Legítimamente no se conoce lo contrario, por lo tanto este título hace referencia a Fernando Simón Bolívar Tinoco, su sobrino, quien va a preservar los recuerdos de su vida y va a plasmar parte de ellos en unas memorias publicadas en la ciudad de París en 1873. Despierta curiosidad el detalle de ocultar su verdadera identidad detrás del pseudónimo “Rivolba” que consiste en un juego de letras que al cambiarlas de posición dan otro sentido a la palabra, entre ellas “Bolívar”. Sus memorias están llenas de diferentes episodios significativos que marcaron sus primeros veinte años y recordará durante su longeva existencia.
En 1811 un inesperado naufragio le quitará a su padre: Juan Vicente Bolívar y Palacios, dejándolo huérfano junto a sus hermanos, Fernando contando con apenas un año de vida. Es sorprendente encontrar que con cuatro años de edad este destacado sobrino dentro de la historiografía del Libertador pudiese recordar detalles de su niñez como atribuirle a su criadora “morena robusta y tinta de color” (Rivolba, pág. 21) su fortaleza gracias a la alimentación que ella le proporcionó.
El terror de la llegada de Boves a su ciudad natal en Caracas efectivamente se grabó en la mente de este pequeño niño que aun recordaba como le tocó junto a su madre y hermanos huir para un pueblo y asilarse en la casa de un cura, soportando el desprecio de quienes los señalaban y arriesgando sus vidas ante la amenaza de ser asesinados por parte de estas personas, viviendo el día a día con miedo y gracias al respetado sacerdote salen ilesos de situaciones de riesgo.
Escribiendo sus memorias con la suma de unas cuantas décadas de vida aun reconoce y agradece a su madre Josefa Tinoco por considerar que dentro de la formación personal los estudios tenían una gran importancia, siendo ella misma la encargada de darle las primeras lecciones de aprender a leer y escribir, además de la insistencia de Josefa porque aprendiese un oficio, lo que nos permite ver la intención de una madre preocupada y ocupada porque sus hijos salieran adelante en tiempos tan difíciles.
Fernando después de asistir a la escuela completaba sus conocimientos, intenta aprender el oficio de ser platero, sin embargo no logró avanzar mas allá de saber acondicionar la tierra para hacer los moldes, sin embargo, este episodio no frustra su curiosidad y termina por aprender a hacer zapatos con solo observar a una inquilina de su casa que realizaba esta tarea, ya luego se hará cargo de los mandados, esto permitirá que Fernando se desenvuelva con personas, asuma responsabilidades y forje su carácter.
Llegó el año de 1822 y con él la orden de su tío el Libertador quien decide su futuro y con doce años lo envía a Estados Unidos para completar sus estudios, parten desde La Guaira en el Bergantín “Meta” esta primera aventura en el mar la mayoría del tiempo lo pasa acostado producto del mareo que le produce el “mal del mar”. Por órdenes de Simón Bolívar, Fernando va acompañado por el general Soublette que por razones que no menciona tuvo que regresar dejándolo durante varios meses en la isla Saint Thomas. Considerándose apasionado por la naturaleza el joven no pierde tiempo en la isla y se entretiene con actividades que se adaptan mas para su edad y su personalidad, siempre acompañado de su sirviente un indio de las misiones del Orinoco que hasta le enseñó a cazar con arco y flecha.
Una fragata americana lo lleva de Saint Thomas a New York, en la travesía, Fernando disfruta el espectáculo de golondrinas marinas que se aproximan y juguetean con las personas y las toninas saltando fuera del agua como si supieran que las estaban observando.
En diecisiete días llega a su segunda parada (Staten Island) aquí, conoce al gobernador y es su tía María Antonia quien se encargará de llevarlo a su destino final (Filadelfia) recibiéndolo el señor Alderson que junto a su familia lo acogen como a un hijo, estudiará a seis millas de la tranquila y amena ciudad, en el colegio Germantown construyendo en esta etapa los más sensibles recuerdos de su infancia.
Fernando no era ajeno a lo que correspondía ser un Bolívar, en este periodo se relaciona con personajes relevantes, llegando a ser huésped de la Casa Blanca siendo presidente de los Estados Unidos John Quincy Adams, conoce al ministro Henry Clay de igual manera se relaciona con los descendientes de los fundadores del estado de Pensilvania a los que define como “personas muy respetables, por lo general o en su mayor parte, de la religión cuáquera” (Rivolba, pag. 28) lo que permite que se acerque y conozca parte de esta cultura y religión. En 1825 llega la oportunidad de ser presentado al general La Fayette encontrándose de paso por la ciudad, el ex veterano patriota de la Revolución Francesa y el sobrino del Libertador tendrán una afectuosa entrevista y será toda una noticia nacional.
El ex presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson había fundado la Universidad de Virginia, se asegura de contar con la mejor educación y desde Europa trae a brillantes maestros, Fernando en 1827 se entusiasma por ingresar a tal prestigiosa institución y escribe una carta, que desprendiéndose de su propio testimonio Thomas Jefferson llega a leer. Fernando considera que en esta universidad imparten “una educación libre” detalle que le llama la atención ya que el antiguo sistema clásico no era un método que le agradaba en lo absoluto. Arquitectónicamente la universidad lo deslumbra y escribe lo siguiente:
“El edificio principal que se llamaba la Rotonda, porque era de la forma de la de Roma, tenia columnas del orden Corintio, traídas de Italia. Sobre el Loan o plaza principal que coronaba una altura, había unos doce pabellones de dos pisos, donde vivían los profesores y tenían una azotea al frente en el primer piso: entre un pabellón y otro, había corredores al frente de los cuartos de los estudiantes y detrás eran jardines pequeños para cada casa de los profesores” (Rivolba, pag. 32).
No será mucho el tiempo que el joven curse sus estudios en la Universidad de Virginia la cual abandona por irse a la quiebra la casa que le administraba el dinero para su gastos, situación que le sorprende a su tío ya que había destinado anualmente una cantidad de dinero para cubrir con los gastos de su sobrino, en 1828 nombrará otros administradores pero aun así Fernando vuelve a su país.
Incómodo en su corta estancia en Caracas, su tío lo manda a buscar para que lo acompañe y es así como con cuatro maletas, dos pistolas y un machete de su peaje emprende su viaje de 24 días, la mayoría lluviosos desde Caracas a Bogotá.
Una vez instalado en el Palacio de Gobierno, aquello que describe como una “Hermosa casa de alto, edificado con bastante gusto y amueblada con lujo” en la fría y nublada Bogotá, Fernando se reencuentra con Andrés Ibarra quien fue su compañero del colegio y para el momento cumplía como edecán del Libertador. Será presentado por su tío ante personajes que han sido relevantes dentro del contexto político.
De la reseña de su testimonio se desprende detalles de las personas más allegadas a su tío, entre ellos las expectativas que debía llenar el coronel Santana manejando varios idiomas para cumplir como secretario privado del Libertador, también hace referencia sobre los dos hermosos caninos que acompañaban a su tío, parecidos a la raza de San Bernardo uno barcino y el otro color pajizo –Fernando no puede asegurarlo pero manifiesta que– fueron capturados como botín de guerra en la tienda de campaña del general Canterac en Junín o Ayacucho, mientras estuvieron con Bolívar cumplían la función de proteger el equipaje a la hora de viajar, estuvieron en largas travesías como desde el Alto Perú hasta Caracas luego de regreso a Bogotá después a Guayaquil para luego regresarse una última vez a Bogotá y acompañar al Libertador en su triste y enfermo retiro rumbo a Cartagena. Será Trabuco, el perro barcino y el más valiente de los dos quien realice rondas de guardia alrededor del Palacio de Gobierno en Bogotá después del atentado de 1828.
Dedica unas bien merecidas líneas a quien siempre estuvo con su tío en todas las campañas, la persona que lo acompañó y estuvo a disposición con la entera fidelidad que lo caracterizaba, con aspecto robusto y con una fuerza inmedible, ojos azules, cabellos rubios y crespos, piel tostada pero no tanto como el Libertador, evidentemente marcada por todas las duras travesías. Un hombre honrado, que se había negado a un cargo militar a pesar de haber peleado, nunca supo leer ni escribir tampoco mostró interés por aprender, vestía de traje de paisano pero hecho con las mejores telas del país, montaba las mejores bestias, sus espuelas eran de oro y las riendas de plata: obsequios por su lealtad entregados por Bolívar y que en un origen a éste le fueron obsequiados en Perú. Consumido hasta la muerte por el vicio de la bebida del cual siempre fue ajeno decidió quedarse a vivir en Cartagena después del fallecimiento de su amo, quizás la tristeza pudo más que aquella fortaleza mental y física que caracterizaba a José Palacios, el mayordomo.
Entre fiestas y fiestas reciben al joven Fernando en su primera semana en Bogotá, hasta la noche del 25 de septiembre cuando el Palacio de Gobierno fue atacado por una banda de conspiradores con el fin de asesinar a su tío, encontrándose casi todos enfermos en el palacio, incluyendo a Fernando pero esto no impidió que escuchara a mitad de la noche el arrastre de sables de personas corriendo, indefenso con dos pistolas vacías, sabía que algo pasaba y ya su criado había visto hombres en el techo de una casa vecina, planificando un plan escucha una voz de mujer llamando a su puerta; era Manuelita Sáenz, al abrir la puerta “Cayó una espada desnuda que habían recostado contra la hoja y estaba del lado fuera. Al levantarla, reconocí ser la de Ibarra y me alegre encontrarme armado”.
Manuela lo puso al tanto de lo que sucedía, mientras Fernando pudo observar desde los balcones como se acercan estos hombres armados reconociendo al capitán Pereira como su líder. Unos tratan de esconderse y otros de escapar, sin embargo el joven narra que con la ayuda de una sirvienta de Manuelita llamada Juanátaz (Jonatás) arrastran el cuerpo sin vida de Fergusson uno de los edecanes del Libertador quien se encontraba llegando de la casa de un medico por un dolor de garganta, fue asesinado y rematado en la puerta por las manos de Carujo.
La sirvienta de Manuelita; Juanátaz (Jonatás) quien siempre iba de cabello corto y vestida de hombre pero aun así consigue el amor de un oficial irlandés, siempre leal a su ama, acostumbraba a esperar a Manuelita fuera de la habitación del Libertador, eso le permitió observar cuando llegaron los hombres armados, trató de ocultarse detrás de unas cortinas sin éxito, sus gritos alarmaron, Manuela fue interrogada por los agresores dándole una ubicación errada del Libertador y así ganar tiempo mientras Bolívar saltaba y huía por la ventana de su habitación.
Describe la imprudencia de Manuela por confundir a los conspiradores con respecto a la ubicación de Bolívar y al ser descubierta fue golpeada y a pesar de eso Manuela consigue mal herido a Ibarra, trata de cargarlo, sus conocimientos de enfermería le permite atenderlo y le amarra con un pañuelo su herida que luego será cosida por un médico “La herida de Ibarra a quien habían bajado una mano de un machetazo” (Rivolba, pag. 43).
“Jamás me olvidaré las impresiones de aquella noche aciaga, y recuerdo como si fuese ayer la expresión serena, pero vaga, que noté al sentarse el Libertador, en su semblante y la mirada escrutadora con que observó el gentío que le seguía y que llenó el cuarto por algunos momentos” (Rivolba, pag. 9).
Después de la conspiración del 25 de septiembre, Fernando asumirá un cargo dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores, dejará una muestra de su labor al transcribir en un libro nuevo la correspondencia de Roma, considerada la más importante para su momento y que estaba en condiciones fatales.
Presenciará como su tío sale por última vez de campaña con intenciones de mantener a flote su proyecto pero con una desgastada salud que solo añoraba recuperar en Europa, una vez terminada la guerra lo verá volver y renunciar a lo que tanto tiempo y dinero le costó. En el retiro de su tío a Cartagena el joven Bolívar se ocupará de redactar “Numerosa correspondencia amistosa que de todas partes le llegaba y tenía bastante que hacer” (Rivolba, pag. 46) será parte del séquito que acompañará al Libertador en una triste despedida desde Bogotá con destino a Europa, pero será la muerte quien lo alcance primero estando en Santa Marta. Fernando, uno de los pocos que acompañó a Bolívar en su lecho de muerte, un joven de veinte años agradecido profundamente con su tío y demostrando su lealtad hasta el final, una vez más la muerte lo deja por segunda vez huérfano de padre.
Referencias:
Rivolba, “Recuerdos y Reminiscencias del primer tercio de la vida de Rivolba” Fundación para la Cultura Urbana.