Las «Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales», redactadas por fray Pedro Simón y mandadas a publicar en España en 1624, constituyen uno de lo más importantes y curiosos documentos historiográficos del periodo colonial americano.
La obra, de la cual sólo llegó a publicarse su primera parte (que va desde el descubrimiento del Nuevo Mundo, hasta el gobierno de Fernando de Berrío en la Provincia de Guayana, usando como fuente principal el manuscrito bogotano de fray Pedro de Aguado, de 1582) en 1627, es cronológicamente la segunda de su tipo escrita sobre el Nuevo Reino de Granada (actual Colombia) y Venezuela, y la primera publicada sobre esta última; puesto que, debido a la muerte de Simón, los neogranadinos tendrían que esperar varios años más para tener su Historia salida de la imprenta.
Además de temas históricos, el tomo trata, en su primera «noticia historial», varias cuestiones filosóficas, políticas (organización territorial y administrativa de las Indias) y científico-teológicas (como el poblamiento antediluviano de América, o la posible ascendencia púnica -o hebrea- de los indios).
De varias descripciones que da en las siete «noticias historiales», y en la relación de «Pueblos, y otras partes más notables, con sus graduaciones, que se comprenden en este primer tomo, por modo de recapitulación», se puede armar una imagen de los lugares -que él mismo conoció como visitador de la Provincia Franciscana de Santa Cruz de Caracas- que componían la Provincia.
Antes de relacionar las ciudades, es justo incluir un fragmento, del capítulo II de la segunda noticia historial, en el cual el franciscano juzga que la pobreza de los habitantes españoles de Venezuela es un castigo de Dios, debido a los abusos cometidos por los primeros conquistadores. Cumple como su visión general de la Provincia, y de sus recién nacidos pueblos:
«Parece que nunca le ha cubierto pelo a esta Provincia de Venezuela, la llaga, o cicatriz con que a los principios comenzó a poblarse, haciendo esclavos a sus naturales: pues siendo la mayor parte de ella tan fértil como es, tan llena de ganados, y de tantos, y tan buenos puertos abiertos todo el año: tantas y tan buenas minas de oro, y otros metales; tanta cría de árboles de cacao; gran suma de algodonares; todas las ciudades, y españoles que viven en ellas, son de tan cortos, y tasados caudales, que apenas alcanzan a dar de comer a sus dueños; de que podemos entender obra esto algún secreto juicio de Dios, que va castigando las injusticias que en sus principios hicieron a los indios: […]».
Hemos respetado la sintaxis y gramática original del texto, solamente modernizando la ortografía, y corrigiendo las numerosas erratas.
Santa Ana de Coro:
«La primera, y más antigua ciudad (como hemos visto por la historia de toda la Gobernación de Venezuela, que es de quien principalmente trata este primer tomo) es la de Coro, en sesenta grados y diez minutos de longitud, y diez grados y cincuenta minutos de latitud al norte: fundada en una provincia de indios, llamada Coriana. Es cabeza del Obispado de Venezuela, sufraganeo del Arzobispado de la isla de Santo Domingo, y así está allí la Catedral, con sus prebendados, y canónigos: si bien el Obispo lo menos asiste en ella, por ser la ciudad de León en Caracas, más populosa, y de mejor temple, y seguro. Hacen los prebendados el Oficio Divino con mucha puntualidad en ella, aunque la Iglesia se está con solos principios, por la mucha pobreza de la tierra. Es también la ciudad, por la misma razón de su antigüedad, cabeza de la Gobernación de Venezuela, de donde se intitula el Gobernador de todo aquel partido, que tiene dos mil ducados de salario en situado, aunque su más ordinaria asistencia, por la razón dicha, es en Santiago de León de Caracas, donde también asisten los oficiales, contador, y tesorero de la Caja Real, que habían de estar en esta ciudad, que también tiene sus dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, Regidores Perpetuos, y otras justicias, con Teniente General de Gobernador; un convento de nuestra Orden. Es tierra calidísima, tiene dos puertos razonables; ya está muy sin sustancia, por haberle faltado casi de todo los Indios, y los que han quedado estar muy lejos de la ciudad, la tierra adentro. Danse algunas de las frutas de Castilla, como son uvas, e higos, y todas las de la tierra, en especial unas que llaman datos, de tres, o cuatro colores, verdes, colorados, amarillos, anaranjados, que hechan unos árboles muy altos, y feos, todos cubiertos de espinas, pero es la fruta de maravilloso gusto, y dura los seis meses del año continuados».
Del capítulo III de la séptima noticia historial:
«No ha venido a mis manos cosa en pueda detenerse la historia en el tiempo de este Gobernador [Pedro Ponce de León], desde lo dicho, hasta lo que sucedió el año de mil y quinientos, y sesenta y siete [1567], día de Nuestra Señora de septiembre en la ciudad de Coro, donde llegaron este día ciertos navíos franceses, y escoceses, corsarios de aquella costa, y habiendo surgido de noche a la sorda en uno de aquellos puertos, dieron tan de repente sobre la ciudad, que tasadamente tuvieron lugar algunos para escaparse huyendo, con sus mujeres, e hijos, que no pudiendo ser todos, hubieron a las manos a otros, y todo lo que pudieron haber del pueblo, en el cual estaba también a sazón el Gobernador don Pedro Ponce de León, y el Obispo don fray Pedro de Agreda, que también tuvieron lugar, aunque con harta prisa, de subir a caballo, y escaparse de la rabia de estos salteadores, que no traían otro hipo mayor que haber a las manos a los dos, más por vengar su herético coraje en sus personas que en sus riquezas; si bien no lo ejecutaron con poca crueldad en la Iglesia Catedral, que no había otra, donde hicieron tan grandes estragos en las imágenes, y cuanto pertenecía al Culto Divino, como en todas partes que pueden lo hacen los herejes luteranos, como lo eran, al menos los escoceses; si bien a los franceses no me atreveré tampoco asegurarlos quedaron limpios en estas maldades: que pasando con ellas adelante, intentaron asolar del todo la ciudad, matar los pequeños, y llevarse los mayores que habían cautivado, como lo hicieran, si no les dieran por el rescate de todo dos o tres mil pesos, en que se concertaron: con que dejando el pueblo hecho un hospital, y con no pocos despojos, por estar entonces la tierra bien reparada, se volvieron a embarcar, sin haberles sucedido cosa adversa, por ser la vecindad poca, y menor la defensa, en especial para tantos enemigos, como eran estos. Fue tal el estrago con que quedó la tierra en esta ocasión, que hoy no ha podido alzar cabeza, y así los que lo son en lo espiritual, y temporal por esta ocasión, y asegurarse de las que se les pueden ofrecer semejantes, no es su habitación ordinaria esta ciudad (aunque es la más antigua, y cabeza, como hemos visto de esta Gobernación) sino en la de Santiago de León, a que también aficiona su mejor temple, y abundancia, como desaficiona en ambas cosas, la de Coro, y más en estos tiempos, donde ya le han quedado muy pocos, y casi ningunos naturales».
Nuestra Señora de El Tocuyo:
«Tras esta ciudad se pobló la de El Tocuyo, que está en cincuenta y nueve grados y cincuenta minutos de longitud, y siete grados de latitud al norte, ochenta y cinco leguas de la de Coro al sur: es provincia de indios, poblóla el Capitán Carvajal, del Licenciado Tolosa, como dejamos dicho; tierra muy caliente por la mayor parte, aunque tiene pedazos de fría, y bien templada, pero en toda ella se da buen trigo, en especial en el valle de Quíbor, con grandes crías de ganado de mayor, y menor. En las tierras frías goza de muy buenas aguas, falta de oro, abundante de algodón, y de todas frutas de la tierra, y de algunas de Castilla. Hízola famosa el haber muerto la gente de ella, al tirano Lope de Aguirre. Gobiérnase por dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, y Regidores Perpetuos, sujeta al Gobernador de Venezuela, que tiene de ordinario puesto en ella un Teniente. Tiene un convento de nuestro Padre San Francisco, y otro de Santo Domingo, Cura, y Vicario, y algunos clérigos».
Del capítulo XIX de la quinta noticia:
«[…] Son abundantes estas dos ciudades, Tocuyo y Barquisimeto (que en todo corren casi igual fortuna) de todas frutas de la tierra, y en especial El Tocuyo de las de España, como son uvas, melones, higos, granadas, y toda hortaliza; mucho, y muy buen trigo, en especial en los valles de Quíbor, que está cinco leguas de la ciudad, se puede dar trigo, por ser tierra calidísima, y haberse visto en pocas, o ningunas partes darse en tierras tan calientes: pero a mí me pareció, ser la causa de cogerse tanto, y tan bueno aquí, el regarse las sementeras, con una quebrada de una buena molada de agua, que baja de las cumbres de una serranía, que por bajar algo fresca, y regarse de noche, refresca, y sazona la tierra, dándole el temple que pide el trigo, contra el que naturalmente tiene la tierra, que de suyo solo es apta para dar sus frutos naturales, como son plátanos, guayabas, mameyes, y otros. Da también mucho y muy buen arroz; el trigo con tanta abundancia, que del de los dos valles dichos, se sustentan las ciudades de El Tocuyo, Barquisimeto, Carora, la laguna de Maracaibo, Coro, y embarcan buena parte de harinas de ello, a las ciudades de Santo Domingo, y Cartagena.
Muchas naciones de indios que están entre estos pueblos dichos (como son cunariguas, atariguas, coyones, quíbores, barquisimetos, y otros), no vivían en casas, ni pueblos (ni hoy viven muchos de ellos, como yo los he visto) sino quince días debajo de un árbol, y otros quince en otro, durmiendo en chinchorros; no siembran, porque su sustento es frutos de la tierra, que siempre los hay, en especial datos, caza de conejos, y venados, que los asan, metiendolos enteros en un hoyo con su pellejo, y pelo, habiéndoles quitado solo las tripas: calientan primero el hoyo muy bien, con leña, o paja, y sacándoles las brasas, o ceniza, meten el venado, y tapan muy bien con hojas de vihao [sic], y dentro de dos horas lo vuelven a sacar, aunque con su mismo pelo, muy bien sazonado, y entonces se lo quitan, y comen el pellejo con la carne. En estos mismos hoyos calientes meten unos troncos verdes de unas matas de cocuiza, que es casi lo mismo, que merguei [sic], habiéndole cortado lo largo de las hojas, y después de bien sazonado con el calor, chupan aquéllos troncos, y les sacan el jugo, que no es poco el que tienen, con un sabor de arrope, o mala miel de cañas, que es también purgativo, en especial, para los que no están hechos a ello. Críanse hierbas tan venenosas, aún dentro de los patios de las casas, y en las calles, que en veinte y cuatro horas despachan de esta vida a quien se las dan: pero también hay muchas suertes de contrahierbas, con que se repara esto.
El temple de los sitios de estos dos pueblos, Barquisimeto, y Tocuyo, es muy caliente, por estar en tierras bajas, aunque todas estas provincias, tienen también tierras frías, que son las serranías: de manera que de dos a dos leguas, y de tres a tres, atravesandolas este, oeste, se van encontrando tierras calientes, templadas y frías: porque cuanto más las sierras (que son las mismas que corren del sur al norte mil y doscientas leguas largas, desde el Canal de Magallanes hasta este Mar del Norte, que rematan en Santa Marta, Coro, y las demás partes de esta costa) se van entrando con sus levantadas cumbres, a la media región de aire, son más frías, y algunas tanto, que están siempre cubiertas de nieve, como las de Mérida: de donde como se va bajando a los valles calientes, se hayan tierras templadísimas, y bien dispuesta para toda suerte de granos, frutas, y ganados, como aquí se crían. La ciudad de El Tocuyo a permanecido hasta hoy, en el mismo sitio que tuvo sus principios, en una sabana, a los márgenes de un abundante río, de muy buena agua, y fría, por bajar de lo alto de las sierras, que no es poco regalo en temple tan caliente: pero el ganado de cabras, y vacas de leche, que andaba junto a la ciudad, apartándose el arcabuco, comía fruto de espinos, volviendo a la ciudad de su estiércol, se fueron sembrando, y naciendo tantas malezas de ellos, y tan crecidos, que ahogaban las casas, de manera que de pueblo sano, que fue a sus principios, se vino a ser tan enfermizo, que ni los hombres hallaban salud, ni se podían criar más, que hasta uno, o dos años: con que se determinó un Gobernador, llamado Alonso Suárez del Castillo, en el año de mil y seiscientos y dos [1602], pidiéndolo los vecinos, a mudarlo al valle de Quíbor, cinco leguas al este, esta más cerca de Barquisimeto. Tomó para esto posesión en el sitio más acomodado; plantó rollo con final determinación de que se hiciera la transmigración: la cual no pudiéndose hacer aquel año, por haber sido estéril. Uno de los Alcaldes, que no gustaba de que se hiciera, juntó doscientos indios con que hizo limpiar de aquella maleza de espinos, y arcabuco media legua alrededor del pueblo, en especial por el lado que ventan las brisas, que comenzandole a bañar con esto, sin estorbo, quedó el pueblo con la misma salud de antes tenía, de fuerte que no fue necesario mudarlo. Está ochenta y cinco leguas de la ciudad de Coro, al sudeste; diez de la de Barquisimeto, al poniente. […]; hay en ambas conventos de nuestra sagrada religión, de la santa Provincia de Caracas; y en El Tocuyo lo hay también de Santo Domingo».
Nueva Segovia de Barquisimeto:
«Tras esta se fundó la Nueva Segovia, en la Provincia de Barquisimeto, en cincuenta y nueve grados, y treinta minutos de longitud, siete y cuarenta minutos de latitud al norte, tierra muy caliente, y que a las cordilleras de Nirgua, que le demoran quince, o diez y seis leguas al este, se ha hallado mucho, y muy buen oro: tiene crías de ganado, mayor, y cabruno. Mataron en ella al traidor Aguirre, aunque después de haberla destruido. Danse de todas las frutas de la tierra, y mucha miel, de diferentes avejas, que crían en la tierra en huecos de árboles, y en racimos, que componen de panales, colgados de sus ramas. Tiene un convento de nuestra Orden, Cura y Vicario, y clérigos, que asisten a las Doctrinas de indios, de quien ella es provincia sujeta al Gobernador de Venezuela».
Del anteriormente mencionado capítulo:
«[…]; acordó de poblarlo [Villegas] sobre las riberas del río, llamado Buría, el año de 1551, poniéndole por nombre, la Nueva Segovia, nombrando Alcaldes, y Regidores, y los demás oficios, pertenecientes al Cabildo, y justicia ordinaria. Baña este río la provincia, y valle de Barquisimeto, con que los vecinos de la nueva ciudad le comenzaron luego a llamar Segovia de Barquisimeto, y andando el tiempo, se olvidó el nombre de Segovia, y se quedó el del sitio de la provincia, tan asentado que en todas las circunvecinas, y aún en el común nombrar, no se llama sino Barquisimeto. Señalóle términos, y repartió en los vecinos, los indios que caían dentro de ellos, así los que vinieron de paz, como los que se habían de conquistar, que lo comenzaron a hacer luego: con que a pocos tiempos tuvieron de encomienda muchos, y buenos indios.
Permaneció en este sitio el tiempo que fue menester para tomar experiencia, no ser apropósito, para la vivienda humana por ser malsano, con que les fue forzoso, en tiempo del Gobernador Villasinda, que sucedió en propiedad al Licenciado Tolosa, mudarse a otro más cerca de El Tocuyo, dos leguas a un sitio más limpio, donde los halló el tirano Lope de Aguirre, y donde le mataron. Aunque engañado Herrera en el tratado de la ciudad de Santo Domingo dice, que lo mataron en El Tocuyo, que por haber quemado alguna parte de él cuando lo entró, y no estar aún contentos los moradores del sitio, con aquella ocasión, lo mudaron a otro algo más desahogado, en tiempo del Gobernador Pablo Collado, entre dos ríos, el uno llamado Claro, y el otro Turbio, porque iban así. Tampoco les pareció haber acertado en este sitio, por ser de mucho polvo, y muy nocivo en tiempos de vientos: y así lo mudaron más a la parte de El Tocuyo, en tiempo de un Gobernador, llamada Manzanedo, en unas sabanas altas, y limpias, de mejores aires, donde hoy permanece. Érales fácil el mudarlo en tantas partes, por la facilidad con que hacían sus casas, pues eran todas de paredes de bahareque sin tener necesidad de clavazón, ni carpintero: pues todo esto lo suplían los vejucos con que ataban las maderas: aunque en este sitio (por parecerles había de permanecer, y estar ya cansados de tantas mudanzas) se comenzaron luego a hacer algunas casas de tapias, y teja, y la iglesia de mampostería, como hoy lo está.
[…] Esta de Barquisimeto, o Nueva Segovia está de la de Coro, ochenta leguas, al mismo rumbo [el sudeste]».
Puerto de Borburata:
«El puerto de la Borburata, donde antiguamente hubo una ciudad poblada del mismo nombre, está en cincuenta y ocho grado [y] veinte minutos de longitud, nueve y cuarenta minutos de latitud al norte: despoblóse por las razones que dejamos dichas, y así está desamparado el puerto, que es muy bueno, fondable, y capacísimo».
Del capítulo XV de la quinta noticia:
«Por haber quedado gente en la ciudad de El Tocuyo, cuando se partió de ella Tolosa (ya que era menester, para la cortedad de la tierra, y vecindad de la ciudad, y otra mucha fuera de los encomenderos), que no tenía en qué ocuparse. Trató luego el Teniente Villegas (estando bien informado por noticias, y aún vista de ojos, de los muchos indios de aquellas provincias circunvecinas) de hacer un salida por su persona, a las del puerto de la Borburata, con intentos de conquistar aquellos naturales, y poblar un pueblo de españoles en el mismo puerto, pues había gente suficiente que lo sustentara de parte de la tierra, y gran comodidad por el mar de navegación, abierta todo el año, que fue lo que después hizo, deshacerse el pueblo. Mudó el Juan de Villegas los intentos que tenía de salir por su persona a esto, considerando estarse aún muy niña la población de El Tocuyo, y tener necesidad de más asiento las cosas, y así la encargó al Capitán Pedro Álvarez, que saliendo con cuarenta soldados, la vuelta de Barquisimeto, y de allí la de un gran valle, todo tierra llana, que hay hasta llegar al puerto de la Borburata, habiendo tenido grandes encuentros, con los muchos naturales que encontraban de camino, llegaron al puerto, y en lo más acomodado de él, tomaron posesión en nombre del Rey; y hechas todas las ceremonias, que en esto se usan, fundaron una ciudad, que se quedó con el mismo título de la provincia, y puerto de la Borburata, en el mismo año de cuarenta y siete. Fue creciendo el pueblo con algunos moradores, que se fueron luego juntando a los primeros, y aumentarse más cada día, por las comodidades que hemos dicho, de la abundancia de la tierra, y fáciles entradas por el mar, si estas no hubieran sido ocasión de que hubieran frecuentado el puerto ordinarios piratas franceses, con que lo intentaban de manera que los moradores de él no tenían hora segura de sosiego, sin que de noche, o de día, tras cada paso, les obligaba la necesidad de estos piratas, a andar con su hatillo a cuestas fuera del pueblo, entre aquellas montañas, y arcabucos, con que no podían gozar de sus labranzas, y crianzas: pues en estando esto en buen punto para gozarlo, entraban los enemigos, y se apoderaban de todo, con que les fue forzoso irse saliendo unos a unos pueblos, y otros a otros, hasta que últimamente se determinaron desampararlo del todo, en tiempo que era Gobernador de aquella Provincia don Pedro Ponce de León, que resistió a esta determinación, por parecerle era de importancia, para guardar el resto de los demás pueblos, que aquel estuviera allí, haciendo frente a los enemigos de otras naciones, que quisiesen entrar por aquel puerto la tierra adentro: pero no habiéndose dado asiento efectivo, como lo practicaba el Gobernador, a que se pusiera allí defensa para el pueblo, y desembarcación de los enemigos: al fin se vino a despoblar, como hoy lo está, no obstante, que a los principios, y aún después muchos días se sacaba con esclavos, mucho, y buen oro, de a más de veinte y dos quilates, en unas minas, que llamaron de la Borburata. Pero a todo esto vencieron las incomodidades dichas, y la poca salud de que allí se gozaba, por ser tierra húmeda, y muy caliente, y dexatiua [sic], y de destemplados aires como en común son todas las tierras calientes de esta gobernación, aunque de buenas aguas, por todas partes, por bajar de las grandes serranías que allí hay. Hácese en este puerto mucha, y muy buena sal de la mar, de que se sustentan los pueblos de la Valencia, y Barquisimeto, con todas sus estancias, y naturales. Y aún por venir los nirguas (gente belicosa, y alzada) muchos años a cojer sal de este puerto, ya con este reencuentro, sangrientos con ellos, no se va de los pueblos que hemos dicho, a cogerla sin escolta de gente, o en tiempos que se sabe de cierto no han de acudir los nirguas, o jirajaras».
Nueva Valencia del Rey:
«De donde está ocho, o nueve leguas al sudeste la Nueva Valencia, en cincuenta y ochos grados de longitud, nueve y cincuenta minutos de latitud al norte, sujeta a la gobernación de Caracas, con provincias de indios, que gobiernan dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, con los demás ministros de justicia ordinaria; tierra muy caliente, de grandes crías de ganado mayor, abundante de pescado, de una valiente laguna dulce, que tiene cerca, llamada Tacarigua. Danse las frutas de la tierra, y algunas de Castilla, y cógese zarzaparrilla, mucha miel de diferentes avejas, que crían en árboles, y debajo de la tierra, de que se saca mucha cera, aunque toda muy negra, y guayacán».
Del capítulo XXII de la quinta noticia:
«No por esto perdieron el ánimo los de la ciudad, de que se volviesen a labrar, aún con todos estos inconvenientes, y dificultades, por tenerlas mayores la pobreza, que no podían remediar por otro camino: y así el año siguiente de mil y quinientos y cincuenta y cinco [1555], eligieron otro Capitán, llamado Diego de Paradas, natural de Almendralejo [sic], y dándole veinte y cinco soldados de buen brío, volvió a entrar en la provincia de las minas, comenzando como el pasado: lo primero a ir en demanda de los indios, procurando castigar las rebeliones que intentaron, contra los primeros pobladores. Y habiendo hecho algo de esto pareciéndole no se atreverían más a tomar las armas contra los españoles, pobló de nuevo otra vez la villa, sobre el río que llaman de Nirgua, dejándole puesto el nombre del río, de manera que le llamaron la Villa de Nirgua, donde se sustentaron los pobladores, solo el tiempo que duró el verano, porque entrando en invierno se comenzaron los indios a alborotar fuerte, que obligaron (con sus continuos asaltos que daban sobre los recién poblados) a desampararlo del todo otra vez, y volverse a Barquisimeto: de donde este mismo año, y de la ciudad de El Tocuyo, y de la de Coro, juntó el Gobernador Villasinda una razonable compañía de españoles, y por las noticias que se habían dado, por el puerto de la Borburata, y por las entradas, y conquistas que se habían hecho en Nirgua, de la muchedumbre de naturales que había en las provincias de adelante, derecho al este que llamaban de El Tocuyo (diferente de este otro, donde estaba la ciudad) y otras cerca de la gran laguna que llaman Tacarigua, se despachó en descubrimientos de aquellas provincias, donde comenzaron luego que entraron en ella, a hacer valentísimos hechos los españoles, por serlo también los indios, y pareciéndole ser la tierra apropósito para poderle sustentar un pueblo de españoles, y para acabar de conquistar aquella gente, y pasar con las conquistas adelante, a las de Caracas, con licencia que llevaba el Capitán para esto del Gobernador. Fundó en nombre del Rey un pueblo, que llamó la Nueva Valencia, sesenta leguas al sudeste de la ciudad de Coro, y siete del puerto de la Borburata, al mismo rumbo, veinte y cinco de Santiago de León, en Caracas, que después se fundó al este, y otras tantas a Barquisimeto, y treinta y cinco de El Tocuyo al oeste. Ya había entrado en el tiempo que se pobló esta villa, el año de mil y quinientos y cincuenta y seis [1556], en que también murió el Gobernador Villasinda, quedando el gobierno en el ordinario de las ciudades».
Nueva Zamora de Maracaibo:
«Cuarenta leguas de Coro al oeste, está fundada la ciudad de la Nueva Zamora, cuyos cimientos lamen las aguas de la Laguna de Maracaibo al poniente, cerca de su barra, en sesenta y dos grados, y veinte minutos de longitud, diez y sesenta minutos de latitud al norte, provincia de indios, sujeta al Gobernador de Venezuela. Tiene dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, Caja Real, con sus oficiales, para los derechos legales de las cargas, y descargas del puerto, que es bien frecuentado del de las fragatas de Cartagena, y por donde se sacan los frutos de la mayor parte de la Gobernación de Venezuela, y de algunas ciudades, sujetas a este Nuevo Reino de Granada, tierra muy caliente, y llana, por la parte que mira al poniente, o ciudad del Río de la Hacha, entre las cuales median los indios guajiros, cocinas, y de los eneales, gente belicosa, y mal reducida, hasta hoy, en cuyas tierras andan cimarronas, más de cuatrocientas mil cabezas de ganado, de yeguas, y caballos. Dase cerca de este pueblo con mucha abundancia, ganado vacuno, y cabruno; no se da el de lana, por ser tan caliente. Hay un convento de nuestra religión, Cura, y Vicario, y clérigos, en las doctrinas, un Cristo Crucificado de bulto en la Iglesia Mayor, que hace grandes milagros.
Al principio del Golfo de Venezuela al noroeste (respecto de la ciudad de Coro) está la entrada de esta Laguna de Maracaibo, y el Cabo de Coquivacoa, entre cuyos solo se ha hallado hasta hoy de todas estas Indias Occidentales peso, y toque para el oro. Después está Bahía Honda, y el Portete, y a lo último el Cabo de la Vela, a quién dio nombre el Capitán Alonso de Ojeda, como más largamente diremos en la segunda parte. El Cabo de San Román entra veinte leguas al mar, doce de Coro al norte, en sesenta grados de longitud, y once de latitud. Solía el Cabo de la Vela, que está en doce grados de latitud, y sesenta y dos de longitud, ser más frecuentado a los primeros descubrimientos de estas Indias, que en estos tiempos, por la pesquería de las perlas del Río de la Hacha, de que al presente dan poco en qué entender».
Del capítulo VIII de la séptima noticia:
«[…] Ya en estos tiempos estaba poblada a la boca de la misma Laguna de Maracaibo, una ciudad que hoy permanece, con nombre de la Nueva Zamora, qué pobló la primera vez a su costa, y munición el Capitán Alonso Pacheco, uno de los primeros descubridores, y pobladores de esta ciudad de Trujillo, y se ha quedado con el nombre de Maracaibo, por el principal cacique, que hallaron los primeros, que descubrieron la laguna, llamado así, de quien también ella tomó el nombre, donde hay también un razonable convento de nuestra Orden, de la misma Provincia de Caracas. Es pueblo de mucho trato, por las fragatas, que entran en él dos veces al año con mercadurias de España, de la ciudad de Cartagena: a donde también llevan los frutos de las ciudades de Venezuela, y de Mérida, Gibraltar, Barinas, y Pedraza [sic], villa de San Cristóbal, y ciudad de La Grita, que cargan en diversos puertos de esta laguna. Danse en esta ciudad de la Nueva Zamora, o Maracaibo, algunas frutas de Castilla, y todas las de la tierra, buenos cabritos, gran suma de ganado mayor, por ser toda tierra llana, a la parte que está fundada la ciudad, que es la del oeste. Tiene la Iglesia Mayor un devotísimo Cristo, que hace milagros, de que después trataremos más largo».
Trujillo de la Paz:
«La ciudad de Trujillo, que está en sesenta grados y cincuenta y cinco minutos de longitud, seis grados y cuarenta y ocho minutos de latitud al norte, provincia de indios, sujeta al Gobernador de Venezuela, mal sitio el del pueblo, por estar entre las angustias de dos encrespados cerros. Ya dejamos dicho de sus calidades, y tratos. Hay un convento de recolección de nuestra Orden, otro de Santo Domingo, Cura, y Vicario, y algunos clérigos, que junto con los religiosos, doctrinan los indios de su distrito».
Del anteriormente mencionado capítulo:
«No habían aún en este tiempo hallado los de Trujillo sitio, que les agradara para su ciudad, por estar tan desvanecidas las voluntades de todos: y así ya se había mudado, como hemos visto, a cinco o seis partes, tampoco les agradó la que ahora estaban, por ser tierra muy húmeda, y caliente; y determinando mudarse se allí, se metieron este mismo año dos leguas al éste, y se poblaron en las angosturas de un valle tan estrecho, que no pudo la ciudad tener más que una calle, por los encrespados cerros, y una quebrada, que lo aprietan tanto, que parece está en prensa. Pusiéronle nuevo sobrenombre, llamándole la ciudad de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, tomándola por abogada, con deseos de que cesasen ya tantas oposiciones de ánimos, como habían tenido hasta allí, que parece les ha salido como lo deseaban, por intercesión de la Virgen: pues los disturbios se han convertido en una gran paz, de que goza al presente el pueblo: con que ya permanecerá en aquel sitio, y por tener bien fundadas casas, de piedra, tapias, y teja, y una buena Iglesia Mayor, convento de nuestro Padre Santo Domingo, con una razonable iglesia, y otro de recolectos de nuestra religión, de la Santa Provincia de Caracas: y aún hecho, y acabado otro de monjas, que por causas que han ocurrido no está aún fundado. A pocos días que se poblaron aquí, estando una negra esclava lavando ropa en una quebrada, que corre del sur al norte, a la parte de abajo del pueblo, halló en el agua un finísimo, y bien crecido rubí, que fue ocasión a que se transtornase la tierra de la parte de arriba, con grandes diligencias, aunque en valde, pues no se pudo rastrear de donde había salido. El principal fruto de esta tierra es cacao, que se da tan bueno, y con tanta abundancia, y tiene tanta salida, que dio licencia el Rey los años pasados, para que sobre veinte mil pies de estos árboles, se fundase en esta ciudad un mayorazgo: merced que no sé yo si hay otra semejante en toda esta Tierra Firme, aún sobre ningunas otras haciendas. También se da en muchos de sus valles (porque toda es tierra doblada) mucho, y muy buen trigo, de que se hace el mejor pan que yo he visto en estas Indias. Danse todas las legumbres de Castilla, y muchas de las frutas, como granadas, membrillos, higos, y algunas uvas, toda suerte de fruta agria; no es tierra de minas; su moneda suele ser cacao, lienzo de algodón, y pita [sic]; la descarga de sus frutos es un puerto de la Laguna de Maracaibo, que llaman de las Barbacoas, cerca del río Motatán al poniente».
Villa de Guanare:
«El pueblo de Guanaguanare quince, o veinte leguas de El Tocuyo al oriente, provincia de indios, muy caliente, rica de pescado, zarzaparrilla, y tabaco, sujeta al Gobernador de Venezuela: gobiérnase por dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, y los demás oficiales de justicia».
Del capítulo XXVII de la cuarta noticia:
«Más corta relación, que de las pasadas, nos ha de ser forzoso dar de las cosas de estas provincias de los Llanos, que hemos dicho pisaron nuestros españoles, por no haber hecho ningunos hasta hoy asiento en ellas, y por consiguiente no haber tomado de propósito el saber por menudo sus cosas: si bien tienen en sus sabanas las crías de sus ganados mayores y algunos otros aprovechamientos, por cercano a las ciudades de S. Sebastián, la Valencia, Barquisimeto, Tocuyo, Guanaguanare, y Barinas por lo más cercano de ellas pasan los dos famosos ríos (fuera de otros que no lo son tanto) Apure, y Sarare, que tantas veces hemos tocado, ambos caudalosos, y que en los inviernos inundan grandes pedazos de sus tierras circunvecinas, y según dicen entran juntos en el río Orinoco, cerca de sus bocas. Por estos suben desde ellas los caribes, que dijimos poblaban aquellas provincias, y otros de la isla Trinidad en sus piraguas, y canoas, hasta llegar a estos Llanos, y dejándolas escondidas, salen del río, y los pasean en grandes tropas asaltando los pueblos, que de miedo de esto los tienen todos cercados con tres órdenes de cercas de maderos de palma en cuadro, y tan largas, que por cada lienzo corren arriba de trescientos pasos, hasta quinientos, y seiscientos, y no son pocos los pueblos que hay de esta suerte en algunas partes».
Del capítulo IX de la séptima noticia:
«A las espaldas de la ciudad de El Tocuyo, al este veinte leguas, está otro pueblo de españoles, que llaman Guanaguanare, que se pobló por estar lejos los indios de la ciudad; son los frutos de él los que hemos dicho de essotros [sic], y algunas frutas, y hortalizas de España, y sobre todo abundancia de pescado, en un río del mismo nombre. Poblólo el Capitán Juan Fernández de León, el año de noventa y tres, con orden de don Diego Osorio, que a la sazón era Gobernador de aquel partido. Está en tierra muy caliente».
Portillo de Carora:
«La ciudad de Portillo de Carora en sesenta grados y veinte y cinco minutos de longitud, ocho y seis minutos de latitud al norte, provincia de indios mal doctrinados, por falta de Sacerdotes, y ser la tierra inhabitable por falta de aguas. Hay un convento de nuestra Orden, Cura, y Vicario, tierra muy caliente, y seca, por lo cual se dan mal todas las frutas: así de la tierra, como de Castilla: dase bien el ganado mayor, y cabruno; gobiérnase por dos Alcaldes Ordinarios, y dos de la Hermandad, sujeta al Gobernador de Venezuela».
Del capítulo VIII de la séptima noticia:
«Este mismo año de setenta, habiendo gente, sobrada de la [salida] de Serpa, y don Pedro, en las ciudades de Barquisimeto, y Tocuyo, determinó el Gobernador, que como dijimos era Juan de Chávez, que hiciese una entrada una entrada desde El Tocuyo el Capitán Juan de Salamanca, vecino y encomendero de la misma ciudad, a las provincias de Curarigua, y Carora a la parte del norte, entre ella y la Laguna de Maracaibo: con quien fueron algunos hombres casados, con toda su familia, como fue un Alfonso Gordon [sic], Juan de Gamez [sic], Benito Domínguez, y otros solteros, como un Pedro González, Alonso Márquez, Diego Muñoz, Pedro Francisco, y otros, que habiendo tenido algunas dificultades en el camino, llegaron a unas valientes sabanas muy llanas, y limpias de arcabuco, que las atraviesa solo un pequeño río, que cuando quiere se seca a sus márgenes: fundaron una ciudad aquel mismo año, que la llamaron Portillo de Carora, que hoy permanece con un convento de nuestra religión de la Santa Provincia de Caracas: tierra muy caliente, y seca, buenísima para criar ganados mayores, y menores, como no sean de lana, aunque suele perseguirlos los innumerables murciélagos, que se crían allí, de tal manera, que picándoles a los ternerillos, y cabritos en las ternillas de las narices, se desangran, de manera, que mueren: aunque han salido con algunas trazas, que han buscado para el reparo de esto, y entre ellas no ha sido la menos importante criar gatos, que anden entre los terneros en el corral, que cuando ven el murciélago estar asiduo del becerrillo, saltan, y lo cogen, y matan, como si fuera ratón. Por el estiércol de las cabras que criaban en el pueblo, se ha venido a llenar la sabana de tanta maleza de espinos, que se ha hecho inhabitable; entre estos se crían algunos de diferente especie de los comunes, de una hoja muy menuda, y pintados en la corteza, de la misma suerte que el pellejo de lagarto; raída esta, y cocida con agua, hasta darle el punto, se cuaja, y hace tan fina brea, como de pinos; danse también árboles de bálsamo, y brasil, buena caña dulce, melones, poca hortaliza, y fruta así de Castilla, como de la tierra, por ser tan seca. Son pocos los naturales que han quedado, y estos faltos de doctrina, por estar mal poblados, y ser malos los países. Tiene puerto en la Laguna de Maracaibo, aunque algo lejos, por la parte del oeste».
Santiago de León de Caracas:
«La ciudad de Caracas, o Santiago de León, tres leguas la tierra adentro del puerto de La Guaira del Mar del Norte, en cincuenta y seis grados y treinta minutos de longitud, diez minutos de latitud, donde asisten más de ordinario el Gobernador de Venezuela, y el Obispo, por su buen temple, como dejamos dicho. Tiene dos Alcaldes Ordinarios, y dos de la Hermandad, Caja Real, con tesorero, y contador, convento de nuestra Orden, y de la de Santo Domingo. Un muy buen hospital de Santiago: Cura, y Vicario, clérigos, y religiosos, que doctrinan los indios. De las demás calidades, y propiedades suyas, y de su puerto, dejamos largamente dicho en su lugar, como también de las ciudades de San Sebastián, y El Palmar, que son también sujetas a esta Gobernación de Venezuela».
Del capítulo III de la séptima noticia:
«Para este efecto envió el Gobernador doscientos hombres, bien pertrechados de armas, y caballos, con muchos indios amigos, al Capitán Diego de Losada, que entrando por sus provincias tuvo tan buena maña, traza, disposición, y gracia, con los indios, que sin derramar casi ninguna sangre, pacificó la mayor parte de ellos, y reedificó los dos pueblos que se habían despoblado, aunque no en los mismos sitios, llamándole al uno: Nuestra Señora de los Remedios, y al otro Santiago de León, a devoción del Gobernador, porque quedase embebido en nombre del pueblo, parte del suyo. Repartió la tierra entre algunos de los que fueron con él, que se avecindaron en ambas a dos ciudades, aunque solo la de Santiago permanece hoy donde la fundó, en un valle que llaman del Guaire, por un pequeño río llamado así, que corre por medio de él de oeste a este. Hace este valle dos cordilleras, una al norte, que pone término al mar, con unas bien encrespadas sierras, y otra al sur, de no tan alta serranía. Está la ciudad tres leguas escasas del puerto de La Guaira, que la mitad es subida, y la otra mitad bajada, en un templadísimo país, sin ningún frío ni calor en todo el año: aunque la costa es calidísima. Esta buena templanza hace darse en todo el valle (que correrá ocho, o diez leguas) mucho, y muy lindo trigo, y cebada, caña dulce, grandes campiñas de añil, toda suerte de hortalizas de Castilla por extremo, en especial repollos, y todas laa frutas que se le han plantado de nuestra España, como higos, granadas, membrillos, en gran cantidad, algunas uvas, y todas las naturales de la tierra, que sobre todo tiene el ser muy sana, y de muy buenas aguas. Estas facilidades que hay para la gente (por serlo también para sabandijas nocivas) hace que sea algo desacomodada en la vivienda, pues hay muchas, y venenosas culebras, innumerables ratones, y niguas: y al fin (como cosas de este mundo, que jamás se halla un sí, sin un si no) no hay comodidad que no tenga su alguacil. Tiene una buena iglesia donde ordinario asiste el Obispo, por ser tierra más apacible que la ciudad de Coro, donde está la catedral. Tiene un convento de nuestro Padre Santo Domingo, y otro de nuestra Orden de la Santa Provincia de Santa Cruz, y Caracas. Críanse en todos los términos de esta ciudad con grande abundancia, toda suerte de ganados mayores, y menores, fuera de los de lana, con cuyo natural no se acomodan las tierras calientes, o que toquen en eso. Los frutos de esta tierra son, cacao, mucho tabaco, zarzaparrilla, corambre [sic], cebo, y harinas, de que tienen mucha salida: en especial para la ciudad de Cartagena, por ser puerto abierto, aunque no muy bueno, por la inquietud con que de ordinario lo traen los nortes».
San Sebastián de los Reyes:
Del capítulo IX de la séptima noticia, que describe también El Palmar, Cumanagoto, Cumaná, San Felipe, y Guanare:
«Veinte y cuatro leguas al sur de la ciudad de Santiago de León, está fundado otro pueblo de españoles, llamado San Sebastián de los Reyes, en los Llanos de Venezuela, de quien tantas veces hemos tratado, tierra muy caliente, pero acomodadísima para ganado mayor, y cada día más, porque quemando las sabanas todos los años, la hierba que va renaciendo, sale más blanda, y de mejor sustento: y así es gran suma la que se cría en aquellas llanadas, a perder de vista, con maravillosas aguas, de muchos ríos abundantísimos de pescado. Sus frutos son mucha corābre [sic], que se embarca en el puerto de Caracas, algún cacao, zarzaparrilla, tabaco, toda suerte de frutas de la tierra, y algunas de las de España, tierra de muchas y venenosísimas culebra; contra quien proveyó Dios de reparo con un mineral de tierra blanca, y blanda, que bebida con agua es muy fina contrahierba: hay un convento de nuestra religión de la Santa Provincia de Caracas».
El Palmar:
«Al este de este pueblo está otro también de la misma Gobernación de Caracas, cuarenta leguas que llaman El Palmar, tierra también muy caliente de mucha cría de ganado, granjería de cueros, tabaco, maíz, minas de oro, plata, y cobre, gran suma de zarzaparrilla, brasil, caña fístola, bálsamo, aceite de canime [sic], y otras drogas, con mucho algodón, que crían los naturales, aunque los más andan desnudos del todo».
Nueva Córdoba, o Cumaná:
«La ciudad de Cumaná con su puerto, en cincuenta y tres grados, y treinta minutos de longitud, nueve y cincuenta minutos de latitud. Es cabeza de Gobernación, y en lo espiritual, sujeta al Obispo de Puerto Rico. Tiene el Gobernador mil y quinientos ducados de salario de situado, con poder de encomendar indios (como lo tienen todos los Gobernadores) en todo su distrito. Tiene dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, Regidores Perpetuos, Caja Real, con sus oficiales, contador, y tesorero. Tiene un convento de Santo Domingo: Cura, y Vicario, y algunos clérigos. Está una legua al norte, la gran punta, y salina de Araya, en tierra firme, pasada la boca del golfo de Cariaco, en los mismos grados de longitud, y latitud. Estánle sujetas, la ciudad de Cumanagotos, y la de San Felipe de Austria: de cuyas calidades, frutos, y estalages [sic], dejamos dicho en su lugar. Fue esta ciudad en algun tiempo rica, por la guilla de las muchas perlas de la isla de Cubagua, su vecina, de quien ya no se hace mención, por haberle faltado del todo. También tuvo algunos tiempos sujeta a su gobierno, la isla de la Trinidad, y ciudad de San José de Oruña, fundada en ella: pero después eso se ordenó de otra suerte, como hoy lo está sujeta inmediatamente a la Audiencia de Santo Domingo, por haber pretendido ser de su jurisdicción, y no de la Real Audiencia de Santafé».
Cumanagotos:
«Veinte leguas de este al mismo rumbo, a la costa del Mar del Norte, está la ciudad de Cumanagotos entre indios, llamados de este nombre, aún de mala paz, tierra muy caliente, y donde se cría todo lo que en los dos [San Sebastián y Palmar] hemos dicho: pero con más comodidad en las casas, por tener un muy buen puerto, y sobre los demás frutos de la tierra tienen a tiempos pesquería de perlas».
San Felipe de Austria:
«[…] Cuarenta leguas de esta ciudad [Cumaná] al sudeste, está otra de españoles, que llaman de San Felipe de Austria, que también es de está Gobernación de Cumaná que con Cumanagotos, son tres pueblos los que tiene. Está fundada en unos páramos, por haberle hecho retirarse allí de la tierra caliente, donde estaba más delante, las infestaciones que cada hora tenían de los indios caribes, de las bocas del Drago [sic], de quién ya dejamos tratado. Sus frutos son crías de ganado, mucha miel de diversas suertes de avejas, muchas, y muy buenas maderas, brasil, ebano, granadillo, zarzaparrilla, caña fístola, mucho, y muy buen aceite de canime [sic]. Salen los indios a rescatar con los españoles (y aún con los ingleses, si les vienen a las manos) cosas de Castilla, por gallinas, tabaco que se da mucho, y maravilloso algodón, y otros de sus frutos».
Santo Tomé de Guayana:
«Como lo es la ciudad de Santo Tomé, poblada cuarenta y ocho leguas de la boca del Orinoco arriba en su márgen, en cincuenta y dos grados de longitud, y seis de latitud al norte: cabeza de gobierno: con salario que tiene el Gobernador en frutos de la tierra: de quien hemos tratado largamente, en lo último de este tomo. Fue también en algún tiempo sujeta a este gobierno la isla de la Trinidad, por haber poblado en ella la ciudad que hemos dicho de San José de Oruña (que hoy permanece) el Gobernador Antonio de Berrío, que pobló también la de Santo Tomé: pero ya está desmembrada de este gobierno, por lo que dejamos dicho. Está esta isla en cincuenta y dos grados, y diez minutos de longitud, ocho y diez minutos de latitud, que es la misma graduación, poco más, o menos, que tiene la boca principal del río Orinoco. De todo lo cual dejamos tratado largamente en sus lugares, sujetándonos en todo a los pies de la Santa Madre Iglesia Católica Romana, por cuyos acrecentamientos se han hecho los descubrimientos, y conquistas que hemos referido».
Del capítulo X de la séptima noticia:
«Aunque hoy están sin ninguna controversia las Provincias de Guayana, al gobierno de la Real Audiencia de Santafé, por Cédula particular del Rey, de quien adelante hablaremos, no dejó de haberlas en otros tiempos entre ella, y la de Santo Domingo, pretendiendo cada una pertenecerle el cuidado de aquellas tierras, y de la isla de Trinidad. En las cuales por los años de mil y quinientos y noventa y uno, o noventa y dos [1591, 1592], pobló dos ciudades, una en la isla de la Trinidad, llamada San José de Oruña, y otra llamada Santo Tomé, cuarenta leguas al río Orinoco, arriba sobre sus márgenes al oeste, en la mitad de la provincia de los indios guayanas. El Capitán Antonio de Berrío, que como heredero nombrado en su testamento, por el Adelantado de este [Nuevo] Reino [de Granada] don Gonzalo Jiménez de Quesada, por estar casado con una sobrina suya, entró a poseer entre las demás herencias que tuvo de él su gobierno: que como largamente diremos en la segunda parte, y consta de la Cedula Real, que se le dio a Quesada, y asientos que se hicieron en las condiciones que se habían de guardar en sus conquistas, había de tener de jurisdicción cuatrocientas leguas: en que contándolas desde las espaldas del Nuevo Reino, por lo ríos de Pauto, y Papamene al norte, venía a comprender dentro de sí las Provincias de Guayana, hasta la lengua del Mar del Norte, y la isla Trinidad. Y supuesto que ya no había estorbo con la gobernación de Diego Hernández de Serpa, ni de don Pedro de Silva, por haber tenido el fin que hemos visto, que eran las que podían estorbar el no correr estas cuatrocientas leguas hasta el mar, como lo dicen los recados del gobierno del Adelantando Quesada, su sucesor Antonio de Berrío, se fue alargando por ellas, y habiéndolas ido descubriendo desde el Nuevo Reino de Granada con gente de él, pobló las dos ciudades dichas, y quedaron comprendidas en su gobierno, por nuevas capitulaciones que se hicieron con el Rey Felipe Segundo, alargando una vida más en el gobierno».
Este no es el único contenido resaltable de esta gran publicación, por lo que dejamos el conocimiento del resto de él a la audiencia, o para su tratamiento en posteriores artículos.
Bibliografía:
«Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales» (Cuenca, 1627), fray Pedro Simón. Enlace: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-10024.html
«Pedro Simón», Real Academia de la Historia: https://dbe.rah.es/biografias/18074/pedro-simon
«Venezuela y la parte sur de Nueva Andalucía», Biblioteca Digital Mundial. Enlace: https://www.wdl.org/es/item/11337/