El paisaje americano de los siglos de dominación hispánica fue uno rebosante de articulaciones casi románticas. Contrario a la percepción popular, perpetuada por una deficiente enseñanza sistemática de la Historia, la época colonial no fue –ni de cerca- una masa inerte de relaciones sociales que existió sin modificación alguna desde la culminación de la Conquista hasta el inicio de la Independencia, congelada en el tiempo, sin evolución, sin sucesos. Lo cierto es que la verdadera colonia es un tiempo de extremado dinamismo, repleto de aquellas configuraciones que suelen alimentar la epopeya en la literatura. El primer plano, de lucha entre civilización y barbarie, del hombre europeo contra el hombre americano y su naturaleza, se intercala pronto con un segundo plano de lucha imperial en el propio suelo americano, hombre europeo contra hombre europeo.
El primer plano se ve representado, principalmente, por la Conquista. De ella se habla bastante, aunque la información que se maneja suele ser cantidad sobre calidad. El segundo es menos discutido; es aquel plano que, abarcando cronológicamente desde inicios del siglo XVI (por lo cual se superpone con la Conquista) hasta finales del XVIII, se ve representado por las manifestaciones en las provincias americanas de guerras entre Estados imperiales europeos: España contra Francia, España contra Inglaterra, España contra Holanda.
Protagonistas indiscutibles de esta lucha imperial son los corsarios y piratas que plagaron las costas de las Indias, robando las posesiones de la Corona Hispánica a favor de sus naciones o por beneficio propio. Las actuaciones de esta particular clase de hombres han avivado la musa de artistas desde los propios tiempos en que sucedieron; sin embargo, suele pasarse por alto su componente de realidad y su significación política, militar, económica y social en aquel mundo de la Edad Moderna. En el presente artículo daremos un recorrido por el mundo de la piratería y el corso en el contexto de América y Venezuela en el siglo XVI y algo del XVII. Por ser un texto de luengo considerable, hemos resuelto dividirlo en cuatro entregas, a saber:
- Vista general de la piratería.
- El predominio francés (1528-1567).
- El predominio inglés (1565-1617).
- Los piratas de El Dorado (1595-1617).
- Vista general de la piratería.
¿Piratas y corsarios?
La Real Academia de la Lengua define al vocablo «piratería», en su segunda acepción, como «acto de apropiación o aprovechamiento ilícitos de algo ajeno». Cuando nosotros decimos «piratería», solemos hacerlo con más especificidad: el pirata es aquel que se embarca para robar en el mar, ya sea asaltando otras embarcaciones, o que atracando en un sitio para extorsionar o saquear, en detrimento de la seguridad comercial de los territorios afectados. Otero (1999) asegura que para considerar a alguien «pirata», su actividad debe amenazar la seguridad y comercio general, no solamente los intereses de un Estado. La actividad pirática existe desde que el hombre usa el mar para movilizar el comercio, o sea, desde la Prehistoria. En Roma abundó la piratería y fue combatida de una y otra forma; en la Edad Media decayó significativamente debido a la disminución de las redes de comercio marítimo, teniendo un alza súbita a partir de las Cruzadas. Desde entonces, piratas musulmanes se dedicaron a aterrorizar el comercio y las poblaciones costeras de la cristiandad, en buena parte con el fin de satisfacer el tráfico de esclavos en el Mediterráneo. El pirata puede ser visto, de alguna forma, como un equivalente acuático del salteador de camino: como el salteador de camino, el pirata y todas sus variantes trabajan en grupo.
Por otro lado, el corsario es un pirata institucionalizado. El corso nace en la Edad Media cuando los Estados empiezan a conceder a entes privados las llamadas «patentes de corso», que permiten atacar y robar embarcaciones de naciones enemigas en situaciones de guerra con el fin de entorpecer el comercio de estas, reportando además ganancias al Estado que otorgaba la patente. El corsario no debía, sin embargo, abusar de los estrictos derechos concedidos en la patente (por ejemplo, apropiándose de lo robado para beneficio personal). Distinguir a uno de otro por sus actuaciones es sumamente engorroso: ambos utilizaban los mismos métodos; solamente que, mientras el pirata estaba al margen de toda legalidad y enriquecía únicamente a su compañía, el corsario tenía una licencia del gobierno para realizar sus actividades depredadoras como agente del Estado. Esto no significa que el pirata fuese perseguido: por el contrario, durante la mayor parte del tiempo estos no solamente no recibieron ninguna repercusión legal, sino que recibían protección como útiles armas de empobrecimiento de Estados enemigos, y en ocasiones el gobierno impuso cobros a los piratas. El corsario puede pasar a considerarse pirata cuando los robos, aunque licenciados por un estado, se hacen en tiempos de paz.
Etimológicamente, mientras «pirata» viene del griego «peirates» (algo así como «el que intenta» o «el que se aventura»), «corsario» viene del latín «cursus» («carrera», en el sentido de «progreso de la profesión»: en la Roma Clásica el «cursus honorum» era la carrera política y militar). Es más o menos fácil explicar por qué alguien se dedicaría al corso. Era un oficio legal, y no solamente legal, pero avalado por el Estado. Además de «honor» y fama, el corso era, a través de los porcentajes de ganancia correspondientes a los expedicionarios, también una fuente de fortuna. La entrada a la piratería se ve más difusa. ¿Quién querría ejercer tan arriesgado oficio de forma ilegal? Para Intxaurrondo (2019), lo que llevaba a un individuo a la piratería «era la idea de hacerse rico y vivir bien». En base a lo explorado en las siguientes entregas, podemos concluir que, de hecho, una buena parte de los bandidos del mar lograban hacerse muy ricos.
En efecto, Bartholomew Roberts, importante capitán pirata del siglo XVII, hace notar en un texto como -desde su punto de vista- la vida honrada es dura y malagradecida, mientras la del bandolero es corta, sí, pero libre, abundante, placentera. «(…) mi lema será: “Una vida corta, pero feliz”», concluye. Como tal, la piratería atrajo abundantemente a los estratos más marginados de la sociedad: gente que en tierra eran ladrones, vagos, salteadores, mendigos, hijos de prostitutas, marinos abusados por sus capitanes, o que después de las guerras se quedaban sin trabajo, etc. Según el mismo Intxaurrondo, el pirata (del siglo XVII) veía con cierto resentimiento las «injusticias» propias del mundo del mar, y por ello las combatían: al capturar un barco, normalmente ejecutaban al capitán y los oficiales, mas no al marino raso. (Aunque muchos de estos códigos morales se irán desarrollando en el transcurso de los siglos XVII y XVIII).
Existe, además de corsario y pirata, otros dos términos que se refieren a esta clase de actividades: «filibustero», que suele hacer referencia a los piratas (no corsarios), mayormente holandeses, azotadores del Caribe en el siglo XVII; y «bucanero», que son piratas, mayormente franceses, ocupantes ilegales de tierras españolas en las Antillas Mayores desde el siglo XVI: ahí robaban cerdos y ganado, ahumaban la carne y la vendían de contrabando («boucaner», francés para «ahumar»).
Tan pronto como Occidente toma posesión de territorios ultramarinos, las guerras empiezan a pelearse también en las provincias y con ello se traslada el corso; nada más efectivo que desestabilizar las flotas que trasladan –y los pueblos que proveen- los abastecimientos indispensables de un Estado enemigo, como eran los quintos provenientes de las Indias para la Corona de Castilla. El corso era, además, la única forma que durante muchas décadas tuvieron Inglaterra, Francia y Holanda de «participar» en el rico comercio indiano, que por ley España había estipulado se realizase solo con la Península. Eso es algo que veremos; en Venezuela, el corso se usaba a menudo como método de extorsión para obligar a los castellanos a comerciar, cosa que de otra forma no hubiese sido posible. A diferencia de los demás Estados europeos, España no activa una concesión de patentes generalizada sino hasta 1674, cuando por Real Cédula se anuncia la recepción de solicitudes para ejercer corso en defensa de los mares americanos.
El pirata y el corsario se convierten, así, en personajes de primera categoría en la conformación de una «primera globalización». Los conflictos de Europa se trasladan a América (en su carácter de Europa en extensión) y el centro de la «economía-mundo» deja de ser el Mediterráneo, pues ahora lo es el Caribe; como las naciones no pueden enviar sus armadas a través del Océano, o en la mayoría de los casos no tenían armadas fijas y poderosas, usan a los corsarios como sus tropas. De todas formas, el corsario costea sus propios barcos, armas, los sueldos de la tripulación que recluta, y además debe pagar las cuotas correspondientes al gobierno (la más de las veces, porcentajes mayoritarios de la ganancia). El pirata es lo que Briceño Guerrero (1994) llama un «actualizador», que conecta el Viejo Mundo con el Nuevo, y a su vez fomenta, con su marcada lucha por el dominio de la economía, el desarrollo del temprano capitalismo y la globalización.
La abundancia de la piratería en tierras americanas llevaría, eventualmente, a la conformación de unos códigos y maneras características de estas compañías, diferenciadas de como había existido la piratería en Europa desde siempre. Esto se desarrollará sobre todo en el transcurso del siglo XVII y será la base de la imagen que existe del pirata en el imaginario colectivo y la cultura popular. Para esa época, el pirata pasa de ser un simple corsario –un arma del Estado- o un ladronzuelo protegido (como lo fue en el s. XVI), para conformarse como una especie de estamento con ideales nuevos, leyes nuevas, ética nueva; la convivencia de hombres de distintas naciones en la piratería lleva a la conformación de una «cultura pirata» más o menos universal, creación de «Estados piratas» en territorios ocupados, etc. En esta triple entrega no llegaremos a tratar de ello, pues veremos solamente los inicios de la piratería americana en el s. XVI, antes de que exista un «mundo pirata» con articulación diferenciada en América.
Etapas de la piratería y corso en Venezuela:
La práctica del corso y la piratería en Venezuela puede ser dividida, según Luis Britto García (1998) en cinco etapas diferenciadas correspondientes aproximadamente con las guerras de España con otras naciones europeas.
1) Predominio francés: comprendido entre 1528 y 1567. Las expediciones partían directamente del Reino de Francia, y una buena parte de ellas fueron ilegales: la primera fue de unos piratas no identificados en Cubagua. De hecho, Britto García llama a este periodo el de «los piratas de las perlas» por la fijación de los franceses en las pesquerías de Cubagua y Cabo de la Vela.
2) Predominio inglés: entre 1565 y 1617; puede dividirse en tres sub-etapas: I) de 1565 a 1588, de piratería ilegal, llamada por Britto García la de «los perros de mar»; II) de 1588 a 1603, corso en el contexto de la Guerra Anglo-Española; III) de 1595 a 1617, las expediciones de El Dorado. La etapa inglesa está protagonizada por hombres como John Hawkins, Francis Drake y Walter Raleigh.
3) Predominio holandés: comprendido entre 1605 y 1648. Es producto de las guerras sostenidas contra Países Bajos desde 1565, y el corso –enfocado predominantemente en la Provincia de Nueva Andalucía- fue auspiciado por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales.
4) Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica: comprendido entre 1657 y 1670. Llevada a cabo por filibusteros asentados en el Caribe, terminó cuando Inglaterra (instada por una paz con España, el Tratado de Madrid) empezó a reprimir la piratería de las Antillas.
5) Predominio de filibusteros franceses: comprendido entre 1667 y 1697. Las guerras entre España y Francia llevan a esta a aliarse con filibusteros caribeños para aterrorizar las aguas de las Indias, con presencia de la armada del conde d’ Estrées en Venezuela y ataques que llegaron tan lejos como el del corsario Grammont en Trujillo.
6) Decadencia del corso y auge del contrabando: entre 1672 y 1722, España e Inglaterra se dedican al exterminio de la piratería en América, influenciado por periodos de paz renovada entre ellas: personajes como Henry Morgan, pasan de la piratería y el corso a cargos administrativos. Inglaterra se advoca, a su vez, al desarrollo de sus colonias en América del Norte.
Por supuesto, los periodos no significan la presencia absoluta de una nación y la ausencia de las demás: siempre encontraremos franceses, ingleses, holandeses y otras nacionalidades en correrías piráticas. Las etapas solo delimitan las décadas de presencia mayoritaria de una nación o entidad (como los filibusteros antillanos). Nosotros nos ocuparemos de las dos primeras etapas. Por lógica, no conocemos todos y cada uno de los ataques piratas correspondientes a este periodo; de los que sí conocemos, nos falta en muchos casos información fundamental como nombres de los capitanes, números de barcos, o incluso precisión en la nacionalidad. Esto se debe a que los registros que de ellos nos llegan son a menudo muy escuetos, usualmente realizados por funcionarios provinciales. Los informes más detallados son aquellos hechos por los mismos capitanes piratas o miembros de su tripulación, como es el caso de los de John Hawkins.
Es conveniente aclarar que, en esta serie, usaremos el nombre de «Venezuela» para referirnos a los territorios que luego conformarán la Capitanía General y la República, y que en aquel momento se llamaban en conjunto «Tierrafirme» y sus islas circundantes. La Tierrafirme estuvo, durante el s. XVI, conformada por un número variable de gobernaciones entre las que contamos como predominantes a Venezuela (o Caracas) y Nueva Andalucía (actual oriente de Venezuela); entre las islas tenemos a la Provincia de Margarita. (Aunque, usualmente, Tierrafirme se usa también para referirse al Nuevo Reino de Granada, pero de eso no nos ocuparemos aquí). Empleamos el término Venezuela, entonces, para referirnos a lo que entonces se llamaba Tierrafirme y sus islas, de la cual la Provincia de Venezuela era solo una parte. Dejamos, entonces, lo referente a la primera etapa de la piratería en Venezuela, el predominio francés, para la siguiente entrega.
Bibliografía:
Danel Intxaurrondo Gonzalez. Piratas y corsarios: modo de vida en los siglos XVII-XVIII. Universidad de Barcelona, 2019.
Luis Britto García. Demonios del mar: piratas y corsarios en Venezuela, 1528-1727. Comisión Presidencial V Centenario de Venezuela, Caracas, 1998.
Philip Gosse (1932). Historia de la piratería. Espasa-Calpe, Madrid, 1935.
Hemerografía:
Erick Mancha Martínez. Piratas, filibusteros y corsarios: un análisis historiográfico del saqueo marítimo en el Atlántico y su papel en la llamada temprana globalización en los siglos XVI, XVII y XVIII. Macrohistoria, Núm. 3. Santiago de Chile, 2022.
Francisco Alejandro Vargas, Manuel Lucena Salmoral. “Corsarios”. Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Empresas Polar. URL= https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/c/corsarios/
Rodolfo Segovia Salas. Los piratas franceses en América: la respuesta española en el siglo XVI. Credencial Historia, Núm. 89. Bogotá, 1997. URL= https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-89/los-piratas-franceses-en-america