Corría el año de 1813 y la crudeza de la Guerra de llegaba a su pináculo. El Libertador Simón Bolívar se hallaba en Trujillo, desarrollando la Campaña Admirable que había emprendido meses antes desde la Nueva Granada, a fin de liberar territorios de las manos realistas, no sin antes ser testigo de la rudeza con la que el ejército monárquico había llevado a cabo la defensa de los intereses españoles.
La pacificación estaba en pleno auge, al mando el Capitán General de Venezuela Domingo de Monteverde, quien había sido enviado por Fernando VII a extinguir la insurrección republicana, dando al traste con la Primera República y no escatimando esfuerzos en dicha acción, al punto de asesinar y torturar personas que estuvieran o no, casados con la causa independentista. La Guerra estaba desatando las más obscuras pasiones dentro de los bandos en disputa, no habían términos que la regularizaran, muy a pesar de existir valores, caballerosidad y dignidad en el desarrollo de la misma, sin embargo, la ferocidad del ejército de S. M. El Rey se desató al punto de no solo matar sino desmembrar cuerpos y freír cabezas en aceite, encerrándolas en jaulas en las entradas de cualquier ciudad y repartiendo los despojos por los cuatro costados de las mismas.
Ya el abogado y Coronel Antonio Nicolás Briceño había decretado, desde Cartagena de Indias, el 16 de enero de ese año, entre otras cosas lo siguiente: “…destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos, en que van inclusos los isleños de Canarias…Ni uno solo debe quedar vivo…» cosa por la cual fue apodado como “El Diablo”, estableciendo así un precedente en la América Española, la muerte y destrucción que llevaron a cabo oficiales y soldados realistas, en contra de venezolanos, conllevó al odio hacia quienes de la Península llegaban, tildándoles de «españoles salvajes y bárbaros». Pero el Decreto de Guerra a Muerte cuenta con otro precedente, el que se llevó a cabo en Haití en contra de los franceses y que resultó efectivo para la independencia de esa República.
La idea de llevar a cabo dicho estilo de Guerra fue descartado en un principio por personas como Francisco de Miranda, Presidente de la Primera República, quien prefirió la Capitulación antes de llevar a cabo feroces estilos bélicos a los cuales él no estaba acostumbrado, por estar curtido más bien en un estilo de Guerra que mantenía la caballerosidad y las reglas del campo de batalla y el respeto por prisioneros o los rendidos, cosa que la Guerra a Muerte no respetaría.
Ante tales hechos en los cuales incluso al propio Miranda no se le respetaron sus derechos como oficial, además de las masacres llevadas a cabo en La Victoria el 26 de julio de 1812, donde son fusilados una partida de cuarenta soldados independentistas que se habían pasado al bando realista tras la caída de la Primera República, Briceño redacta tal decreto a fin de “igualar” las acciones en contra de la barbarie acometida por las fuerzas monárquicas. José Francisco de Heredia y Mieses, oidor y regente de la Real Audiencia de Caracas, relata en su libro Memorias sobre las Revoluciones de Venezuela que, en las misiones de Apure, un fraile capuchino de nombre Fernando del Coronil y partidario de Monteverde, exhortaba: «…en alta voz a los soldados que, de siete años arriba, no dejasen vivo a nadie…».
No solo este monje capuchino llevó a cabo tales exhortos, en la práctica también, además del Capitán General de Venezuela Domingo de Monteverde, oficiales como Eusebio Antoñanzas, a las órdenes de este y luego a las de Bóves, llevó a cabo masacres en San Carlos, Calabozo y San Juan de los Morros, donde no distinguió entre hombres, mujeres o niños a la hora de matar y acabar con los republicanos, también en dejó su huella en el oriente donde fue nombrado Gobernador de Cumaná, sitio de su final, al ser herido de gravedad durante el sitio de la ciudad, a manos de Santiago Mariño, huyendo a Curazao donde muere por las heridas. Antoñanzas en distintos contactos con el gobierno manifestó que, la rigurosa política represiva de Monteverde, iba a dar como resultado «…un total aborrecimiento del nombre español…».
El historiador Arístides Rojas menciona en diversas bibliografías, como perpetradores de las masacres que antecedieron al Decreto de Guerra a Muerte, a varios oficiales españoles: «Aldama, Antoñanzas, Boves, Ceballos, Calzada, Dato, Enrile, Fierro, Gabazo, García Luna, los López, Martínez (Pascual), Millet, Mollinet, Monteverde, Morales, Moxó, Pardo, Puy, Quijada, Rosete, Suazola, Tíscar, Urbieta, Urristieta, Ñáñez, Zerberis, he aquí los actores y ejecutores de este sangriento y prolongado baño de sangre, con cinco de ellos, con Ceballos, Antoñanzas, Monteverde, Suazola y Boves comienza la carnicería desde 1812».
El Libertador, Simón Bolívar, afectado y embargado por los crímenes atroces acometidos por los oficiales realistas a lo largo de 1812, se determina a redactar un decreto que se haga oficial en el territorio. A diferencia del redactado por Briceño, donde establece diferencias entre “españoles europeos y españoles americanos”, en este decreto se buscó romper definitivamente con esa sensación, por llamarla así, de Guerra Civil entre españoles republicanos y realistas, para llevarla al campo internacional en el cual, un ejército de ocupación, en este caso el enviado por la Corona española, estaba desarrollando una Guerra atroz y sin cuartel contra ciudadanos venezolanos sin discriminar entre clases sociales, géneros o edades. Es por ello que las acciones bélicas y políticas tomarían otro matiz.
El decreto es el siguiente:
“Simón Bolívar, Brigadier de la Unión, General en Jefe del Ejército del Norte, Libertador de Venezuela.
A sus conciudadanos Venezolanos:
Un ejército de hermanos, enviado por el Soberano Congreso de la Nueva Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las Provincias de Mérida y Trujillo.
Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los americanos y establecer los gobiernos republicanos que formaban la Confederación de Venezuela. Los Estados que cubren nuestras armas están regidos nuevamente por sus antiguas constituciones y magistrados, gozando plenamente de su libertad e independencia; porque nuestra misión sólo se dirige a romper las cadenas de la servidumbre que agobian todavía a algunos de nuestros pueblos, sin pretender dar leyes ni ejercer actos de dominio, a que el derecho de la guerra podría autorizar
Tocados de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña y os han destruido con la muerte; que han violado los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y los tratados más solemnes; y en fin han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así, pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende impunemente a los hijos de América.
A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, a abrirles por última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir entre nosotros pacíficamente, si detestando sus crímenes y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de la España y al restablecimiento de la República de Venezuela.
Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra y magistrados civiles que proclamen el Gobierno de Venezuela y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al Estado serán reputados y tratados como americanos.
Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de la senda de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables y que sólo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de Americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de vuestros hermanos.
Esta amnistía se extiende hasta los mismos traidores que más recientemente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida que ninguna razón, causa o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis para excitar nuestra animadversión.
Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.
Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813. Simón Bolívar.”
La Guerra a Muerte se perfilaba contra todo español y canario que no obrara en favor de la libertad de Venezuela y de América. La diferenciación entre americanos y españoles se hizo patente, rompiendo definitivamente con esa sensación de Guerra Civil entre españoles, de ahí en adelante, la Guerra sería entre venezolanos y americanos, contra españoles y canarios, el conflicto, a partir de aquí, tomaría un cariz internacional.
En esencia, el Decreto redactado por El Libertador, marcó un antes y un después, a diferencia del escrito por Briceño en Cartagena, que establecía una diferencia entre los españoles de Europa y los españoles de América, no rompiendo así con España, o el ser español, sino marcando distinción de sistemas, es decir, Briceño en el fondo estableció que, los españoles americanos, querían la República y esto los hacía liberales, igualitarios y fraternales, haciendo clara alusión a las influencias de la ilustración, mientras que los españoles europeos eran bárbaros y carecían de espíritu libertario por su claro apego a la monarquía absolutista, lo cual El Libertador desestimó porque, la idea en sí, era la de la Independencia y la de generar una nacionalidad venezolana, la cual era totalmente distinta a la española.
Bolívar no entró en temas sociológicos o antropológicos en el sentido estricto de las ciencias que estudian a la sociedad o al hombre, es decir, aunque el venezolano sea producto de la influencia española y, aún hoy en día, nos sigamos pareciendo unos con otros, el año 1813 debía marcar un antes y un después, Venezuela debía comportarse como una Nación independiente, distinta de España en todos los sentidos, no podía seguir desarrollándose una Guerra Civil cuando las ideas eran distintas, cuando geográficamente no estábamos en el mismo territorio y cuando “la naturaleza” de los propios enviados por Madrid, a pacificar las rebeliones, llevaban a cabo criminales matanzas en contra de los habitantes.
La Guerra a Muerte significó el inicio de un proceso que decantaría en ser venezolanos o ser españoles, no cabía el seguir siendo españoles pero de América, ser español no era una opción, salvo que se luchara en pro de la libertad y de la República.