La «Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales […]» (que los anales de las letras americanas recuerdan como «El Carnero»), redactada por el neogranadino Juan Rodríguez Freyle y finalizada en el año 1638, es una fuente curiosa. Siendo, según Óscar Ramos (1968), un entrelace entre la historia, la crónica y la novela, el doctor Felipe Pérez (1859) la considera «superior a la época y al país en que se escribió» por «lo raro y bien sostenido de su estilo y la seria imparcialidad de sus conceptos». Trata, como es de suponerse, de la historia del Nuevo Reino (hoy Colombia) desde su descubrimiento hasta el año en que el escritor termina de redactar.
En el capítulo X de la obra («En que se cuenta lo sucedido durante el gobierno del doctor Venero de Leiva […]») se encuentra, singular en el repertorio de anécdotas de la historia americana, un episodio cuyo protagonista, una mujer criolla, ha sido injustamente enterrada en el carnero (entiéndase como «tumba», pues por eso se le llama así a la crónica de Rodríguez Freyle) del olvido. De forma parafraseada, versa así:
En el año de 1571, mientras que en Santafé de Bogotá sucedía un disturbio de encomenderos por una ley dictada contra el maltrato a los indios, el doctor Venero de Leiva -presidente del Nuevo Reino- se encontraba en la ciudad de Tunja para la averiguación del asesinato de don Jorge Voto a manos de don Pedro Bravo de Rivera, encomendero de Chivatá, a quien encontró en la iglesia con el corregidor Juan de Villalobos, informante del caso a la Real Audiencia.
El germen de todo este embrollo se encuentra en la Provincia de Venezuela, dónde un don Pedro de Ávila, «natural de aquel lugar», está casado en la ciudad de Carora con doña Inés de Hinojosa, criolla de Barquisimeto, «mujer hermosa por extremo y rica, y el marido bien hacendado; pero tenía este hombre dos faltas muy conocidas: la una, que no se contentaba con sola su mujer, de lo cual ella vivía muy descontenta; la otra, era ser muy jugador; que con lo uno y lo otro traía maltratada su hacienda, y a la mujer, con los celos y juego peor tratada».
Llegó en ese tiempo a Carora un Jorge Voto, músico, que instaló una academia de danza en la ciudad, haciéndose pronto famoso como instructor entre «mozos y mozas» por igual. Doña Inés le rogó a su marido que le dijese a Voto para enseñar a danzar a su sobrina, doña Juana; «con esto tuvo Jorge Voto entrada a la casa, que no debiera, porque de ella nació la ocasión de revolverse con la doña Inés en torpes amores, en cuyo seguimiento trataron los dos la muerte del don Pedro de Ávila, su marido».
«Resuelto en esta maldad el Jorge» disolvió la academia, se despidió de sus conocidos y salió de Carora a vista de todos, asegurando que se trasladaría para establecerse en el Nuevo Reino. A los tres días de viaje regresó sobre sus pasos, dejó al caballo estacionado en una montañuela y entró disfrazado a la ciudad en medio de la noche; ubicó la tabla donde jugaba don Pedro, y lo esperó en una esquina «donde le dio de estocadas y le mató». Voto emprendió camino y paró en la ciudad de Pamplona (en el Nuevo Reino) esperando la respuesta de doña Inés, con quien se comunicaba a través de «cartas de pésame».
Al cabo de más de un año, luego de hacer un escándalo en que se apresaron a muchos vecinos distinguidos de Carora sin poderse averiguar nada y de que el tiempo diera silencio al asunto, Inés «vendió sus haciendas, recogió sus bienes, y con su sobrina doña Juana se vino a donde el Jorge Voto tenía puesta escuela de danza». En Pamplona se casaron y tomaron camino hacia la ciudad de Tunja, estableciéndose en una casa ubicada «en la calle que dicen del Árbol», frente a la del «escribano Vaca, cuñado de Pedro Bravo de Rivera». Voto montó su academia en la ciudad, trasladándose ocasionalmente a la capital para dar lecciones.
Bravo de Rivera, que vivía en la misma calle, «solicitó a la doña Inés, y alcanzó de ella todo lo que quiso». Con intención de acercarse más a Inés resolvió casarse con su sobrina Juana, lo cual le pareció bien a Voto, teniendo libre acceso a la casa. No contentos con esto, Bravo de Rivera tomó una casa linde con la de la pareja, procurando que su cuarto colindara con el de Inés; quebrando la pared, hicieron un pasadizo entre los dos cuartos por el cual se escurrían cuando les viniera en gana:
«[…] Pues esto no bastó, pasó más adelante el daño; porque la mala conciencia no tiene seguridad en lugar alguno, y siempre anda sospechosa y sobresaltada. Al ladrón las hojas de los árboles le parecen varas de justicia; al malhechor cualquiera sombra le asombra; y así, a la doña Inés le parecía que el agujero hecho entre las dos camas lo veía ya su marido, y que la sangre del muerto don Pedro, su marido, pedía venganza, con lo cual entre sus gustos vivía con notable disgusto y sobresalto […]». Consideró entonces Inés que solo había dos opciones para vivir tranquila: matar a Jorge Voto o alejarse de Bravo de Molina, a lo cual este le respondió que «por su gusto no había riesgo a que no se pusiese». Aquí empieza la trama para matar a Voto.
Comunicó Pedro Bravo de Molina la intención a su hermano mestizo, Hernán Bravo de Molina, quien observó que «no era hecho de hombre hidalgo el que intentaba», quedando disgustados el uno del otro. Don Pedro procede a proponerle el caso a Pedro de Hungría, sacristán de la iglesia mayor de Tunja, quien se encarga de contentar a Hernán e involucrarlo en la ejecución del plan; Inés se ve informada de esto, y anima a Bravo de Rivera a llevarlo a cabo. Consiste en lo siguiente:
Don Pedro pedirá a Jorge Voto que se traslade a Bogotá a pedir la licencia del arzobispo para su casamiento con doña Juana, con la excusa de no querer pedirla en Tunja para que su madre y su hermano no entorpecieran el procedimiento. Luego de esto, lo matarían en el camino.
Voto salió a mediodía «y en su seguimiento, siempre a una vista, el don Pedro Bravo, Hernán Bravo, su hermano, y Pedro de Hungría, el sacristán». Al anochecer llegó a una posada junto al puente de Boyacá, y pidió aposento para él solo. Pedro envió a Hernán (que recordemos, era mestizo) vestido de indio a reconocer el lugar de alojamiento de Voto; una vez hecho, volvió con Pedro, quien le dijo: «toma esta daga, entra en el aposento donde está y dale de puñaladas; que yo y Pedro de Hungría os haremos espaldas».
Hernán tomó la daga y se traslado hasta el cuarto. Llegado a la orilla de la cama, jaló el dedo pulgar del pie de Voto, quien despertó e hizo gran alboroto vociferando: «¿Quién anda aquí? ¿Qué es esto? ¡Ah! ¡Señores huéspedes, aquí andan ladrones!». Viendo Pedro Bravo frustrado su plan a causa de su hermano (sin saber aún que fue adrede), se regresan a Tunja esa misma noche. A la mañana siguiente manda un indio con una carta para Voto, diciéndole que ya se sabía en Tunja lo que iba a hacer en Bogotá y que se devolviera en la brevedad posible.
Dejaron calmar el asunto del casamiento, y a los días concertaron matarlo en Tunja, para lo cuál resolvieron que Pedro llevaría a Voto a «la quebrada honda, que está junto a Santa Lucia», donde junto con Hernán y Pedro de Hungría, disfrazados de mujeres, lo atacaría. Para esto Pedro Bravo organizó una cena, donde estando nuestros personajes reunidos, Pedro le pregunta a Voto: «¿Queréisme acompañar esta noche a ver unas damas que me han rogado que os lleve allá, que os quieren ver danzar y tañer?», a lo cual Voto está de acuerdo.
Acabando de cenar, Jorge Voto tomó su vihuela y la empezó a afinar, tomando un cuchillo para enderezar un traste. Hernán Bravo tomó luego el cuchillo y con él empezó a escribir en la mesa. Luego le preguntó a Voto: «¿Qué dice ahí en ese renglón?». Voto lo lee: «Jorge Voto, no salgais esta noche, que os quieren matar», a lo cual solamente se ríe. El presidente toma luego el escrito de la mesa como evidencia para el caso.
Pedro Bravo les dice entonces a su hermano y al sacristán que pueden irse, en lo cual le corresponden. Se queda conversando con Inés y Juana mientras espera que se haga plena la noche, tras lo cuál Jorge Voto toma la capa, la espada y la vihuela, para ir los dos a ver a las ficticias damas que le dijo don Pedro. Fuéronse hasta unas casas altas, donde Pedro Bravo le dice que las mujeres se habrán cansado de esperar, pero que sabe donde encontrarlas. Se dirigieron hasta Santa Lucia, encontrándose en el puente de la quebrada donde vio a sus cómplices vestidos de mujer, indicándoselo a Voto.
Cuando se encontraban cerca, Hernán y Pedro de Hungría sacaron las espadas, a lo cual Jorge Voto -soltando la vihuela- respondió de la misma forma. Pedro Bravo le dio la primera estocada por un costado, y los otros lo terminaron de matar. Echaron el cuerpo en un hoyo de la quebrada y cada quien se fue a su casa.
Al día siguiente, cuando la gente fue a buscar agua a la quebrada, se encontraron con el rastro de sangre el cual siguieron hasta encontrar el cuerpo en el hoyo. El corregidor Juan de Villalobos mandó llevar el cuerpo hasta la plaza y decretó que «estantes y habitantes pareciesen luego ante él», a lo cual asistieron todos los vecinos de Tunja menos Pedro y Hernán Bravo. Inés, que había salido a caballo a ver al corregidor y «pedirle justicia», fue arrestada.
Aconteciendo esto un día sábado, y sabiendo ya el corregidor que Pedro Bravo era el asesino («porque no faltó quien le dijese cómo trataba con la doña Inés»), se sentó junto a él en la misa y lo arrestó en el asiento. Mientras tanto, el escribano Vaca (cuñado de Pedro Bravo), sabiendo del asesinato y procurando la seguridad de su pariente, le mandó un «caballo bayo» con una lanza, una adarga, y una bolsa con 500 reales de oro a buscarlo, sin estar al tanto de lo que ocurría en la iglesia.
Pedro de Hungría, que ayudaba al cura a oficiar la misa, reveló la manga ensangrentada al entregar los vinajeros a este, quien preguntó: «¡Traidor! ¿Por ventura has sido tú en la muerte de este hombre?». Hungría respondió que no, a lo cuál el cura bajó a hablar con el corregidor con el fin de no hacer mayor alboroto en el recinto. Villalobos decretó un pregón por el cual todos los vecinos de Tunja llevarían sus camas hasta la iglesia a acompañarlo «so pena de traidores al rey y de mil pesos para la real camara, con lo cual le acompañó casi toda la ciudad».
El corregidor mandó despachar el informe hacia la Real Audiencia. Recibido en Bogotá, salió el presidente Venero de Leiva a la averiguación del caso. Mientras el cura se encontraba con el corregidor, Hungría salió de la iglesia y fue hasta casa de don Pedro Bravo donde encontró el caballo que había mandado Vaca: lo tomó y huyó de Tunja a eso de las 10 de la mañana. Vaca intentó la liberación de Pedro a través de cuantiosas fianzas, a lo cual el corregidor se negó con la explicación de que el caso ya no era de su competencia por haber sido remitido a la Audiencia. Hernán Bravo, que estaba «escondido entre las labranzas de maíz de las cuadras de Tunja» fue descubierto y arrestado.
A los tres días de recibido el informe, el presidente se encontraba en Tunja: «sacó de la iglesia al don Pedro Bravo de Rivera, sustanció la causa y pronunció en ella sentencia de muerte contra los culpados. Al don Pedro confiscó sus bienes; la encomienda de Chivatá, que era suya, la puso en la corona, como lo está hoy. Degollaron al don Pedro; a su hermano Hernán Bravo, ahorcaron en la esquina de la calle del Jorge Voto; y a la doña Inés la ahorcaron de un árbol que tenía junto a su puerta, el cual vive hasta hoy, aunque seco, con haber más de setenta años que sucedió este caso».
Concluye el cronista con la siguiente sentencia:
«¡Oh hermosura desdichada y mal empleada, pues tantos daños causaste por no corregirte con la razón!».
Bibliografía: Rodríguez Freyle, Juan. «El Carnero». Biblioteca Ayacucho, 1979.