Para mediados de los años sesenta, según una crónica de Paco Ortega de una revista ELITE de la época, vivían en Capacho Nuevo, Táchira, los que quizás eran los últimos soldados de la Revolución Restauradora de Cipriano Castro.
Eran el coronel Pío León Méndez Pulido y el capitán Bernardo Barrios.
Barrios era apenas un adolescente de catorce años cuando, en 1899 se vio seducido por la aventura de incorporarse a la “revolución” de Castro. Ese día iba al mercado a vender unas verduras que cosechaba su madre para el sustento de la familia cuando, a medio camino se encontró con otro revolucionario que arengaba a los transeúntes para incorporarlos al movimiento armado. Sin pensarlo mucho, Bernardo mandó de regreso a casa de su mamá las verduras con un papelito con el mensaje:
-Madre, me voy para una revolución. Mándeme la bendición cuando lea esto.
Bernardo, aunque muy joven, adversaba al gobierno de Ignacio Andrade, porque su padrastro había muerto luchando contra ese gobierno. Así que se colocó bajo las órdenes del general José María García. Contaba al reportero que cuando estaba recibiendo instrucción militar, llegó su madre a donde se encontraban y le pidió al comandante que le devolviera al muchacho. El general respondió:
-Doña, el vino por su cuenta y se irá cuando él mismo lo decida. Mientras tanto déjelo conmigo. La Patria no se hace con cobardes, el mozo tiene madera de valiente.
El día que parten en campaña, llega su madre llorosa con un “avío” como dicen en Los Andes, es decir, con una comida. Al despedirse Bernardo le dijo:
-No llores mamá¡ Hasta Caracas no paramos¡ Déme la bendición¡
El militar recorrió San Cristóbal, Tovar, Parapara, Trujillo, Nirgua, Tocuyito, Valencia hasta llegar a Caracas. En su periplo se ganó la amistad de militares veteranos como Miguel Contreras “Miguelón”, muerto en Tocuyito, Elías Amaya y Rubén Cárdenas, entre otros.
Recuerda haber ayudado a cargar el cañón de Parapara, arrebatado al gobierno y haber visto cuando una ráfaga de tiros derribó al caballo de Castro, que le hirió la pierna, pero que “El Cabito” en ningún momento dio muestras de la dolorosa herida que tenía.
Luego de una corta temporada en Caracas, Bernardo se regresó al Táchira y estuvo viviendo del campo entre los Andes venezolanos y colombianos.
Pío León Méndez Pulido alcanzó la jerarquía de coronel en el ejército restaurador. Menciona los lugares de sus andanzas con la Restauradora: Pregoneros, San Antonio, Canaguá, Capurí, Chacanta y Guaraque.
En los años sesenta, fecha de la crónica de ELITE, Méndez había dejado muy atrás la época violenta de las guerras civiles y era un taumaturgo o curandero muy conocido en Ranchería, en las inmediaciones de Capacho, donde la gente del pueblo lo consideraba un hombre milagroso. El periodista sostiene que la fama de hombre que cura del coronel es famosa, incluso profesionales han acudido ante él. Que ha curado locos y personas con distintos males. Pio dice que tiene gran devoción por el Santo Cristo de La Grita, que toda curación se debe a las oraciones a esta advocación. El coronel hizo construir una pequeña gruta o capilla para hacer las oraciones con quienes vienen a pedir por algo. El oratorio está ubicado en un lugar donde supuestamente El Libertador fue homenajeado con un baile en tiempos de la Campaña Admirable y donde tuvo un romance con una tal Juanita Pastran y lo llaman la “Capilla de San José de Bolívar”.
Méndez Pulido recuerda los lances violentos, las venganzas y los saqueos y depredaciones de aquellas guerras civiles, pero al final nos deja una lección de sabiduría:
“Con el tiempo las cosas se van del campo del odio, para llegar a otros donde las venganzas ya no tienen razón de existir, porque la vida tiene eso de bueno cuando los años se encaraman en los hombros de todo el mundo, para avisarnos que es mucho más práctico acercarnos a Dios humildemente, que al Diablo con gesto de perdonavidas”