos que se amasan en temores de totalitarismo y tiranía, abandonando cualquier signo de estudio o examen de la declaración, despojando a la idea de cualquier convivencia de debate y diálogo.
Pero cabe señalar que esta misma actitud de horror y espanto no se hallan en el momento en que un país, que no se encuentra en capacidades coherentes de decidir sobre su destino histórico, echa a su suerte a todos esos hombres y mujeres, mezquinos en inteligencia y avaros en visión, para que voten al azar el porvenir de la nación, provocando crisis y desestabilidad, sólo por el grueso error de permitirse libertades que no son aptas para una sociedad improvisada en frágil una democracia.
Simón Rodríguez, el Sócrates caraqueño y maestro incomprendido del siglo XIX, ya devela lo esclarecido de la materia, al afirmar que las repúblicas no están fundadas, que la preparación hacia la consolidación de las repúblicas independientes fue y es inconclusa, acaso por su vertiginosa aceleración de los hechos y su aparatosa aplicación en sociedades inadaptadas para los modos republicanos; la creación de la república, de las formas de ese gobierno, no pueden realizarse sin antes emprender el rumbo educativo de crear ciudadanos para dicho ideal político. El acto de gobernar, en palabras de Róbinson, no es simple: en él se conjugan los procesos primordiales de ordenar, dirigir, regir y mandar. Estos cuatro elementos del pensamiento robinsoniano deben ser integrados y orientados a ese majo edificio sofocrático del modelo político venezolano.
En las democracias disfuncionales que se sirvieron en nuestro territorio político, basadas en ese acuerdo tácito entre distintas agrupaciones y partidos políticos, los avances de la nación no fueron los esperados, por una cuestión de ausencia de exigencias de una oposición genuina que intercediera por el bienestar de las voces del pueblo venezolano.
El Pacto de Puntofijo, ese trato por la transferencia frecuente del Ejecutivo en las décadas venideras no sólo resquebrajó el desarrollo orgánico de la democracia, sino que se hizo deseable las regresiones históricas a las figuras excelsas de los caudillos del pasado que le dieron formas modernas al atrasado hábitat de la política venezolana a principios del siglo XX.
No obstante, las evoluciones históricas no pueden desligarse de sus avances y rasgar el hilo conductivo de sus acciones, pero sí someterse a espacios de meditación para evaluar los pasos del futuro. El aceleracionismo democrático nunca obtuvo un espacio sincero de reflexión sobre sus intenciones, cayendo en una degeneración sin límites que se tradujo en el quiebre definitivo de las debilitadas fuerzas del Estado, enflaqueciendo riquezas y desapareciendo las alternativas del poder político, lo que eventualmente causaría la súbita reacción militar al mando del mesías político que representó la figura de Chávez en tiempos de incertidumbre económica y caos institucional.
El gobierno no puede estar presidido por corazones viles y mentes torpes, el mando no lo debe ejercer el incompetente, eso sólo traerá atraso y miseria, y los hombres capacitados, aquellos que se encuentran en diferentes alturas de todo tipo, son quienes verdaderamente ostentan el deber nacional de hacerse con los caminos del país. Ordenar, esto a los hombres de juicio sereno; dirigir, esto a los hombres diligentes y decididos; regir, esto a los hombres de loable talento; mandar, esto a los hombres osados. Si las cadenas son sujetas por los anti-venezolanos, por incivilizados, invitados por el resentimiento, el odio y la demagogia, las energías de los auténticos líderes serán disminuidas y se perderán en la ocupación tiránica de tan bajos parásitos.
El país no se halla en calidad de permitirse esquemas políticos que son impropios a su robustez histórica, la ciudadanía no está preparada para vivir en una democracia auténtica, y los distintos sectores de la población, antes engañados por las promesas vacías del progreso, ahora vuelven a permitirse la manipulación de sus esperanzas, a ese mercado de las emociones felices que la partidocracia bien se ha servido. El venezolano, flojo en el adiestramiento intelectual, reticente en su instrucción moral y deficiente en su desarrollo ciudadano, no puede tener un espacio de libertad y actividad política en el teatro del mandato sofocrático. Sólo los sabios, eruditos y cultos en las materias de relieve nacional, como la política, la cultura y la economía, deben tomar posesión del poder e impedir el ascenso de nuevos ambiciosos, que, con las armas de la demagogia y la palabrería infértil, pretenden adueñarse de los aposentos de este país que tiene mucho por hacer.
Fuera del país, los diferentes jóvenes, entusiasmados con la idea de participar en la reconstrucción moral, política, económica y cultural de Venezuela, empiezan un proceso de estudios independientes acerca de toda la evolución histórica del país, para tratar de comprender los distintos estados de su desarrollo histórico y todas sus extensiones de estudio para el entendimiento de sus realidades inmediatas. Esta iniciativa emprendida por nada más que el amor y la responsabilidad hacia el suelo patrio, es la raíz de aquellos árboles que darán frutos en formas de los emergentes pensadores, técnicos e intelectuales que guiarán a la nación por los caminos de su fortalecimiento, llevando la carga enorme de darles las pinceladas finales de su fundación tardía e inconclusa, potenciando toda esa inteligencia y energía a la realización de sus máximas capacidades para el beneficio de todos los venezolanos.
Erigir una sofocracia venezolana como modelo de dirigencia política es una labor fatigosa. Podemos dibujar los primeros bocetos de un sistema sofocrático considerando sus elementos principales: sabiduría y virtud. El ciudadano venezolano deberá atravesar una serie de estudios del más alto nivel en su recorrido de preparación para asumir cualquier cargo de naturaleza política y con influencia en las decisiones capitales, así como demostrar constantemente un elevadísimo sentido de la integridad en cada una de sus acciones, que revelarían su aptitud para ejercer cargos de dirigencia. Mejorar la gobernanza de un país requiere de ambos valores, y también del entendimiento práctico e intuitivo que requiere la política en muchos aspectos. Concretar el modelo sólo sería posible si los mecanismos de elección son los más óptimos y adecuados, como evaluaciones de conocimientos que reflejen el dominio de las diversas materias, así como su capacidad de permanecer en un desempeño eficaz y actualizado frente a los progresos que las disciplinas experimentan con el tiempo, también atendiendo a la reputación de su trayectoria basada en sus experiencias verificables e introduciendo a la sociedad civil, conformada por los ciudadanos aptos y eruditos, al centro del debate y cuestionamiento, dejando afuera a todos los que representan un juicio insuficiente y obsoleto. El hecho de no integrar a ciertos sectores deficientes en el ecosistema político confirma sus características antidemocráticas que, en observación con los resultados obtenidos y la eficiencia de los procesos de elección, sería innecesario para dicho sistema de gobierno. Es evidente que la estructura política debe ser coherente y acorde a lo establecido, un edificio de acción en conjunto, dirigida por el Consejo, el Ejecutivo, el Legislativo Consultivo y el Judicial Ético. Esto, cabe aclarar, son postulados hipotéticos-especulativos y sólo representan cómo podría dibujarse el tono sofocrático en el lienzo de lo venezolano.
Antes de pensar en el modelo político, las bases culturales y sociales venezolanas se encuentran en condiciones deplorables. Si pensamos en el gobierno ideal, debemos, en primer lugar, entrar en las dificultades reales de levantar la calidad de nuestros ciudadanos. Es clara la imposibilidad de una intelectualización-tecnificación en todas las áreas, pero no tan distante la instrucción vocacional en cada venezolano, para actuar dentro de sus márgenes específicos, robusteciendo al país en todos sus frentes, en las más distinguidas fuerzas posibles. El proyecto político que se demanda en las circunstancias adversas de nuestra época obedece a un singular sentido de la moralidad que se ha desvanecido en los últimos tiempos, a una orientación de la técnica política y al manejo diestro de sus amplitudes, a una conversión de lo malsano a lo beatífico, a una sistematización de lo eminente en los departamentos de acción correspondientes.
El liderazgo de los sabios, amplios conocedores de las olas políticas de esta tempestad amenazante, sólo puede lograrse si las labores colectivas, entendidas como los motores de las realizaciones en trámite, son encaminadas unilateralmente a través de la suma de los esfuerzos de la ciudadanía desarrollada en moral cívica. El preámbulo de esta obra sofocrática es la modernización de la educación e instrucción en los niveles necesarios, a saberse, en cada ámbito de la educación primaria, secundaria y universitaria, haciéndose materialmente posible las propuestas de otros autores, como Rodríguez, Adriani, Mayz Vallenilla, Uslar Pietri o Luis A. Machado, que enfatizaron dichas ideas en sus respectivas obras.
El rostro demacrado de la democracia partidista, repleta de imperfecciones, degeneraciones y fallas sistémicas, no puede emplearse como conducto salvador de las crisis actuales o futuras, al menos que el pueblo venezolano se halle en plenas condiciones para asumir la carga que dicho sistema de gobierno exige a todos sus participantes. Pero no es así, y el sistema democrático se ha encargado de desbaratarse a sí mismo, en cuanto a alternativa y camino político.
Ilustres autores, pensadores e intelectuales han dedicado su vida a la obra de entender la sociedad venezolana desde diferentes ángulos históricos, sociológicos, económicos y antropológicos, ideando estudios detallados y exámenes de conciencia de lo más admirables. Algunos quedándose en el límite del instrumento discursivo, del campo dialéctico de las ideas y otros, más comprometidos con los hechos, en las acciones directas, como lo sería Alberto Adriani, Manuel Egaña, Diógenes Escalante y Caracciolo Parra Pérez y su sublime participación en el Programa de Febrero en el gobierno del General Eleazar López Contreras, una base constructiva para el accionar de las ideas en el marco práctico de la patria. El siglo XX venezolano produjo grandes pensadores que no fueron escuchados con la debida atención merecida, que ocuparon ecos colectivos y aun así no bastaron para retener el frenesí de las masas por el anhelo de libertades que no entendían, incitadas por los cánticos quiméricos de los autoproclamados amantes de la democracia.
En este reto continuo que nos impone la realidad venezolana, bajo los torbellinos tecnológicos del siglo XXI, se eleva sobre nosotros la posibilidad de diseñar los modelos políticos del porvenir y anunciar los caminos de las oportunidades, aprendiendo de los errores del pasado. Permanece la tiranía, el despotismo, y el pueblo venezolano, preso de los ofrecimientos de nuevas voces democráticas, claman al cielo libertades y derechos, ansiosos de combatir a los peligros con el poder flácido del voto. Terrible error el de pretender torear a un ñu.
Pequeñas sociedades de venezolanos nacionalistas se gestan en distintos puntos del exilio, y la diáspora es el centro por el cual esas grandes ideas hallarán vínculos para engranar un sistema de comprensión multidisciplinaria, enriqueciendo el depósito de las ideas con los aprendizajes de políticas y tradiciones sociales extranjeras —sin perder el eje nacional—, fecundando así un inmenso horizonte de posibilidades que se traducirán en focos dialógicos, debates y conjuntos de propuestas.
En las afueras de la patria, miles de venezolanos se forman en múltiples disciplinas con la esperanza de contribuir al trabajo de recuperación de las instituciones y del espíritu patrio. Esto es lo que los venezolanos debemos: devoción a la patria, sumisión a la labor venezolanista; erigir el país de los sabios, el gobierno de los más capaces, conducirlo por las vías de los honrados y juiciosos, elevar la nación venezolana hacia la cúspide de sus verdaderas capacidades, a la realización de su economía humana, a la construcción firme y tenaz de un auténtico proyecto de país.
muy buena introduccion