Opinión | Argenis Rodríguez y el espíritu de la disidencia

La Historia venezolana, como la de muchos países, siempre se halla en constante revisión por las nuevas generaciones, en donde los sucesos más destacables resaltan en la densa cronología nacional, pero siempre a costa de mantener en un estado de silencio anécdotas o hechos poco conocidos o estudiados. En ese sentido, se hace indispensable el trabajo de una disección profunda en los tejidos de nuestro cuerpo histórico, esperando hallar no sólo eventos de renombre, sino historias que den bases constitutivas para futuras crónicas literarias o investigaciones historiográficas. En todo caso, navegar la historia es un proceso fascinante que nos llena de emoción a todos.

Por los años 60’, en la Venezuela saliente del Nuevo Ideal Nacional de Marcos Pérez Jiménez, en los albores de un nuevo sistema político —la democracia de los cuarenta años de rentismo y partidismo—, nuevas amenazas nacían y crecían con una rapidez alarmante, sacudiendo la tranquilidad del país y de todos los venezolanos en su conjunto. El triunfo de Fidel Castro en Cuba despertó en la juventud hispanoamericana la quisquillosa necedad de adherirse a una nueva teología política que sería el comunismo subversivo, es decir, la lucha armada, el camino al poder hecho a balazos, sangre y traiciones. 

Esa marea roja caló hondo en los centros estudiantiles venezolanos y una ola de eventos iban perfilándose como lo que sería conocido en nuestra historia como la la insurrección de la guerrilla venezolana, un capítulo que daría mucho de qué hablar y que, desafortunadamente, nos legaron sus peores vicios casi cuarenta años después. A todo esto, hay que destacar el fanatismo ideológico de esas juventudes convencidas de la apoteosis que significó el castrismo en Cuba y el aún vivo combate entre el imperialismo estadounidense y el totalitarismo soviético, dos potencias que, con sus garras e intereses, intentaban apoderarse de las esferas regionales del continente americano en su célebre Guerra Fría.

Sin entrar en detalles extenuantes, muchos venezolanos empezaron a ser conocidos por sus convicciones comunistas, en donde destacan Teodoro Petkoff, Caupolicán Ovalles, Pompeyo Márquez, entre otros. En sus muchedumbres guerrilleras, una vez pasada la iracunda voluntad de dar la vida por ideales foráneos y despertar a medias el sentido común, se iba despertando un sentimiento de inconformidad por las desventajas y los tropiezos en la logística y táctica guerrilleras. Esto generó disidentes y ahí, en ese “imperdonable grupo de traidores” se hallaba Argenis Rodríguez. 

Argenis era un hombre con alma de escritor que se había enredado en los torpes ideales de una ideología utópica que no tenía mucho más que hacer que enviar, por medio de los supuestos líderes guerrilleros, a jóvenes a sacrificarse por causas innobles. Petkoff y Pompeyo, como los voceros de esas causas, ciertamente, no tenían los mismos ápices de valentía que los pobres diablos que murieron en su nombre y por sus “grandes” ideas. Argenis, indignado, se cansó de esta situación y decidió hacer lo impensado: publicar una novela para denunciar la incompetencia, el descaro y la hipocresía del comunismo venezolano. 

Esa energía denunciadora se materializó en su novela titulada Entre las breñas (1964), una ácida historia testimonial en donde deja en posiciones comprometidas a las figuras representativas de la guerrilla venezolana, produciendo un clima hostil alrededor de él y de su creación literaria, la cual fue vilipendiada hasta el hartazgo durante los años siguientes y que le hizo acreedor de un odio descomunal por todos los sectores de la izquierda venezolana. A Argenis esto lo afectó profundamente. Pero este escritor criado entre la literatura de Dostoievski, Hemingway y Balzac, cuya pluma —adicta a la verticalidad y odiosa de los excesos— no se desgastó en sus párrafos violentos, tenía una misión definida: acabar con la mentira construida sobre “la noble causa comunista”. 

El Partido Comunista de Venezuela (PCV), a quién Argenis calificó como “escuela del chisme y la negación” —calificativo, a mí parecer, extensible a muchas otras camarillas de los partidos políticos— volcó sus fuerzas a maltratar su imagen como escritor durante su ausencia en el país. Argenis había tomado un avión para dirigirse al Viejo Continente, esperando que los cafés de París y sus calles luminosas lo abrazaran como antaño sucedió con Arturo Uslar Pietri —soberbio representante de nuestras letras que, en algunas ocasiones, dirigió buenos comentarios y acciones con nuestro personaje—. Fue allá, lejos de su país, en donde los recortes de periódicos fueron cayendo como dardos a nuestro autor. Aunque de carácter formidable, esta tensión ascendente hizo que se asomara por primera vez a los delirios del suicidio —el cual sería su destino en el ocaso de su vida—, y siguiendo esa desfachatez protagonizó algunos actos bochornosos a vistas de algunas personas que lo conocían. 

Volviendo a Venezuela no mucho tiempo después, se plantó ante los mismos que, con desdén e hipocresía, ladraron en su contra, incluso teniendo en esa planilla de sinvergüenzas a los que consideraba amigos. Uno por uno fue a su encuentro, Argenis tenía la rabia encarnada y les propuso resolver los asuntos a “tiros”. Evidentemente, ninguno aceptó la osadía del escritor, quién ya a esas alturas sentía un evidente desprecio por los de su antigua clase: izquierdistas, marxistas, comunistas que devinieron en lacayos de la siempre anodina burocracia política de la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, en donde su carencia de talento y habilidad los compensaba con realizaciones insuficientes de algunas críticas literarias, discursos improvisados y semblantes con aires pseudointelectuales en eventos públicos. 

La literatura política, confesional, literaria, encarnizada de las páginas de Argenis no sólo nos dejan el testimonio de una manera visceral de enfrentarse a las vicisitudes de los viejos y mezquinos elementos de la hipocresía y la maldad, sino que nos arrojan tapices para delinear el progresivo decaimiento de las izquierdas venezolanas minusválidas en aquella lucha armada que tanta sangre derramó, perdiendo a múltiples jóvenes, por el fanatismo comunista que tanto costó a nuestro mundo en el siglo XX. 

Y aunque Argenis Rodríguez no sea, ciertamente, un santo de mi devoción, esta faceta suya, belicosa, sádica, nos ayuda a penetrar hondamente en el sentimiento generalizado por muchos desesperanzados que perdieron la fe en la lucha que habían emprendido ocultos en las montañas, en esas montoneras dispuestas a asesinar y alterar el orden de un reciente Estado democrático que, aunque imperfecto, no dejaba de ser un mejor destino que el intento infantil de la instauración de los métodos comunistas en nuestro país. 

Argenis Rodríguez, visto desde la lupa de la experimentación literaria, es un personaje más que fascinante, tal vez su arrogancia crispada en algunos pasajes, denominándose como el único que sabe y escribe literatura en Venezuela, hace distinguir su figura de entre otros escritores con mayor templanza y recorrido. Es la sombra hechizante de los antihéroes de las historietas.

Si se quiere tomar a este hombre singular como orientador de principios, me parecería una imprudencia, pues no se busca —ni se quiere— una reivindicación del hombre aquí presente, sino de su furia testimonial, a la luz de lo que vivimos en estos tiempos oscuros en que el Kali Yuga ha tomado dimensiones propiamente venezolanas, encerrándonos en una urbe de violencia, precariedad y silencio. Por otro lado, asumo la responsabilidad de evocar el nombre de este escritor de la violencia, de la agresividad, porque, como en tiempos de la Independencia, a veces no basta con la diplomacia de un Cristóbal Mendoza o un Arturo Uslar Pietri, sino la indómita furia de un Arismendi, Ribas o, en este caso, de un Argenis Rodríguez. 

Más allá de las crispadas diferencias ideológicas entre los hombres, las virtudes escasas de algunos o los factores intransigentes de sus caracteres, a veces lo que nos puede unir a otra persona es la coincidencia de su pasión por la realización de alguna empresa. Argenis Rodríguez, sí, con mucho odio, pero con tenacidad, afrontó la realización de una misión: la destrucción de estos hombres cuyas bocas, llenas de obscenidades públicas, sandeces ideológicas y charlatanería exuberante, se habían dedicado al oficio de desprestigiar a un hombre por salirse de un horrendo ejercicio de suicidio colectivo, en donde muchos compañeros perdieron la vida —para algunos merecidamente— por tragarse completamente la verborrea de estas doctrinas exóticas que tanto han embrujado al pueblo hispanoamericano. 

Sálvense, pues, de iguales tendencias, y aún más: atrapados en ella y comprendiendo la malignidad de ciertas ideas, tengan la decencia, la suficiente moral y violenta expresión para denunciar sus carencias, sus fallos, lo tozudo de sus dirigentes. Esto es rebelión ante lo falso, la revuelta de las mentes nervudas. 

Finalmente, no faltará quién me achaque cierto nostalgismo guerrillero o algo por el estilo, cuando mis ideas nada tienen qué ver con esas patéticas estructuras fanáticas de pensamiento, o no faltará el rígido académico que me tachará de insensato por “incitar” a tomar al presente personaje como referencia bibliográfica para la investigación histórica de la etapa de la insurgencia o el siempre obcecado crítico literario que me hará ver lo mal que escribía Argenis Rodríguez. A todo esto sólo diré, inspirado en el espíritu argeniniano: ¡No he venido a hacer negocios en esta…!

José Alfredo Paniagua
José Alfredo Paniagua
Ensayista en el boletín digital Idearium Caribe, guionista en el canal de YouTube La Nueva Enciclopedia, articulista en el sitio web Hechos Criollos, director de la revista de literatura y sociedad “Adᵃn” y afanoso poeta.

1 COMMENT

  1. Excelente articulo del Sr. Paniagua! Rodriguez fue una persona dificil que indudablemente refleja la frustracion y la rabia contenida de una generacion de manipulados, de gente que se iba a las guerrillas mientras los jefazos se escondian en lujosos apartamentos con whisky y mujeres, jefes que pasaron suavemente a la pacificacion luego de haber sido capitanes, sargentos, comandantes de la guerrilla, bajo titulos autoasignados mientras cientos de jovenes idealistas se podrian en las guerrillas mal alimentados, perseguidos, bajo como muy bien dice Paniagua “torpes ideales”. Argenias Rodriguez enfrento a esos crapulas, a esos Petkoff, a esos Pompeyos Marquez que hasta ayer vivieron chupando a la democracia siendo los comandantes que nunca echaron un solo tiro pero mandaron a miles a la muerte. Todo lo que ocurre en Venezuela es consecuencia muy bien descrita por el biografiado en sus libros. No olviden a Argenias Rodriguez.

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