El paisaje americano de los siglos de dominación hispánica fue uno rebosante de articulaciones casi románticas. Contrario a la percepción popular, perpetuada por una deficiente enseñanza sistemática de la Historia, la época colonial no fue –ni de cerca- una masa inerte de relaciones sociales que existió sin modificación alguna desde la culminación de la Conquista hasta el inicio de la Independencia, congelada en el tiempo, sin evolución, sin sucesos. Lo cierto es que la verdadera colonia es un tiempo de extremado dinamismo, repleto de aquellas configuraciones que suelen alimentar la epopeya en la literatura. El primer plano, de lucha entre civilización y barbarie, del hombre europeo contra el hombre americano y su naturaleza, se intercala pronto con un segundo plano de lucha imperial en el propio suelo americano, hombre europeo contra hombre europeo.
El primer plano se ve representado, principalmente, por la Conquista. De ella se habla bastante, aunque la información que se maneja suele ser cantidad sobre calidad. El segundo es menos discutido; es aquel plano que, abarcando cronológicamente desde inicios del siglo XVI (por lo cual se superpone con la Conquista) hasta finales del XVIII, se ve representado por las manifestaciones en las provincias americanas de guerras entre Estados imperiales europeos: España contra Francia, España contra Inglaterra, España contra Holanda.

Protagonistas indiscutibles de esta lucha imperial son los corsarios y piratas que plagaron las costas de las Indias, robando las posesiones de la Corona Hispánica a favor de sus naciones o por beneficio propio. Las actuaciones de esta particular clase de hombres han avivado la musa de artistas desde los propios tiempos en que sucedieron; sin embargo, suele pasarse por alto su componente de realidad y su significación política, militar, económica y social en aquel mundo de la Edad Moderna. En el presente artículo daremos un recorrido por el mundo de la piratería y el corso en el contexto de América y Venezuela en el siglo XVI y algo del XVII. Por ser un texto de luengo considerable, hemos resuelto dividirlo en cuatro entregas, a saber:
- Vista general de la piratería.
- El predominio francés (1528-1567).
- El predominio inglés (1565-1617).
- Los piratas de El Dorado (1595-1617).
- Los piratas de El Dorado (1595-1617).
El Dorado aparece en el imaginario de los europeos prácticamente desde que llegan a la América del Sur. No es un fenómeno único: los mitos de este tipo serán una constante durante toda la Conquista e incluso más allá, como consecuencia natural del encuentro con un mundo nuevo, por lo demás extraño y desordenado, no contemplado en la cosmovisión medieval de origen clásico grecolatino que poseían los conquistadores. Por mucho que América no existía en los textos de los antiguos griegos y romanos, estos sí relataban historias de islas míticas, hombres gigantes, tribus de mujeres guerreras y animales fantásticos. Los medievales, sus herederos, pasan a creer en legendarios reinos cristianos en medio de territorios remotísimos y ciudades míticas en los confines de la tierra, realzadas en el imaginario por viajes reales como los que hizo Marco Polo a tierras prácticamente desconocidas para Occidente. Así, en la Conquista, Ponce de León cree existir la Fuente de la Eterna Juventud, los exploradores de la Patagonia buscan la Ciudad de los Césares, etc. Para estas épocas, la existencia de una ciudad de oro en un territorio nuevo, desconocido, gigantesco y abundante en minerales, «sustentada» además por relaciones de los locales, tiene todo de verosímil.

El mito de El Dorado parece proceder de la deformación de prácticas rituales de ciertos caciques de la región aledaña a Bogotá, donde en tiempos de la Conquista habitaban los pueblos muiscas. Lo cierto es que para la tercera década del s. XVI los conquistadores buscaban con ahínco aquella ciudad (hecha en su totalidad de oro) por las que en aquel entonces eran remotas regiones recién descubiertas de la Tierrafirme. En el Nuevo Reino la buscó Jiménez de Quesada, en Quito Sebastián de Belalcázar.
En Venezuela, El Dorado tiene una significación importante: buscarla fue casi lo único que hicieron los Bélzares durante sus dos décadas de gobierno, con efectos sumamente perniciosos que dejarían a la gobernación cojeando por lo que quedaba de siglo. De hecho, precisamente buscando El Dorado es que se encuentran los dos capitanes antes mencionados con el teniente de Venezuela Nicolás Federmann, efectuando en su reunión la tercera (y definitiva) fundación de Bogotá, en 1539. Los Bélzares buscaron El Dorado más que todo por los Llanos. Ya en tiempos de Lope de Aguirre la buscaban los castellanos por el Amazonas, en tierras de los omeguas. Para cuando los ingleses empiezan a buscarla, a finales del siglo XVI, los españoles la buscan en la Guayana. Veamos esto.
El corsario George Popham captura una nave española en 1594. Esta cargaba numerosos documentos pertenecientes a Antonio de Berrío, gobernador de Guayana, donde se detallan cartas de navegación y relaciones de la conquista de la provincia, con supuestas declaraciones de los indios de existir una gran ciudad aurea en lo profundo de la selva. Estos documentos los compra el militar sir Walter Raleigh. Este último hombre era un favorito de Isabel I, capitán de su guardia personal en alguna ocasión, muy rico, muy famoso y muy culto; era poeta –amigo de William Shakespeare y Ben Jonson- y aficionado a la Historia a tal punto de intentar escribir una «Historia del mundo» desde la Creación hasta su época. Raleigh estaba, además, completamente obsesionado con España y América: aprendió castellano, consumía ávidamente las crónicas de Indias, coleccionaba mapas, conocía el sistema gobernativo indiano, compraba documentos españoles y los traducía, etc. Britto García lo llama «hispanólogo» en el sentido de ser un aficionado a España y a todo lo relacionado con ella.

Este Walter Raleigh, llamado por los españoles «Gualtero Reali», «Guatarrala» o «Gualtarra», había estado fascinado por el mito de El Dorado desde 1586, año en que había podido conversar con el gobernador del Estrecho de Magallanes, en ese momento prisionero de Jacob Whiddon, Pedro Sarmiento de Gamboa, quien le había referido los cuentos que circulaban en América sobre la mítica ciudad. Desde entonces, el poeta-corsario maquinaría planes que, por medio del dominio de la Guayana y Tierrafirme en conjunto con el descubrimiento de El Dorado, convertirían al Estado inglés en amo y señor del mundo.
Algunos de los documentos adquiridos por Raleigh a Popham serán traducidos y publicados por aquel en una obra de la que hablaremos más adelante. Lo curioso de esto es que, exceptuando un informe del capitán Antonio de Vera al gobernador Antonio de Berrio, el resto de los documentos presentados por Raleigh parecen haber sido gravemente alterados durante el proceso de traducción: en efecto, las traducciones de Raleigh han sido comparadas con versiones originales conservadas en archivos, y en aquellas se observan inserciones, inventos y modificaciones intencionales del texto, haciéndolo mucho más fabuloso de lo que era inicialmente. Parece que Raleigh estaba tan obsesionado con El Dorado que quería hacer a todos creer en él. Lo cierto es que para 1594, con los documentos robados por Popham a la mano, sir Walter Raleigh se prepara para invadir Tierrafirme y encontrar El Dorado, también llamada Manoa.
34. Jacob Whiddon.
Raleigh manda a Jacob Whiddon, amigo suyo, a reconocer Tierrafirme en ese mismo año de 1594. Pasa por Trinidad, donde al parecer es recibido por el gobernador Berrío, que les permite tratar los barcos y tomar leña. Whiddon se ausenta con una de las naves a recibir al «Buenaventura», que venía de las Indias Orientales; Berrío aprovecha la ausencia y manda una canoa con indios que ofrecen a los soldados bajar a cazar en la isla. Los ingleses acceden, y apenas bajan son capturados por el gobernador: inmediatamente combate los barcos, haciendo huir a los que quedaban.

¿Por qué estaba Antonio de Berrío, gobernador de Guayana, en Trinidad? Los intentos de poseer la isla se habían dado desde más o menos 1530, aunque fueron mayormente infructuosos, con poblaciones españolas, pero sin poder consolidar una ciudad. En 1568 se había creado la Provincia de El Dorado o Guayana, gobernada por el licenciado Jiménez de Quesada (fundador de Bogotá), incluida desde 1586 a la jurisdicción del Nuevo Reino. En el gobierno provincial sucedió a Quesada su sobrino político y heredero Berrío, que en su conquista se dio cuenta de la importancia estratégica de Trinidad, fundando en ella la ciudad de San José de Oruña (1592), en la que residió durante la ocupación de Guayana.
Tras unos cuantos años de disputa en el Consejo de Indias con el gobernador de Nueva Andalucía, a quien legalmente le pertenecía la jurisdicción de la isla, en 1595 Trinidad es entregada a Guayana, quedando constituido el conjunto como la Gobernación de Trinidad de El Dorado o Trinidad de la Guayana. Es importante recalcar que Berrío también creía fervientemente en la existencia de El Dorado, y que sus entradas a la selva se hicieron con el fin de encontrarla. Este gobernador consumió toda su fortuna personal y la de su esposa buscando la mítica ciudad.
35. Robert Dudley y George Popham.
Robert Dudley, hijo ilegítimo del caballero homónimo que financió a Hawkins en 1564, es otro de los que se avispan al recibir noticias de El Dorado. A mediados de 1594 empieza a oír rumores de una expedición que prepara Raleigh para el año siguiente, y decide adelantársele: el 6 de noviembre sale de Southampton con el «Beare», de 200 toneladas, el «Beare’s Whelp», el «Frisking» y el «Earewig». Al poco tiempo pierden de vista al Beare’s Whelp y gente del Beare enferma de peste, aunque los enfermos son trasladados a dos carabelas capturadas en Tenerife. Pasa por Cabo Blanco, en África, y finalmente llega a Trinidad, atracando en Curiapán. Comercian con los indios y recorren las selvas recabando información, mientras evitan acercarse a San José de Oruña. El 17 de febrero de 1595 Dudley envía dos naves a robar en otros sitios, mientras él hace averiguaciones en la isla: un intérprete indio le cuenta de la existencia de un gran reino en Guayana, que tiene una mina de oro muy abundante en una «ciudad» llamada Orocoa, aledaña al río Owrinoicke (esto es, el Orinoco).

Pocos días después manda una canoa con catorce hombres a buscar la mina, adentrándose por el Orinoco hasta recorres unos 400 kilómetros. Según Dudley, sus hombres se encontraron pronto con el «Reino de los Tuitas», cuyo «rey» les dio una canoa llena de oro. A través de mensajeros, Amargo, «capitán» de la «ciudad» de Orocoa, dijo que no iba a darles nada a los ingleses, y que si querían saber por qué fuesen personalmente hasta allá. Así lo hicieron, encontrándose con 100 indios en canoas que dijeron estar dispuestos a negociar solamente si los ingleses tenían hachas y cuchillos para intercambiar. El jefe de los indios les obsequió «tres o cuatro media lunas hechas de oro y dos brazaletes de plata», contándoles además de una rica región donde los habitantes se regaban polvo de oro. Viendo agotarse las provisiones, los ingleses regresan a Trinidad, donde están para el 10 de marzo.
Para estos días llega a Trinidad el mismo George Popham que había vendido los documentos a Raleigh. Entre los dos piensan esperar a Raleigh, que en teoría debía llegar pronto, para unirse a él y formar una gran fuerza exploradora. Raleigh no llega y Dudley decide irse: roba una nave por Granada, mantiene un combate de dos días con una nave española, y finalmente arriba a Saint Ives en mayo. A pesar de ser más profunda que la expedición de Raleigh, esta de Dudley es poco recordada. Ahora vamos con aquel.
36. Walter Raleigh.
El 6 de febrero de 1595 sale de Plymouth con 300 hombres sir Walter Raleigh, con las naves «Lion’s Whelp», «Gallego» y «otra embarcación pequeña». Había sido financiado por el secretario real Robert Cecil, por el ya viejo John Hawkins, el almirante mayor Howard de Effinggham y varios amigos más. En Tenerife esperan a un buque de la reina y una flota de siete naves comandada por Amyas Preston (que invadirá Caracas, ya lo veremos), pero ninguno de los dos llega. El 22 de marzo están en Trinidad, de donde recién se había ido Robert Dudley, atracando igualmente en Curiapán. Raleigh pisa, al fin, las tierras con las que soñaba desde hacía años: recorriendo las costas en una balsa, observa los ostrales del mangle y la abundancia de brea, «que se podría cargar de ella todos los barcos del mundo». De parte de un cacique carinepagoto, el corsario recibe noticias del fracaso de la más reciente entrada del gobernador a la Guayana.

Prosiguiendo el recorrido, los corsarios se topan accidentalmente con castellanos en una ensenada llamada Puerto de los Españoles. Raleigh sigue la vieja práctica de alegar una llegada forzosa, siendo supuestamente desviado por una tormenta de Virginia, donde debía rescatar a unos colonos ingleses. Les ofrece comerciar. No contento con esto, Raleigh decide referir un cuento, cuanto menos, risible. Según un informe de Berrío al rey, el poeta-corsario aseguró ser un fiel católico, hijo de papistas ingleses, además de cargar correspondencia con el mismísimo Rey de España; para sustentar su catolicismo enseñó pinturas de santos. Les dijo Raleigh a los castellanos que hasta hace poco él era el hombre más poderoso de Inglaterra, la mano derecha de la reina, pero que había caído en desgracia tras casarse indebidamente y embarazar a una dama de la corte. Se cree que realmente Raleigh contó todo esto, pues Berrío no tenía otra forma de saber el incidente del matrimonio (que era real).
Los del puerto envían noticias a San José y Berrío despacha inmediatamente a su sobrino Rodrigo de la Hoz con cuatro soldados a investigar el asunto. Al llegar, los ingleses los reciben con suma amabilidad y los invitan a subir a la nave de Raleigh, con el fin de poder conversar con mayor comodidad. Los heraldos del gobernador caen en los ofrecimientos. Como no regresan en el tiempo pautado, el gobernador manda ocho soldados más con unos indios. Los ingleses repiten la operación, y los castellanos caen nuevamente: al subir, son muertos todos a puñaladas y estocadas de alabarda. Ya no pueden seguir evitando al gobernador, por lo que los corsarios deciden bajar y dar sobre la ciudad con todas sus fuerzas. 120 hombres, apoyados por otros cuantos indios, cayeron sobre San José de Oruña en la madrugada del 7 de abril, apresando al gobernador y su amigo portugués, el capitán Álvaro Jorge, y ejecutando uno por uno a once soldados de los apenas 28 que había en la ciudad. El espectáculo culminó con la quema del poblado, según Raleigh a petición de los indios, de quienes los ingleses llevaban tiempo pretendiendo ser «defensores» como parte de su entramado propagandístico imperial.

Raleigh, de hecho, refiere lo siguiente en su célebre obra de la que, como ya dijimos, hablaremos luego: «[…] por medio del intérprete indio que traje de Inglaterra les hice saber que yo era servidor de una Reina Virgen que era Gran Cacique del Norte y que tenía bajo su mando más Caciques que árboles había en la Isla; que era enemiga de los Castellanos por su tiranía y opresión; que libertaba cuanta nación fuera oprimida por ellos y que habiendo liberado toda la Costa Norte del Mundo de su esclavitud, me había enviado a libertarlos a ellos también y a defender el País de Guiana de la invasión y conquista española. Diciéndoles esto, les enseñé el retrato de Su Majestad, que admiraron y honraron de tal manera, que ha sido fácil desde entonces hacerlos idólatras de ella». Todo esto a nosotros nos parece una locura, pero así se vendían los ingleses en la época y durante siglos más.
Por otro lado, es admisible que los indios hayan prestado ayuda voluntaria a los ingleses: total, justamente ese año estaban alzados contra los españoles. Por otro lado, no nos confundamos: Raleigh era hispanólogo, pues España ocupó el centro de su estudio a nivel académico durante años; pero, siendo un inglés de su época, la odiaba y odiaba a los españoles. Los consideraba hombres ruines y cobardes, y su posesión hegemónica de las Indias como injusta e inmerecida. Dice Raleigh que los soldados de la isla, para él «castellanos miserables y estúpidos», no necesitaron más que un poco de vino para soltar todo lo que sabían sobre los caminos de la Guayana y las riquezas que ahí había.
En fin: los corsarios tienen a la mano a Antonio de Berrío, el gobernador de la Guayana, que sabe mejor que nadie lo que hay que saber sobre aquella tierra. Raleigh no lo puede matar: necesita extraerle información primero. Con este objeto, el corsario amenaza con arrojar al gobernador y su amigo a los indios para ser flechados si no revelaban lo que sabían. Berrío accede. Pero era este gobernador -veterano septuagenario con casi sesenta años de experiencia en la guerra- un hombre muy astuto. Conversa con Raleigh valiéndose de engaños, y este hace lo propio. Berrío finge desconocimiento, le da al inglés direcciones y distancias incorrectas aprovechando las diferencias entre medidas y le cuenta mentiras. Raleigh lo cargará encima durante el resto de su aventura por la Guayana.
En estos días llega a Trinidad el Gallego, que se había extraviado en el camino, y la nave de la reina que esperaron inútilmente en Tenerife. En aquel hacen modificaciones, subiendo Raleigh con cien soldados a navegar el Delta del Orinoco. Basado en lo poco que pudo averiguar Whiddon, quizá en conjunto con las relaciones distorsionadas de Berrío, el corsario decide entrar por un caño llamado Amana o Mánamo, muy pequeño para el Gallego. En el caño proseguirán con muchos obstáculos, encallando dos veces en los días siguientes. Raleigh registra en su obra el contacto con los indios waraos, que él llama «gente bondadosa y valiente» a la par de grandes fabricantes de canoas. Admira también la flora y la fauna. Al frente del Gallego va George Gifford en la pequeña nave de la reina; este se topa con cuatro piraguas de castellanos que van para Margarita, capturando dos de ellas. Raleigh dice que cargaban buen pan, mercurio, salitre y «otros implementos para probar metales», pero que las otras dos –que se escaparon- cargaban oro.

Tras unos días penetran en el Orinoco, donde se avituallan con huevos de tortuga, pescados y otros alimentos ofrecidos por los indios. Raleigh conversa en el puerto de Morequito con un cacique de nombre Topiawari, quien le cuenta de un pueblo guerrero que había conquistado la selva y fundado la gran ciudad de Macureguarai. Esta es una variante del mito de El Dorado o Manoa. Raleigh llega finalmente a la desembocadura del Caroní. Según lo que le había contado el cacique, la gran ciudad debía estar a unos cuatro días de navegación. En su obra, el corsario no hace más que hablar de lo benigno del paisaje, la abundancia de animales y plantas, lo dulce de las aguas, lo amigable de los indios y, sobre todo, las muestras palpables de la gran riqueza que tenían a meros pasos: los indios hablan de oro, los españoles hablan de oro y las piedras «demuestran» la abundancia de oro.
Sin embargo, aquí, a cuatro días de navegación, Raleigh decide dar la vuelta. ¿Cuál es su excusa? Se han alejado demasiado de los barcos y está lloviendo mucho. Raleigh abandona, al parecer, El Dorado por unas lluvias. Raleigh encuentra, sin embargo, a quién culpar: Amyas Preston. Si este hubiese llegado al encuentro en Trinidad, donde Raleigh convino en esperarlo tras hacerlo en Tenerife, hubiesen entrado en la Guayana al menos diez días antes del desbordamiento de los ríos y podrían haber llegado hasta Manoa. Francis Sparrey, soldado, relata la que probablemente fuese la causa real de la retirada: unas 130 leguas dentro del río fueron atacados por una importante cantidad de indios en canoas. Para entender por qué Raleigh no menciona esto como la razón del fracaso, mírese así: ¿por qué iban los indios a acometer tan fieramente a sus «libertadores», los ingleses?
Nuevamente en Morequito, el poeta-corsario le ofrece al cacique una alianza para luchar contra los españoles y conquistar Manoa, acordando que será para la gran expedición que planea aquel al año siguiente. Mientras tanto, le entrega a su hijo Caywerace para que sea educado en Inglaterra, pactándose que el muchacho será instaurado como emperador de Guayana cuando sea conquistada. Por su parte, Raleigh deja al mencionado Sparrey y un muchacho de nombre Hugh Goodwin. De estos, Caywerace acompañará a Raleigh como criado por los años venideros, Sparrey será capturado, vivirá en España al servicio del rey y luego de inconvenientes será repatriado a Inglaterra; y Goodwin será encontrado 22 años después en la selva, convertido básicamente en un indio.

Salen de la Guayana: el 16 de junio pasan por Margarita, que desisten en atacar por encontrarla bien defendida. Luego intentan tomar Cumaná, pero al bajar los españoles los desbaratan, muriendo al parecer un «sobrino del Guatarral» con muchos hombres más, que en conjunto con los heridos llegaron a cien. Ahí mismo libera Raleigh a Berrío, a cambio de «bien poco dinero» de los cumaneses. No sabemos por qué decidió liberar al gobernador envés de matarlo, pero probablemente sea una cuestión de modos y cortesía: en su obra, Raleigh intenta dejar en claro que su trato para con Berrío fue siempre bien dispuesto. En ese mismo año de 1595, el gobernador fundará la ciudad de Santo Tomé de Guayana.
Raleigh se va pensando que volverá al año siguiente. Por el contrario, solo podrá volver 22 años después. De la expedición sale, sin embargo, la obra que legaría a los anales de la Humanidad: «The Discovery of the large, rich and beautiful Empire of Guiana, with a relation of the great and golden city of Manoa (which the Spaniards call El Dorado) and of the provinces of Emeria, Arromaia, Amapaia and other countries, with their rivers adioyinig» o, simplemente, «El descubrimiento de la Guayana», impreso en Londres en 1596. Esta, que contiene la relación de la expedición, narrativa de tipo histórico sobre la supuesta fundación de Manoa por los incas, adendas con documentos y mapas, etc., fue una obra extremadamente popular en la Europa de la época, con tres ediciones en su año de lanzamiento y traducciones al holandés, latín, italiano, francés y alemán hechas para antes de 1600.

Entre cuentos fantasiosos de oro y más oro, Raleigh inserta el siguiente consejo para la política exterior de Inglaterra: «En puertos de la Provincia de Vensuello como Cumaná, Coro y Santiago (estos últimos tomados por el Capitán Preston y Cumaná y San José por nosotros) no se encontró ni un real de plata, pero se sabe que las ciudades de Barquisimeto, Valentia, S. Sebastián, Cororo, S. Lucía, Alleguna de Marecabo y Truxillo son muy ricas, pero difíciles de invadir, con lo que arrasar y quemar los puertos de la Costa, así se llamen: Hacha, S. Marta, Cartagena y Popayan que son el Nuevo Reyno, en nada empobrece al Rey de España» (ortografía original de una edición castellana).
37. Amyas Preston.
El caballero Amyas Preston, de Lancaster, había salido de Hampton por las mismas fechas que Raleigh de Plymouth. Cargaba las naves «Ascension», «Gift» y una pinaza, siendo la escuadra completada pronto por los buques «Derling» y «Angel». Ya vimos que sir Gualtarra, de previo acuerdo, espera a Preston en dos sitios y este no llega nunca: en algún punto de su viaje -amenizado, según los registros, por la famosísima canción de la época «Fortune my foe»- el corsario se desentiende de la fantasía de El Dorado y decide desviarse a saquear Tierrafirme. Pasan por la isla portuguesa de Puerto Santo, cuyos pueblos arrasan; en Dominica comercian con los indios, el 17 de mayo están por Los Testigos y el 19 por Margarita. El 20 de mayo bajan en Coche, donde roban perlas y capturan castellanos, negros y un caimán.
El 22 llegan a Cumaná, cuya población había retirado sus posesiones al monte, advertidos por el avistamiento de naves inglesas en días anteriores. En consecuencia, los castellanos se acercan hasta las naves de Preston y le explican la situación: si bajaban a destruir el pueblo, ellos no iban a resistirse de forma alguna; sin embargo, allí no encontrarían nada que robar. Por otro lado, si estaban dispuestos a dejar la violencia a un lado y negociar, los castellanos les pagarían el rescate necesario y los abastecerían para el viaje. Preston acepta el trato, capturando en su partida tres carabelas con carga de tocineta, maíz y trigo. Preston siente algo de curiosidad por la ciudad de Caracas, capital de Venezuela desde hacía ya bastante tiempo: cree que al corriente carga suficientes fuerzas para disponer de ella, y así resuelve hacerlo.
El 27 de mayo baja Preston con quinientos hombres en el puerto de Guaicamacuto. Toman sin esfuerzo un fortín que defiende el camino a la ciudad, donde encuentran vino abundante, ordenado a derramar por Preston para evitar borracheras en sus soldados. El alcaide del fortín les dice que los caraqueños están preparados para recibirlos con las armas en la mano. Sin embargo -arguye el castellano- los corsarios no debían pensar en siquiera llegar tan lejos: el Camino Real tiene más adelante un trecho angosto con una barricada donde serán fácilmente rechazados; por otro lado, los bosques caraqueños son impenetrables. Mientras tanto, por el camino llegan soldados de caballería que son combatidos con éxito por el capitán Roberts y cincuenta hombres.

Preston había capturado en Cumaná a un Tomás de Villalpando, baquiano que conocía ciertas trochas de la Provincia de Venezuela. El castellano negocia su libertad a cambio de guiarlos a la ciudad. Introduce a los ingleses por un camino de los indios que cruza una lomas muy altas y empinadas, duras de recorrer al punto que muchos soldados desmayan en el camino, siendo abandonados por su negativa a proseguir la marcha. Preston manda a colgar a Villalpando de un árbol apenas es avistada la ciudad, según Oviedo (1723) «[…] para que supiese el mundo que aún han quedado saúcos en los montes para castigo digno del escariotismo». El corsario pretende guiarse por un código ético que no tolera la traición a la Patria, aunque la Patria en cuestión sea enemiga de la del corsario. Por otro lado, es digno de mención que en su Historia, Oviedo y Baños confunde a Preston con Francis Drake, refiriéndose a él siempre como «el Draque».
El 29 de mayo de 1595, a eso de las tres de la tarde, cae Preston sobre Caracas. En breve se dan cuenta que lo referido por el alcaide era mentira: el pueblo estaba vacío. Francisco Rebolledo y Garci González de Silva, alcaldes, habían enviado a todos los soldados a apostarse en el Camino Real, mientras que los civiles habían desamparado el poblado para refugiarse con sus posesiones en el monte. Encuentran, sin embargo, a un caraqueño solitario: se trata del viejo don Alonso Andrea, natural de la villa de Ledesma en Castilla y veterano de la conquista de Venezuela. Soldado poblador de Nueva Trujillo (1558) y de Santiago de León (1567), además de servidor destacado en el desbarate de Lope de Aguirre, este caballero había ejercido cargos públicos en los primeros años de la capital.
Alonso Andrea de Ledesma arremete a la numerosa compañía a caballo y con una lanza. Al parecer Preston admira la valentía del viejo soldado, y ordena a sus soldados no disparar: la orden se ve pronto revertida por lograr don Alonso hacer cierto daño en los contrarios. Los ingleses tumban al viejo del caballo a tiros de arcabuz, dejándolo muerto en el acto. Bastante se ha discutido si el bizarro acto del castellano puede haber servido de inspiración para Cervantes y su «Ingenioso Hidalgo». Sin meternos en eso (tema para otra ocasión), podemos admitir que Ledesma tiene bien merecido el mote de «Quijote venezolano», con el que se le suele referir. Volviendo a la narrativa: Preston hace enterrar el cuerpo del castellano en la iglesia mayor, con velorio, funeral y honores militares. Precisamente en la iglesia se acuartela, tomando casas prominentes como centros de alojamiento.

Los alcaldes y los soldados regresan al pueblo. Sabiendo que no pueden enfrentar a los ingleses directamente, la compañía se separa en cuadrillas para emboscar a los ingleses cada vez que tuvieran que salir a los márgenes de la ciudad a abastecerse. Esto parece haber sido efectivo, causando daños y muertes entre los de Preston. Los castellanos mandan un heraldo a negociar un rescate por la ciudad. Esto es, sin embargo, infructuoso: mientras Preston pide 30.000 ducados, el español dice que solo pueden pagar 4.000. Evidentemente, el corsario no acepta el trato. El expedicionario Robert Davie relata que, en el transcurso de la negociación, Preston preguntó al español que por qué una «ciudad tan bonita» como Caracas no estaba amurallada, a lo que este contestó que, de hecho, sí lo estaba y con los más sólidos muros del mundo: el Ávila. Para Davie, esto era una «mucha verdad».
Sin el rescate exigido, temiendo que los españoles estuvieran usando el tiempo a su favor, Preston arrasa con fuego la bonita ciudad que ocupó por ocho días. Luego de esto parte, esta vez por el Camino Real, encontrando la barricada (que Davie reconoce pudo haber sido su perdición) desguarnecida. Ahí se deshacen de dos cañones que encuentran. De vuelta en Guaicamacuto embarcan zarzaparrilla y cueros robados, para culminar la aventura quemando las casas de los indios locales. Sale de ahí el 4 de junio.
En los próximos días pasa por Chichiriviche, donde avista cuatro naves españolas. Al advertirlos, los de Castilla encallan a propósito y prenden fuego a los veleros, buscando evitar que los corsarios los tomen. El 10 de junio Preston asalta Coro: lucha exitosamente contra los vecinos, toma la ciudad, y como en ella no encuentra nada de valor, le prende fuego. Luego de un largo recorrido por el Caribe, Amyas Preston llega a Milford Haven, Gales, el 10 de septiembre de 1595. Esta experiencia llevará, en los años siguientes, a la fortificación de La Guaira y el Camino Real, junto con el establecimiento de sistemas de alarma, la importación de armas y la designación de un funcionario, llamado sargento mayor, para la defensa de Caracas.
38. Francis Drake y John Hawkins.
Sir Drake, «el Draque», ha hecho bastante desde sus primeros pasos por las Indias con su tío Hawkins y el capitán Lovell, hacía ya casi treinta años. En 1577 había circunnavegado el mundo. En 1585 fue el capitán de una gigantesca expedición de importancia radical: con 20 buques y 2.000 soldados pretendía incomunicar a España de sus provincias americanas, asegurando además asentamientos ingleses permanentes a lo largo del Caribe. Ocupa la ciudad de Santo Domingo, previendo luego hacer lo propio con La Habana y Cartagena. Mientras tanto, cae sobre Panamá y Nombre de Dios.

Cuando ocupa Cartagena, la resistencia de los castellanos es fiera y lo hace perder suficientes hombres como para obligarlo a retirarse al mes y medio, no sin antes recibir un rescate de 110.000 ducados. Esta operación de conquista del Caribe fracasa, pero su magnitud la asienta como una de las piedras en el zapato del rey Felipe que intensificarán el conflicto con Inglaterra. Ya sabemos que en 1587 Drake atacó Cádiz en retaliación del fracaso de la expedición de Hawkins, y que con sus barcos incendiarios arrasó a la Felicísima Armada en 1588. Tenía, pues, Francis Drake un destacado historial en la lucha contra España.
El 28 de agosto de 1595 sale de Plymouth una nueva gran expedición de desestabilización a las Indias. Por imposición de la reina, la comandan en sociedad Francis Drake y John Hawkins, con el capitán Thomas Baskerville encargado del gobierno del ejército, de unos 2.500 hombres. De las 27 naves que cargan, seis son de la reina. Isabel aporta, además, 20.000 libras de las 30.000 que constituyen la inversión total. Pero -como ya hemos observado con la mayoría de empresas corsarias que buscan ser demasiado ambiciosas- esta aventura de Drake será un fracaso de importancia.
A los pocos días intentan desembarcar más de la mitad del ejército en Gran Canaria, pero son repelidos con éxito. En octubre les capturan una nave en Dominica, y en noviembre se les hunde otra. Ese mismo mes se les muere de enfermedad el sexagenario John Hawkins, o Juan Anquines en los anales nacionales: el «elegido de Dios», maquinador del triángulo transatlántico, y azote de Venezuela y las Indias, que tanto corrió por estas tierras o, mejor dicho, estas aguas. Proseguimos. Ingleses capturados durante el fallido ataque de Canarias revelan los planes de los corsarios, logrando que el ataque a Puerto Rico a mediados de noviembre sea conocido antes de tiempo y, en consecuencia, atajado con efectividad. El 13 empieza el ataque a la ciudad y para el 25 ya los ingleses se han retirado, habiendo sufrido pérdidas numerosas de hombres y naves.

El 29 de noviembre avistan Curazao. El 30 por la noche bajan en Cabo de la Vela, prendiendo una gran fogata para guiar a los barcos que faltaban por llegar. El 1 de diciembre caen sobre Riohacha, el 6 atacan pesquerías de perlas y roban un barco de maíz, perlas y plata. Pretenden por Riohacha un rescate de 25.000 ducados, que no obtienen: en respuesta, para el 18 queman la ciudad y el 19 se van, llevándose con ellos a unos cien negros. El 21 de diciembre queman Santa Marta, el 1 de enero hacen lo propio con Nombre de Dios. Pretenden llegar a Portobelo, pero se quedan atascados en Golfo de Mosquitos: Drake sufre disentería y empieza a delirar, diciendo en voz alta que no pueden regresar a Inglaterra sin oro para la reina.
En la mañana del 28 de enero, después de pedir en medio de delirios que le pusieran la armadura para «morir como soldado», muere Francis Drake, el Draque, sobrino de Anquines y aún más azote que este. Es curioso que ambos hubiesen muerto en su última expedición, que casualmente compartieron. Al menos murieron en el ejercicio de su oficio predilecto, sirviendo a su amada reina. El cuerpo de sir Francis Drake es arrojado al agua en un ataúd de plomo. Después de esto, la ya de por sí descompuesta expedición solo se descompone cada vez más. Están en Plymouth a principios de mayo de 1596. Solo habían quedado cuatro naves.

39. Lawrence Keymis.
El 26 de enero de 1596 sale de Portland, con el buque «Darling of London» y la pinaza «Discoverer», una pequeña expedición financiada por sir Robert Cecil y comandada por Lawrence Keymis, lugarteniente de Raleigh. Como recordaremos, el poeta-corsario había prometido una entrada para ese año: Raleigh no volverá a Guayana en persona por muchos años aún, por lo que todas sus exploraciones de este periodo serán por medio de heraldos. El plan es, nuevamente, recaudar información sobre Manoa, o llegar hasta ella de darse las condiciones adecuadas. En Canarias capturan dos naves, y ya en Tierrafirme recorren las desembocaduras de los ríos «Arrowari, Iwaripoco, Maipari, Coanawini y Caipirogh».
De los indios locales escuchan algo de lo que ya había tenido noticias Walter Raleigh: que en lo profundo de la selva existe un lago gigantesco, tan grande como un océano, llamado por los «iaos» Roponowini, y por los caribes Parime, o Parima. A orillas de este Lago de Parima queda Manoa. Nosotros sabemos que Parima es un invento, pero su imaginaria existencia dominará la percepción europea del paisaje americano en los siglos venideros, apareciendo en numerosos mapas de los siglos XVII y XVIII como un lugar real. Un indio capturado les cuenta, además, que Berrío ha reconstruido San José e incluso fundado una nueva ciudad: la de Santo Tomé de Guayana, en la confluencia del Caroní y el Orinoco.

El 6 de abril Keymis entra en este último, bautizándolo como «río Raleana», evidentemente en honor a Gualtarra. Allí lo reciben unas treinta canoas de indios, que piensan ser este el retorno de Raleigh prometido el año pasado: según Keymis, amén de confirmarle la existencia del Lago de Parima (en esta versión no un lago, sino un mar de agua salada), aquellos dicen estar preparados para aliarse con los ingleses y combatir a los españoles, que les robaban a sus mujeres y vivían con hasta doce de ellas. Según el corsario, los indios se quedan con ellos dos horas a fumar tabaco en honor de Isabel, «la gran princesa del norte, su patrona y defensora». Le cuentan, además, que Manoa queda a veinte días de navegación de la boca del río Wiapoco y que en el camino encontrará una tribu de amapagotos con grandes cantidades de oro, junto con hombres sin cabeza y otros con cabeza de perro, de los que ya se habían escuchado rumores en la entrada de Raleigh.
En ocho días llegan a la tierra de Topiawari, que encuentran despoblada por no haber llegado los ingleses en la fecha pautada por Raleigh. Avistan, de forma sigilosa, la ciudad de Santo Tomé. Los castellanos ya estaban prevenidos, y les montan una emboscada. Keymis no menciona si hubo un enfrentamiento o sencillamente decidieron huir para evitarlo, lo cierto es que los ingleses emprenden el camino de regreso. Un indio que encuentran les informa que el cacique Topiawari ha muerto y que el gobernador tiene 55 soldados mas algunos aliados indígenas, aunque espera a su hijo que viene con más gente del Nuevo Reino, a su maestre de campo de Trinidad y a unos caballos mandados de Caracas.

Otro indio les ofrece llevarlos a una mina de oro que queda a un día caminando, pero Keymis decide que no irán hasta ella por miedo a los españoles del sitio (aunque apenas eran diez). Es más, el corsario piensa que si siguen por el sitio, los españoles podrían atacarlos y cortarles la retirada, por lo que decide proseguir el camino. Capturan una canoa de castellanos, que les repiten las informaciones de los refuerzos que espera Berrío, diciéndoles también que Topiawari no había muerto sino que había huido a las montañas con el jóven Hugh Goodwin, devorado este por un tigre. Se topan con el cacique Carapana, quien supuestamente dice querer ser súbdito de Isabel y que el ataque del «emperador de El Dorado» a los españoles era inminente. En ocho días están en la desembocadura: exploran Tobago brevemente y se vuelven a Inglaterra. Berrío envía, como de costumbre, aviso de este incidente al rey, quien remite advertencias a las gobernaciones de Nueva Andalucía, Margarita y Venezuela.
40. Anthony Sherley.
La Guerra Anglo-Española incluye al Reino de Portugal por ser esta posesión del Monarca Católico. Por lo tanto, los ingleses atacarán también a las posesiones portuguesas de las Indias y África. Con este propósito sale de Hampton Anthony Sherley, el 23 de abril de 1596. Carga las naves «Bevice», «Galeon», «George», «Arcangel», «Swanne», «George Noble», «Wolfe», «Mermayde» y «Little John», de 300, 240, 160, 250, 200, 140, 70, 120 y 40 toneladas, mas una galera y una pinaza. Tres de estas naves se quedan en Plymouth para sumarse a un ataque del Conde de Essex y Raleigh contra el puerto de Cádiz: las demás siguen el rumbo inicial. En Canarias capturan una nave holandesa de 200 toneladas que va para Brasil y prosiguen hacia San Tomé del África, donde Sherley enferma y tienen encuentros con los nativos. No pueden tomar San Tomé y pasan a Santiago de Cabo Verde, que en un principio toman, pero sufren un contraataque de los portugueses que hace estragos en la armada. Deciden abandonar los intentos en África y fijan rumbo a Indias.
Yendo a Dominica, Sherley recae en su enfermedad a la vez que muchos soldados empiezan a sufrirla también: es descrita como «tan vil, que los hombres sentían asco de sí mismos, frenéticos y delirantes». Britto García la identifica como escorbuto. Llegan a la isla el 17 de octubre y se van el 25 de noviembre, considerablemente recuperados gracias al apoyo de los indios y las aguas termales. A los días pasan por Margarita, donde desisten de cualquier intentona por no haber encontrado pescadores de perlas. Pasan a la Punta de Araya en Nueva Andalucía, donde se topan con una sorpresa: está ahí anclada una nave flamenca (holandesa), cuyo capitán aborda a los ingleses para enseñarles un salvoconducto provisto por el «Lord Almirante» de Inglaterra. Es probable que se trate de una incursión temprana para la explotación de la salina, tan frecuentada por los holandeses en el siglo siguiente. El salvoconducto inglés demuestra, además, una alianza entre las dos naciones para facilitar este tipo de actos.

Salen para Cabo de la Vela. En Bonaire pierden el filibote capturado en Canarias con cierta cantidad de hombres, aunque la mayoría se salva. Los restos de esta nave serán rescatados meses después por Gonzalo de Piña Ludueña, gobernador de Venezuela, quien se apropia de la artillería para instalarla en el Camino Real de La Guaira. Los corsarios capturan una nave con dinero, telas, seda y maíz, de la que extraen dos pilotos que los guían hacia Santa Marta: la toman y piden rescate, pero los vecinos apenas pueden entregarles un prisionero inglés que se había quedado cuando lo de Drake. Toman Jamaica, donde reciben el 2 de marzo al capitán Parker, que los insta a unirse a él en su entrada a Honduras, como efectivamente lo harían. Se internan varias leguas por tierra buscando una vía hacia el Mar del Sur, pero eventualmente se rinden. Sherley propone a la tropa navegar hasta allí por el Estrecho de Magallanes, pero sus naves empiezan a desertar. Viendo que no tiene cómo remediar la situación, el capitán se embarca a su vez. El 15 de junio de 1597 está en Newfoundland.
Por estos tiempos la Corona intensifica las medidas defensivas frente a las incursiones corsarias. En 1596, por petición de la ciudad de Riohacha, el rey dispone la creación de otra flotilla de resguardo que costeara la Tierrafirme desde Cartagena hasta Nueva Andalucía. Ese mismo año se lanzan dos decretos importantes para Venezuela: la institución de un fondo de hacienda dedicado exclusivamente a la defensa contra corsarios (con la condición de que no excediera los 1.500 ducados anuales) y la abolición del impuesto de almojarifazgo o derecho de importación, hecho en consideración de las penurias económicas de los vecinos.
En 1597 se dispone la primera unificación de tipo militar entre las provincias de Tierrafirme: por Real Cédula del 17 de septiembre, se informa a Piña Ludueña que de ahora en adelante Venezuela aportará tropas y pertrechos militares a Margarita y Cumaná cuando estas estuviesen en peligro, y lo mismo en sentido contrario. «[…] os encargo y mando que con muy particular cuidado acudáis y socorráis a los dichos gobernadores en tiempos de necesidad con las cosas susodichas, teniendo siempre muy buena correspondencia con ellos y ayudándoos los unos a los otros, pues importa tanto a la conservación y defensa de la tierra que cada uno tiene a su cargo, que en ello me tendré de vos por servido» (ortografía modernizada). La relación de rivalidad que hasta entonces existía entre las provincias va a verse medrada por esta ordenanza, cimentando el camino que culminará en el s. XVIII con la formación de la Capitanía General.

41. Leonard Berry.
Si la anterior expedición planeada por Raleigh (la de Keymis) había sido modesta, esta lo era aún más: en diciembre de 1596, el poeta-corsario despacha de Weymouth al capitán Berry, comandante de la pinaza «Watte», en una misión de reconocimiento. Explora ríos de poca importancia en el Amazonas. En uno de ellos, el Corentin, Berry se encuentra casualmente a un Charles Leigh, que anda en el patache «John of London». Los corsarios unen fuerzas para explorar, pero eventualmente salen al mar y se pierden de vista. Leonard Berry está en Plymouth para junio de 1597. El capitán Berry asegurará que los ríos explorados son una entrada segura a Parima.
42. Holandeses en la Guayana.
Como mencionamos hace algunas entradas, parece ser que para este tiempo ya había holandeses merodeando las costas de Tierrafirme y el Caribe. La nación holandesa se encuentra desde hace décadas (y se encontrará por décadas más) en la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes, una guerra de independencia que acabará con el dominio castellano en aquel país: como tal, los flamencos reciben ayuda de los ingleses y son instados por estos a pasar las Indias a través de salvoconductos, como es el caso de los que encuentra Sherley en Araya. Como las Provincias Unidas están en guerra declarada con España, los holandeses que realizan estas actividades están amparados por el corso. Los primeros holandeses con nombres documentados en salir a expediciones de corso en Guayana son los capitanes Jacob Cornelisz, Marten Willemez, Jan van Leyen y Adriaen Reydertsen. El 3 de diciembre de 1597 salen de Briel los dos primeros, en las naves «Den Zeerider» y «Den Jonas», de 80 y 70 toneladas dobles.
Los barcos se ven separados por los vientos: el Zeerider que comanda Cornelisz pasa por Canarias y África en el transcurso de enero y para el 9 de febrero está en Tierrafirme. Por el río Caurora encuentran caribes que «los confunden con ingleses y les gritan “Engles, engles”»; con estos y otras tribus locales comercian. Casualmente se encuentran con el capitán londinense John Meysinge, que los acompaña por los ríos Coyani y Cauwo (31 de marzo y 1 de abril), donde comercian palo de brasil y tabaco con los indios. Prosiguen el viaje con dos indios reclutados, pero se separan de Meysinge el 16 de abril.

El 29 se les unen dos naves de Ámsterdam, comandadas por Dierck Jansz Roomechkerck y Wouter Syvertez, que salen a Margarita el 10 de mayo. También de Ámsterdam llegan el 3 de junio Jan van Leyen y Adriaen Reyndertsen, en un duo compuesto por un buque de 36 toneladas dobles y un bote de remos, llamados en conjunto «Sphera Mundi». Todos cuatro acuerdan entrar al Orinoco, «llamado Raleana o El Dorado», dividiéndose lo pillado de forma que le correspondieran tres octavos a Cornelisz y Willemez, y cinco octavos a Leyen y Reydertsen. Los comandantes y sus cincuenta soldados entran al río el 27 de julio.
A los días se topan con Santo Tomé, donde constatan estar el gobernador -ahora Fernando de Berrío, hijo de don Antonio- con sesenta caballeros y cien mosqueteros (el notable aumento de la población se debe a los soldados importados del Nuevo Reino y Venezuela). El expedicionario Cabeliau menciona el fiero conflicto entre los caribes y los castellanos, notado ya por corsarios anteriores, como hemos mencionado en más de una ocasión. En su relato, este menciona que los caribes se sirven de flechas envenenadas que matan en cuestión de un día, desprendiendo la carne de los huesos; dice, además, que los castellanos han desistido de proseguir la conquista por el río buscando evitar a los caribes, por lo que al corriente se encuentran abriendo un camino por las montañas, por el que buscarían continuar la conquista.
Los holandeses prosiguen por el Caroní, buscando oro mientras usan el libro de Raleigh como guía, aunque no encuentran nada. Lo que es más, un minero que les había prestado el gobernador los lleva a los sitios donde supuestamente estuvo Raleigh, pero siguen sin encontrar nada. Estos corsarios resultan, pues, engañados por los cuentos de los ingleses: las cosas en la Guayana no son como dicen los relatos populares, y los holandeses lo constatan al no encontrar ningún oro. Sin embargo, deciden seguir engañándose ellos mismos. Cabeliau escribe que sí hay oro, pero muy profundo en el Caroní, y que para acceder a él es imprescindible la ayuda de los indios.
Menciona, como los ingleses, que los indios ven a los holandeses como libertadores, aliados en su guerra contra Castilla. Esto, como en el caso de Inglaterra, es poco más que propaganda: ya vimos que Raleigh tuvo que censurar la causa de su retirada porque le estropeaba la pretensión de amistad con los indios. Al final, estos no tenían héroes ni libertadores: eran tan aliados (o enemigos) de ingleses y holandeses como en ocasiones lo eran de españoles y de otras tribus. Y aquellos tampoco veían a los indios como mansos desvalidos a proteger, esa era solo la imagen que vendían. Una curiosidad de la relación de Cabeliau es la mención del recibimiento cordial por parte del gobernador, quien incluso les presta ayuda. Fernando de Berrío será destituido años luego por acusaciones de contrabando: al parecer el tipo no tenía problema alguno en negociar con extranjeros.

El 13 de agosto se retiran de la Guayana y el 7 de septiembre están en Trinidad, donde comercian con los españoles. El 21 se separan Leyen y Reydertsen, yéndose a Margarita, y el 13 de octubre el resto de la expedición sale para Holanda. Reportan haberse encontrado con una nave de Raleigh en el camino, lo cual es imposible: lo más probable es que se tratase del misterioso Charles Leigh, mencionado en la entrada anterior. El 11 de diciembre atracan en Plymouth y el 28 en Middelburgo, Zelandia. Con esta entrada se inauguran los holandeses en el corso a Tierrafirme, que será tan abundante en el s. XVII, principalmente en la explotación de la salina de Araya. Tanto es así que, según Britto García, entre 1599 y 1604 se reportarán 491 naves corsarias -principalmente holandesas- en Araya. Sin embargo, esto concierne más que todo al predominio holandés, y de ello no nos ocuparemos.
43. Corsarios en Caracas.
A principios de 1599 en Venezuela, corsarios en cantidad y de nacionalidad desconocidas bajan a tierra y, eludiendo las defensas del camino de La Guaira recién instaladas por Piña Ludueña, queman la aduana de Caracas, sin que se sepan mayores detalles. Estos escuetos apuntes son conocidos por una cédula del 10 de julio de 1600, en que el rey (ahora Felipe III) amonesta al gobernador de Venezuela por su negligencia, pues se había retirado de Caracas en diciembre de 1598 hasta agosto de 1599, sin dejar en la ciudad un teniente a cargo del gobierno del ejército. El rey ordena, en consecuencia, que los gobernadores de Venezuela residan siempre en Santiago de León, guardando previsiones a la hora de ausentarse. Hasta entonces, el asiento del gobierno de Venezuela había sido una cuestión informal, pues los gobernadores vivían donde les viniera en gana, aunque Caracas había sido la ciudad preferida desde 1570.

Se oficializa así, en 1600, la capitalidad de Caracas sobre la Provincia de Venezuela. Durante el año de 1599, además, el cabildo dispone el cierre de las trochas hacia Caracas y refuerza las defensas del Camino Real. En esa misma cédula, el rey menciona a Piña Ludueña un asunto que había recientemente venido a su atención: la existencia de un tráfico de esclavos indígenas por parte de los holandeses en Guayana, Nueva Andalucía y Margarita. Por lo tanto, esta situación (que será de importancia durante muchas décadas más) venía sucediendo desde finales del s. XVI.
44. Corsarios por Margarita.
En algún momento no precisado de 1600, un vecino de Margarita de nombre Melchor López, dueño de la fragata «Nuestra Señora del Rosario», escucha de una armada corsaria que se acerca a la zona. A cambio de mil ducados, acuerda con el gobierno enviar la nave a dar aviso de los invasores a las provincias vecinas. Esta práctica, la de pagar a un particular para que diera avisos de gobierno urgentes usando naves rápidas y acortando trámites burocráticos, era común en las Indias. La nave de López es atacada por los corsarios y naufraga, contándose algunos muertos. El margariteño informa al rey de la situación y señala que no se le ha pagado lo acordado: Felipe responde en 1602, ordenando una investigación del caso.
45. Richard Fishbourne.
Richard Kingston, capitán del «Scorn», había salido de Plymouth en Pascua de 1600. Vía Brasil captura una nave con la que se devuelve a Inglaterra, dejando el Scorn a Richard Fishbourne, quien se va a robar en Margarita y Cumanagoto, en Nueva Andalucía.

46. William Parker.
El 7 de febrero de 1601 sale de Plymouth el capitán William Parker. Anda con su ejército de 130 hombres en las naves «Prudence» (de 100 toneladas) y «Perle» (de 70). Cargan, a su vez, una pinaza de 20 toneladas que se les hunde por Cabo Verde, tierra donde toman, saquean y queman la ciudad de San Vicente. En Coche (donde había pesquerías, como hemos mencionado) se consiguen al gobernador de Nueva Andalucía con una cuadrilla de soldados: desembarcan y les ganan la batalla a los castellanos, tomando prisioneros y trece botes, por los cuales reciben un rescate de 500 libras en perlas. Pasan a Cabo de la Vela, donde capturan una nave portuguesa que va para Cartagena con una carga de 370 negros «del Congo o Angola». Se meten por el río Portobelo con ayuda de guías locales secuestrados, y valiéndose del conocimiento de castellano de algunos soldados llegan hasta Portobelo, que saquean pero no incendian. Se aprovisionan en el Caribe y el 6 de mayo de 1601 están en Plymouth (lo que hace de la expedición una sorprendentemente rápida).
47. Holandeses en Margarita.
Al parecer, en algún momento no determinado de 1601, corsarios holandeses habrían secuestrado al tesorero de Margarita, obteniendo como rescate unos treinta mil pesos en perlas. De ese mismo año hay noticias del rescate de una artillería holandesa perdida por Curazao, dando a entender un aumento en el influjo de corsarios flamencos en las Indias. Como curiosidad, por estos años hay constancia de la preocupación de las autoridades eclesiásticas por el contacto de la Tierrafirme con corsarios ingleses y holandeses «herejes». Así, en 1604 el obispo de Puerto Rico escribe que los corsarios contrabandistas reciben protección ocasional de los gobiernos de Margarita y Nueva Andalucía; asegura, además, que aquellos introducen libros herejes y conversan con los castellanos sobre protestantismo.
48. Michael Geare.
El 25 de mayo de 1601, sale de Cape Lizard (Cornualles) Michael Geare, en las naves «Archangel» y «James». El 29 de julio está en Aruba, donde los indios le matan a siete hombres. Unos 19 días después están en Portete, en Cabo de la Vela. La gran tardanza de esta navegación se debe a la lucha con vientos contrarios. Luego de capturar tres naves por el Caribe, están en Inglaterra para inicios de 1602.

49. Simon Bourman.
El capitán Simon Bourman, hijo de inglés y española, anda con un barco y una pinaza saqueando «las costas entre Cumaná y Río de la Hacha» en el transcurso del año 1601. Es capturado por una nave de Cartagena cerca de Riohacha: sorpresivamente, se convierte al catolicismo y es usado por la Corona como informante, siendo liberado al final de la guerra. Desde este año de 1601 y durante los siguientes, el gobierno de Venezuela invertirá cantidades considerables en la construcción de la fortaleza de La Guaira, quintuplicándose los gastos desde 1601 hasta 1604. En este año, particularmente, se invertirá la cantidad -para nada despreciable- de 1.031.817 maravedís.
50. Oliph Leigh.
El Charles Leigh que hemos mencionado una o dos veces es un tipo misterioso: es referido de pasada en algunos documentos sobre otras expediciones, haciendo que lo que se conoce de sus viajes sean detalles muy escuetos. Se supone que al separarse de Leonard Berry, en mayo de 1598, se unió a la armada del Conde de Cumberland, que andaba por la zona. Eventualmente también se separa de este, saliendo para el Orinoco en el patache «Black Lee». En 1602 o 1604 (hay discrepancias en los relatos) habría enviado de Woolwich una nave, la «Olive Plant», a fundar una colonia en el río Oiapoque, actualmente en Brasil. Esta población fracasa en menos de dos años. Para 1605 Charles está accidentado en el río Wiapoco, y de ahí en adelante no se sabe más de él. Aquí entra en escena la expedición de su hermano Oliph Leigh.
El 14 de abril de 1605, sir Oliph envía de Woolwich la nave «Oliph Blossome», con hombres y bastimentos para su hermano. Malos vientos y pilotaje deficiente desvían el rumbo del barco. El 23 de agosto, 67 soldados que temen morir de hambre piden quedarse en Santa Lucía, mientras los demás siguen el trayecto como mejor pueden. De estos no hay más noticias, pero aquellos son de interés. Lo que sigue se encuentra registrado por John Nicol, uno de estos abandonados. En la isla logran abastecerse durante mes y medio, cazando y comerciando con los indios; se percatan de unas láminas de oro que estos tienen, y les preguntan dónde las habían conseguido: los indios les indican una montaña y los ingleses van hacia allá.

Parece ser que esto era una estratagema, pues los indios (que son caribes) los emboscan, atacándolos con macanas y flechas. Los ingleses logran disparar los mosquetes a duras penas. Al ver continuada la lluvia de flechas y tras sufrir varias muertes, los ingleses se retiran a su estancia, donde son acosados durante una semana: los indios les queman las casas y al final aquellos acuerdan entregar todas sus posesiones (cuchillos, hachas, azadas, etc.) a cambio de dejarlos ir de la isla en una piragua. En efecto, parten de Santa Lucía el 26 de septiembre.
Eventualmente, los famélicos y sedientos ingleses caen en una costa: la de Tucacas. A los dos días se topan con la que, curiosamente, sería su salvación: tres castellanos con seis siervos indios y negros, que van en caravana de Caracas a Coro. Los de Venezuela, a pesar de que debieron reconocerlos ingleses, los tratan con una cordialidad sorprendente. Los auxilian con «los mejores cuidados» y bajan de las bestias para cederlas a los moribundos.
Rescatan a los que habían quedado en la costa y los llevan a todos a Tocuyo de la Costa, un pueblo de indios que queda en la vía. Allí son cuidados por un señor de apellido Carvajal, que al parecer los trató «[…] como si hubiéramos sido sus compatriotas y amigos». Finalmente arriban a Coro, donde son vistos por un médico holandés que habla inglés (y lleva 16 años como preso de los venezolanos). Los once ingleses sobrevivientes y su relato son vistos por los vecinos con una especie de admiración: «[…] algunos dijeron que en verdad éramos diablos y no hombres: otros, que merecíamos ser canonizados, pero que éramos luteranos». Como era costumbre en casos así, los de Coro sugieren repartirse a los extranjeros en servidumbre; sin embargo, Nicol señala que no son tratados como prisioneros: por el contrario, «[…] nos cuidaron como niños, no permitiendo que nos faltara nada necesario para nuestra salud». En el caso de John Nicol, queda a la servidumbre de un Francisco López.
Parece ser que a los ingleses Coro no les disgusta para nada. Tanto es así, que cuando el gobierno de Venezuela intenta embarcarlos para Cartagena (de forma que pudiesen proseguir la carrera de Indias y volver a Europa), solo cuatro deciden irse. Quién sabe que habrá sido de la vida de estos ingleses en la Coro de inicios de 1600. Con respecto a los que se van: el gobernador de Venezuela había escrito a Cartagena recomendando a los pasajeros. Al llegar a esta son retenidos mientras esperan la salida para Cuba: por esta isla pasan sin mayores complicaciones y están en Barwick para el 2 de febrero de 1606. Y el lector se preguntará: ¿Por qué, más allá de ser tratados con amabilidad, se les permitió a extranjeros enemigos volver a Europa? Pues, la guerra Anglo-Española había terminado con el Tratado de Londres (favorable a España) en 1604. Para este episodio, por lo tanto, España e Inglaterra están en paz: la paz implica, como es lógico, el cese del corso. Por lo tanto, de aquí en adelante volvemos a la simple piratería.

51. Robert Harcourt.
Robert Harcourt sale de Plymouth el 13 de marzo de 1608 con las naves «Rose», «Patience» y «Sirius». Carga consigo a Martín, el hijo de Topiawari que hace años se había llevado Raleigh. El 11 de mayo está en Guayana; llega al sitio donde había estado Morequito, el caserío del cacique Topiawari, y ahí «toma posesión del territorio» con una ceremonia militar. Los indios se presentan ante él vistiendo roídas ropas inglesas que les había regalado Raleigh, y Hartcourt asegura ser un enviado de aquel (lo cual es falso). Los ingleses intentan conseguir una mina de oro, lo cual resulta infructuoso.
Deciden salir a Trinidad, donde estaba el gobernador. En Paria encuentran ancladas a la nave holandesa «Diana», y las inglesas «Penelope» y «Endeavour», de un mercader de apellido Hall. Los ingleses son bien recibidos por el gobernador Fernando de Berrío: sin embargo, los castellanos se extienden en negociaciones de comercio y Harcourt sospecha una movida. Ha pasado una semana de su arribo, y el inglés parte a media noche sin avisar. No obstante la «toma de posesión» de Guayana, Harcourt se regresa a Inglaterra. Parece ser que la sospecha era justificada, pues inmediatamente Berrío ataca las naves inglesas de Paria y ejecuta a 36 de sus tripulantes. El pirata Robert Harcourt publicaría su exploración en la obra «A relation of a voyage to Guiana» (Una relación de un viaje a Guayana; Londres, 1629).
52. Thomas Roe.
Sir Thomas Roe, importante miembro de la corte inglesa que recién había explorado la desembocadura del Amazonas por mandato de la Corona, decide pasar al Orinoco en fechas de la partida de Harcourt. En Paria encuentra unas quince naves de ingleses, franceses y holandeses, que contrabandean tabaco con obvio conocimiento del gobernador Berrío. Recién había sucedido el ataque a las naves de Hall, que molesta a Roe; no tiene tiempo, sin embargo, para increpar al gobernador que se encuentra preparando una nueva entrada a Guayana. Roe dice que no cree que pueda tener éxito, pues ve a Berrío como «[…] indolente, inepto para el trabajo, y más hábil para cultivar y vender el tabaco que para fundar colonias o dirigir ejércitos». Roe regresa a Inglaterra para ser enviado como embajador ante los mogoles de India.

53. Walter Raleigh, otra vez.
Sir Walter Raleigh, el poeta-corsario, había estado ocupado después de su primera expedición a la Guayana: en 1596 participa destacadamente en el asalto a Cádiz como vicealmirante de la armada de Robert Devereux, Conde de Essex, el nuevo favorito de Isabel. Al año siguiente se adelanta a Devereux en un ataque a las Azores, logrando muy buenos resultados, aunque se enemista con el conde. Mientras tanto, enviará a Guayana las expediciones pequeñas que hemos mencionado hace varias entradas. Raleigh, que años atrás había dejado de ser uno de los principales de la reina, va a ver aún más truncada su fortuna al ascenso del nuevo rey en 1603: Jacobo I Estuardo, que favorece la paz con España y la tolerancia religiosa.

El rey, primo de Isabel I, había tenido correspondencia con Robert Debereux y estaba al corriente de las desmedidas ambiciones de Raleigh y sus enemistades en la corte. Llega al trono destituyendo a sir Walter de la capitanía de la Guardia Real, expropiando sus siembras y una mansión que tenía en Durham. Lo que es más, en el mismo año Raleigh y otros miembros de la corte son falsamente acusados de conspirar para derrocar al rey e instaurar a su prima Arabella Estuardo.
El poeta-corsario es condenado a muerte, pero su ejecución se suspende indefinidamente. Desde 1604 es recluido en la Torre de Londres, y allí estará hasta marzo de 1616. Pasa doce años escribiendo poesía, crónicas, tratados de historia y ciencia política. Además de eso, suplica obstinadamente al rey que se le permita hacer una nueva exploración hacia El Dorado; finalmente, a través de la intercesión de amigos poderosos, Jacobo I accede y le otorga a Raleigh su tan esperado permiso. Este considera -y con razón- que la expedición será la última aventura de su vida: usa todos los medios de los que dispone para llevarla a cabo, y hacerlo con grandeza.
El documento de autorización que Jacobo otorga a Raleigh estipula explícitamente que en el viaje no se hará daño alguno contra las posesiones de España y países aliados. De esta forma, a la vez que complace a los miembros de la corte que más favorecen las hostilidades contra España, evita entrar en una confrontación directa con esta y ejerce presiones para que los españoles busquen una alianza más sólida con Inglaterra. Si la expedición tiene éxito, los ingleses estarán en posesión de El Dorado; si la expedición fracasa, pueden deshacerse completamente de Raleigh. Sin embargo, hay una predisposición del rey a hacerla fracasar: Jacobo filtra información de la planificación al embajador español Diego Sarmiento de Acuña, quien avisa a la Corona, y esta a los gobiernos de Venezuela, Nueva Andalucía, Guayana, Santa Marta y Cartagena por medio de una cédula del 19 de marzo de 1617. Se les advierte tomar previsiones contra «Gualtero Reali», que va con mil hombres a invadir la Guayana.
Finalmente, Raleigh sale de Plymouth a su último viaje el 18 de marzo de 1617. La almiranta es el gigantesco buque «Destiny», de 450 toneladas y con 35 cañones; lleva once barcos más, entre los que se cuentan al «Jason» (240 toneladas y 25 cañones), «Encounter» (160 y 17), «Tinder» (180 y 20) y «Flying Joan» (120 y 14 piezas de artillería). Es curiosa la apreciación que Raleigh escribirá sobre los soldados de esta expedición: «[…] no habían visto el mar ni conocían la guerra, los cuales, con excepción de casi cuarenta caballeros, eran la hez del mundo, borrachos, blasfemos, y tal clase de gente, que sus padres, hermanos y amigos, pensaron que era una excelente y buena ganancia deshacerse de ellos por el riesgo de algunas treinta, o cuarenta o cincuenta libras con el conocimiento de que ellos no podrían vivir un año completo tan barato en el hogar».

Los contratiempos empiezan apenas salen: una tormenta hunde el Flying Joan, la pinaza del capitán Chudley y desvía hacia Bristol la del capitán King, mientras el Destiny se refugia en Cork, Irlanda. Raleigh rompe las condiciones de la autorización tan pronto como llega a Canarias, desembarcando forzosamente en Lanzarote; para no involucrarse en esto, el capitán Baily se regresa a Inglaterra en la «Husband», de 200 toneladas, haciendo a sir Walter perder aún otra nave. Para más inri, al poco tiempo una epidemia les causa cuarenta muertes y enferma a Raleigh.
El 7 de noviembre llegan a Trinidad. Raleigh, que sigue enfermo, dice que no bajará pero que nada lo hará retirarse a Inglaterra. La exploración del Orinoco será encargada, entonces, al ya conocido Lawrence Keymis, con 600 hombres en los siguientes botes: «Encounter», «Supply», «Pink», «Confidence» y «Fly», comandados respectivamente por Whitney, King, Robert Smith, Wollaston y Hart. Las compañías que van son las de los capitanes Parker, North, Hornehurst, Hall y Chidley, al igual que la «Compañía de Jóvenes Aventureros», del capitán Walter Raleigh Jr. (hijo de Raleigh, apodado «Wat»). Completamente dispuesto a romper lo acordado con el rey Jacobo, Raleigh Sr. desembarca hombres en Trinidad y pretende tomar San José de Oruña: son repelidos por el teniente Benito de Baena, sufriendo numerosas muertes y prisioneros.

Pasando a Keymis: su ejército carga como guía a un castellano secuestrado, criado del nuevo gobernador Diego Palomeque de Acuña, que debía llevarlos a una mina cerca de Santo Tomé, supuestamente muy rica. Al rato de entrar al río (que lo hace por la llamada «Boca Grande» o «Boca de Navíos») se encuentra a Hugh Goodwin, que en 1596 había sido referido a Keymis como muerto por tigres. El 12 de enero de 1618 desembarcan hombres en Yaya, a doce leguas de Santo Tomé, con los que se hará un ataque conjunto terrestre-fluvial. El gobernador, que está en la ciudad, recibe noticias de la situación: inmediatamente apresta a sus 57 soldados, pone dos cañones mirando al río y se acuartela en la iglesia, mientras el capitán Gerónimo de Grados prepara una emboscada a las afueras.
Los ingleses, que caen de noche, son recibidos por dos cañonazos del lado del río, y por tierra deben enfrentarse a la emboscada por espacio de hora y media. Eventualmente, los ingleses logran escabullirse y los castellanos se retiran a la ciudad. Ya en Santo Tomé la batalla se vuelve caótica: en combate cuerpo a cuerpo mueren el gobernador y el capitán Juan Ruiz Monje; el capitán Arias Nieto mata de un culatazo en la cabeza a Walter Jr., y en retaliación es muerto de un alabardazo por el sargento John Plessington. Los españoles se meten a sus ranchos y desde ahí disparan, pero los ingleses les prenden fuego. Aquellos se repliegan en una casa fuerte al lado del mercado, pero después de una lucha a tiros son puestos en fuga hacia la selva.
Ya con Santo Tomé tomada, los ingleses entierran a sus capitanes muertos con honores militares: toque de tambor, despliegue de armas y banderas, y procesión alrededor de la plaza. Los castellanos atacarán a los ingleses desde el monte en los días siguientes, embarazando sus intentos de tomar comida en las afueras de la ciudad. Keymis y los capitanes Thornburst, William Herbert y John Hampden comandan una flota que seguirá recorriendo el río. El barco de Thornburst es interceptado por Gerónimo de Grados con nueve españoles y diez indios: resulta hundido, y el inglés muerto con sus treinta soldados. Los demás llegan hasta el Apure, donde ofrecen hachas y cuchillos a los caribes. Los castellanos, aún en los montes, desean saber el destino del gobernador, que no se había determinado en la confusión del combate; para ello envían un heraldo que es recibido por Keymis, quien ya está de vuelta en Santo Tomé.
Siguen los ataques españoles, como el del capitán Juan de Lezama con 23 españoles y 60 indios, que mata cuantiosos ingleses. Las fuentes arrojan que los ingleses habrían perdido entre 100 y 250 hombres durante su -más o menos breve- estadía en Santo Tomé. La carnicería que estos pocos soldados guayaneses causan entre los piratas disuade a Keymis a abandonar la búsqueda de la mina y retirarse, aunque él arguye que se debe a la falta de provisiones, sospechas de la muerte de Raleigh y conflictos internos. Los ingleses saquean la iglesia y le prenden fuego a la ciudad, que al parecer resulta reducida hasta las cenizas. Antonio Caulín, en su «Historia corográfica y evangélica de la Nueva Andalucía, provincias de Cumaná, Guayana y vertientes del río Orinoco» (Madrid, 1779), asegura que el trágico destino de Santo Tomé fue un castigo de Dios por la desobediencia de los vecinos a la Corona, al practicar abundantemente el contrabando (como vimos sucedía en el gobierno de Fernando de Berrío).

Keymis es recibido por Raleigh con insultos y humillaciones. Como escribe el propio comandante: «Yo rechacé todas estas fantasías, y delante de varios caballeros desautoricé su ignorancia […]». Prosigue: «[…] [Keymis] me había arruinado con su testarudez, y que no favorecía ni atenuaba de ninguna manera su anterior locura». Le recrimina, especialmente, la muerte de Walter Jr., arguyendo que se debió a la negligencia del teniente. Luego, Raleigh escribirá que Keymis era un hombre que se encontraba «[…] muy lejos de importarle agradar o dar satisfacción a nadie, sino a sí mismo».
En secuencia de este altercado, Lawrence Keymis va a su camarote y se pega un tiro en el pecho. La bala se atasca en una costilla, por lo que se remata de una puñalada al corazón. En este momento algunos capitanes desertan y se vuelven a Inglaterra. Raleigh sale a ver si puede rascar algo en el Caribe, y en el transcurso de este recorrido desertan todos los demás. El poeta-corsario llega a Plymouth en el Destiny, únicamente acompañado por el Jason. Ha concluido el periodo de los piratas de El Dorado, y del predominio inglés en la historia de la piratería en Venezuela.
El rey Jacobo ya está enterado de las gravísimas violaciones al acuerdo cometidas por Raleigh, y lo apresa apenas llega. El rey siempre ha querido deshacerse de una forma u otra de sir Walter Raleigh. Ahora tiene la excusa perfecta para eliminarlo completamente, haciendo cumplir la sentencia que se le había dictado en 1604. Raleigh redacta un curioso documento, la «Apología para el último viaje a Guayana», donde explica aspectos de la expedición y defiende su actuación (aunque de forma poco acertada: dice, por ejemplo, que realmente no estaba atacando posesiones españolas porque los indios las habían cedido a la reina Isabel en su primer viaje).
Sir Walter Raleigh, Gualtero Reali, Gualtarra, artista y militar de renombre, temido corsario y pirata, amado y odiado por la Corona Inglesa, morirá decapitado en Londres el 29 de octubre de 1618. Se podría decir que con él acaban los sueños de El Dorado. España y sus enemigos caerán en cuenta de una dura realidad: en las provincias de ultramar no hay todas las riquezas inauditas y fáciles que creen haberse; lo que quiera sacarse de ellas, se hará con trabajo y paciencia.

54. Epílogo: ingleses en el Esequibo.
En 1619 los indios aruacas se encuentran alzados: entorpecen el comercio y matan a seis castellanos en una expedición al río Esequibo. Fernando de Berrío, restituido en el gobierno de Guayana tras la muerte de Palomeque de Acuña, encarga treinta hombres a Gerónimo de Grados con la misión de castigar aruacas y caribes. Somete primero a los aruacas del Baruma, luego a los del Esequibo y del Verins. Resuelve pasar nuevamente al Esequibo con dos piraguas, esta vez a someter a los caribes: para su sorpresa, encuentra a los indios comerciando con ingleses, que andan en seis naves. Lo reciben cuarenta mosqueteros ingleses en canoas, con los que tiene un enfrentamiento. Grados decide acercarse a tomar provisiones en un poblado indígena, pero lo encuentra vacío; se ve atrapado entre los ingleses e imposibilitado de atacar con efectividad.
Los castellanos deciden, entonces, escribir a los ingleses pidiendo se les dejase partir en paz. A través de un mensajero holandés, se les dio la respuesta de que, al día siguiente, Grados y el capitán inglés podrían negociar en medio del río y con un solo soldado acompañante para cada uno. Ya en reunión, los ingleses prenden fuego a la piragua de Grados y lo secuestran junto con el acompañante. Aquellos llegan hasta Arature y escriben al gobernador pidiendo rescate por los presos, pero se niega: los ingleses pasarían por Margarita, Cumaná y Caracas exigiendo tabaco a cambio de los rehenes castellanos, pero en ningún lado se los quieren dar. Eventualmente liberan –sin recibir rescate- a Gerónimo de Grados, que morirá preso por acusaciones de contrabando años después. Este acto de piratería inglesa puede tratarse de uno de los primeros casos de intercambio de armas por tabaco y esclavos entre ingleses/holandeses e indios, una actividad que tendrá mucha extensión en los periodos posteriores.

Llegamos, con esto, al final de este larguísimo recorrido por casi un siglo entero de aventuras piráticas. Pero este es solo el inicio: los siglos siguientes serán igual de convulsos, o aún más. El siglo XVI es apenas de gestación. En este siglo XVII, donde abandonamos la narración, iniciará la llamada «Edad de Oro de la Piratería», donde se dará la consolidación de los modos de vida piratas, se crearán organizaciones de bandoleros e incluso se fundarán «Estados piratas», al amparo de delincuentes de todas las naciones: ingleses, franceses, holandeses, continuarán la guerra sin tregua contra España. Mas todo aquello queda relegado al estudio individual de los lectores (recomendamos encarecidamente la obra de Britto García, que sirvió como grueso documental de toda esta serie) o, solo quizá, a futuras entregas. Vale.
Bibliografía:
Guillermo Morón. Historia de Venezuela (tomo II: Estructura Provincial). Encyclopædia Britannica, Caracas, 1984.
Luis Britto García. Demonios del mar: piratas y corsarios en Venezuela, 1528-1727. Comisión Presidencial V Centenario de Venezuela, Caracas, 1998.
Hemerografía:
Astrid Vendaño Vera. “Raleigh, Walter”. Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación de Polar. URL= https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/r/raleigh-walter/
Claudio Wagner. “Los mitos en tiempos de la conquista española”. Estudios filológicos, N°. 70, 2022. URL= https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0071-17132022000200213
Equipo editorial. “Ellos llegaron a Venezuela”. En: Piratas en las costas venezolanas (El Desafio de la Historia. Vol. 13, 2015). Caracas, Venezuela.
Equipo editorial. “Libro: El descubrimiento del grande, rico y bello imperio de Guayana”. Museo del Libro Venezolano. URL= https://museodellibrovenezolano.libroria.com/el-descubrimiento-del-grande-rico-y-bello-imperio-de-guayana/
Francisco Alejandro Vargas, Manuel Lucena Salmoral. “Corsarios”. Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Empresas Polar. URL= https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/c/corsarios/
Juan Francisco Alonso. “Quién fue Alonso Andrea de Ledesma y por qué se le considera el Quijote caraqueño”. BBC News Mundo, 25 de julio de 2023. URL= https://www.google.com/amp/s/www.bbc.com/mundo/articles/cw4vmg0yxvdo.amp
Mark Cartwright (trad: Felipe Arancibia). “Walter Raleigh”. World History Encyclopedia en Español. URL= https://www.worldhistory.org/trans/es/1-19005/walter-raleigh/